Letras

La escritura que vence al olvido: Alfonsina Storni

Como en una especie de realización histórica de la justicia negada, la canción “Alfonsina y el mar”, que cantaron grandes como Mercedes Sosa, ha inmortalizado a la poeta argentina y ha contribuido a resarcir el injusto juicio que sobre ella lanzó Jorge Luis Borges.

Damián Pachón Soto*
7 de julio de 2021
Alfonsina Storni (Capriasca, 29 de mayo de 18921?2?3?4?-Mar del Plata, 25 de octubre de 1938), poeta y escritora argentina. Foto: Vía Wikimedia Commons.

*A Daniela.

El joven Jorge Luis Borges aludió, en 1924, a “las borrosidades” y a la “chillonería de comadrita que suele inferirnos la Storni”, para demarcarla de la poesía de Nidya Remarque, la cual fue calificada y valorada con consideración. Este dictamen, emitido por un Borges que no era el de hoy, un Borges que no era aún “Borges”, sino una promesa de escritor, ejerce efectos a posteriori sobre la poesía de una de las escritoras más importantes de Argentina, por lo menos de la primera mitad del siglo XX: Alfonsina Storni.

Sin embargo, como la misma Alfonsina Storni escribió: “el verdadero antologador es el tiempo”, pues es éste el que selecciona, depura, escoge, y logra que algo se convierta en un sobreviviente de sus ruinas. Este dictamen se cumple si nos percatamos del renacimiento y el interés que ha suscitado su poesía al lado de un notable rescate de las “letras femeninas” en el mundo hispanoamericano. Basta contemplar las múltiples ediciones y estudios sobre la obra de María Zambrano en España, la reedición constante de la obra de Alejandra Pizarnik, para mencionar solo dos. Desde luego, no son obras equiparables, pues poseen una densidad intelectual distinta, si bien comparten algunos temas de reflexión: la vida, la muerte y, en general, la condición humana. Lo cierto es que a pesar de los “aires de familia”, las obras de estas mujeres difícilmente se podrían incluir en una misma casilla. Tal vez la que está más lejos de las otras es María Zambrano, cuya obra es de un carácter marcadamente filosófico. Sin embargo, son algunas notas sobre Alfonsina Storni lo que me interesa resaltar en este artículo.

Alfonsina Storni corrió la fortuna de ser inmortalizada en la famosa canción “Alfonsina y el mar” que cantó, entre otros, la gran Mercedes Sosa. Hoy, en la medianía intelectual reinante, y en generaciones que escucharon a Silvio Rodríguez, y la llamada música protesta, muchos conocen esa canción, pero pocos saben lo que hay detrás de la misma; y de esa generación también son pocos los que se han acercado a su poesía. Lo cierto es que la canción, como en una especie de realización histórica de la justicia negada, ha contribuido a resarcir el injusto juicio de Borges sobre la poeta argentina. Unas por otras, se suele decir.

Hay algo muy interesante en la poesía de Storni. Algo que no es exclusivo de ella por supuesto, pues está en la base de todo escritor que solo busca desnudarse en las letras, en la escritura: a saber, el ser una especie de secretaria de sus sensaciones, de sus tormentos, dubitaciones, angustias, obsesiones y carencias. La escritura que se materializa como un acabado, como un cribado del mundo, de la experiencia, de un mundo que ha parido al escritor mismo, y lo ha conformado. Es decir, la escritura concebida como una especie de vómito de la libido mediado por un yo, un producto de ese interior que se hace carne en el papel, en el verso, en la prosa, en el fragmento. Por eso dice Storni: “Momentos de la vida aprisionó mi pluma”, momentos que configuran el devenir de su vida, o que son posibles por la vida misma. Lo cierto es que, en Alfonsina, la escritura es una marca, un testimonio, una manera de salvar del tiempo mismo, de la vida que viene, se va, pasa, sus distintas luchas, rebeldías, valoraciones y vivencias; en la escritura se atrapan esas cosas que “Me vienen…del fondo de la vida”, en una vida en “todo esto que muda”, así como muda el espejo y lo que en él se refleja.

En su poema “Bien pudiera ser” de 1919, dice:

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido

No fuera más que aquello que nunca pudo ser,

No fuera más que algo vedado y reprimido

de familia en familia, de mujer en mujer.

Aquí la escritura es la realización de lo que “nunca pudo ser”, como en muchos escritores; realización de lo reprimido, es decir, de la escritura como una realización sublimada de lo libidinal, lo cual no implica, como bien lo sabía Freud, una realización menor o más débil de las pulsiones, o de la voluntad de poder de Nietzsche. La escritura como sublimación es plena realización de ciertas tendencias de la corporalidad viviente, realización de ese mundo afectivo que no escapa a la historia, sino que es también acuñado por ella, por la circunstancia. Así, encontramos en Alfonsina una poesía que defiende a la mujer de la hipocresía finisecular burguesa del siglo XIX y comienzos del XX, de sus valores conservadores y su macartismo social, de su inmovilismo valorativo y de la exclusión de la mujer en el difícil y cerrado mundo de las letras.

Si la de Storni es una poesía que se ocupa de Alfonsina misma, que lega su experiencia, y transparenta los nudos de su ser, los “ínferos del alma” para usar la expresión de María Zambrano, ella también refleja la crítica a una sociedad en la cual se mora y se habita de manera incómoda. Esta es una característica de las vanguardias artísticas del siglo XX en las cuales se ha inscrito su obra: o mejor, de las cuales Storni alcanzó a ser una de sus pioneras en la Argentina, a pesar del temprano juicio del mismo Borges. En su poema “Cuadrados y ángulos”, de 1918 dice:

Casas enfiladas, casas enfiladas,

casas enfiladas

[…]

Las gentes ya tienen el alma cuadrada,

ideas en fila

y ángulo en la espalda.

Yo misma he vertido ayer una lágrima,

Dios mío, cuadrada.

Se puede ver en este poema los signos de los tiempos contra los que reaccionó el arte, el mundo que el arte y las vanguardias criticaron y enjuiciaron, el mundo que quisieron superar: los efectos sociales y psicológicos de la “era del capital”, la misma que, para decirlo con Hobsbawm, había producido la “unificación del mundo” y, correlativamente, había alterado la sensibilidad del hombre, su estimulación nerviosa en la vida urbana, en esas “casas enfiladas”, a modos de celdas en las que ahora, en la urbanización creciente en el siglo XX, vive el hombre, como ya aparecía en los esbozos de sociología urbana de Georg Simmel. Storni no fue ajena a esos cambios, y los cuestionó en su escritura. La vida moderna genera un “alma cuadrada”, un individuo modelado, tal vez un hombre tipo que tiene “ideas en fila”, y que se ha vaciado un poco del contenido del mundo. Un mundo que ha subjetivado al individuo hasta imprimirle y hacerle desbordar también una lagrima…una lágrima “cuadrada”. Es el mismo mundo contra el que reaccionó aristocráticamente el Ortega y Gasset de La rebelión de las masas.

Storni fue fiel a su época. La vivió y la padeció. Vivió en tensión con el mundo tal como lo hace todo auténtico escritor que lucha por reconciliar la expresión con la vida. Ese es su mejor legado. Al final, sucumbió a la muerte presentida y cantada desde años atrás en sus poemas: le dio cumplimiento a la vida…se lanzó a los brazos del cosmos donde la materia regresa inexorablemente, y de donde nada escapa. Dejó noticia en su poema “Voy a dormir” de 1938, el mismo que inspiró la famosa canción “Alfonsina y el mar”. Esa noche de Octubre “la arena de oro, y las aguas verdes, y los cielos puros”, la vieron “pasar”, como escribió en 1925 en su poema “Dolor”. Sí, pasar a los brazos inmortales de la literatura. Alfonsina se suicidó, pues “no quería morir sin enterarse de que moría, no permitió que la muerte se la llevara, sino que la agarró y la hizo suya en un acto de última voluntad”, tal como dice Clara Sánchez. Ese día, el 25 de octubre de 1938, Alfonsina Storni venció el juicio que Borges había lanzado ladinamente sobre su literatura; pero también venció, de paso, el olvido que todo lo hunde en el centro del tiempo.