Esta es la historia de Jacqueline Cascorro, de cómo la vida conyugal la convirtió para siempre en una mujer de muy malas ideas. Un día la rutina, las peleas, las infidelidades, las crisis y las reconciliaciones llegaron a su límite y en un instante epifánico _cuando quebró con las manos la pata de un cangrejo y oyó descorchar a sus espaldas una botella de champaña_ se dejó poseer por los malos pensamientos. Antes que su vida espiritual quedara hecha añicos, Jacqueline anotaba sus observaciones en un cuaderno azul. Allí desfogaba el rencor hacia su esposo, Nicolás Lobato, un bárbaro que de la vida sólo le interesaba hacer dinero y acostarse con cuanta mujer pudiera. Leía la Fisiología del matrimonio, de Balzac, y concluía que la mayoría de las mujeres a los pocos años de casadas sólo sienten hacia sus maridos una gran aversión. Entonces, con tinta verde, escribía en su cuaderno: "No hay pasión que logre sobrevivir al matrimonio". Pero Jacqueline no sufría como una fiera enloquecida. Su consuelo, su compensación, era asistir a las reuniones culturales en casa de Márgara Armengol para oír hablar de libros, de teatro, de cine, en fin, de la 'cultura pura' en la que se movía como un pez en el agua. Y donde, es justo recordarlo, aburría a sus interlocutores con el recuento minucioso de las aventuras de su esposo, ese lujurioso, que la trataba de embrutecer, que quería destruir su sensibilidad, sin lograrlo, gracias a que la noche de los sábados frecuentaba a gente superior, como Márgara y sus refinados amigos. Todos, también es justo decirlo, le tenían mucha paciencia: Jacqueline financiaba generosamente aquellas insípidas tertulias. Antes de que se volviera una calamidad, apareció en la vida de Jacqueline, Gaspar Rivera, un primo lejano y joven. De mediana estatura, delgado, con la piel un poco maltratada, tenía sin embargo una voz perturbadora y un olor salvaje. Y una pobreza extrema, como toda su familia, como ella misma cuando se llamaba María Magdalena _no se cambió el apellido, para no ofender a sus padres, pero lo pronunciaba a la francesa: Cascorró_ y vivía en un patio de vecindad. Gracias a la presencia del primo, Jacqueline cambió. Nicolás Lobato, su esposo, se sorprendió con el nuevo tono jovial de su mujer, ausente desde hacía mucho tiempo en su hogar. Y en la casa de Márgara _asistió menos_ dejó de oírse la trillada historia de una flor exquisita mancillada por la bota de un marido brutal, incontinente y tirano. La alegría no duró mucho: no olvidemos que nuestro personaje se habría de convertir en una mujer no de malas sino de pésimas ideas. La vida conyugal es una novela de sorpresas para el lector. Y no tanto por la trama _hasta cierto punto pre-decible_ como por la forma en que vamos conociendo a su protagonista. Nuevos ángulos, nuevas perspectivas y un escalón más _o menos_ en el camino que nos llevará a la sordidez total. Pitol parece implacable con su personaje: no tiene compasión por ella. Atrapada en su conciencia _en su falsa conciencia_ es incapaz de entender nada, sólo existe para justificarse, nunca para comprender. Da vueltas en redondo, patéticamente. Y nosotros ahí, testigos incómodos, impotentes. Ignoro hasta qué punto Pitol fue partidario de la estética brechtiana, la cual, sin duda, cultiva en esta obra: el héroe no existe para que nos identifiquemos con él sino para que tomemos conciencia de su alienación a partir del asco que nos produce su situación moral. No la catarsis sino el distanciamiento crítico. Sobra decir que es notable el giro subrepticio que va dando el relato desde el humor más ligero, del puro divertimento, al clima final de desesperanza, de hastío por la condición humana. No por azar los mejores lectores de Pitol han resaltado sus dotes en el manejo de la parodia: el quebrarse de la pata de cangrejo y el sonido de champaña al descorcharse es una burla inmejorable de las famosas epifanías proustianas. Para no hablar de la parodia a la vida conyugal, a la nada apacible vida conyugal que desfila en estas páginas. Novedades Stephen Jay Gould Milenio Grijalbo Mondadori, 1999 187 páginas $ 32.200 En laconfusión y la utilización comercial de todo tipo que ha generado el año 2000, se impone la lectura de libros honestos y rigurosos _no son muchos_ al respecto. El libro Milenio, de Stephen Jay Gold, prestigioso paleontólogo de la Univertsidad de Harvard, es uno de esos pocos libros altamente recomendables para acercarnos a "ese problema sin solución de cuándo terminan los siglos". No hace predicciones acerca del futuro humano, no conjetura sobre el origen del miedo que acompaña los fines de siglo o de milenio y sus creencias apocalípticas: "Quiero hablar de calendarios y de números, de los dedos de las manos y de los dedos de los pies y de la percepción de la redondez de una cifra, del Sol y de la Luna, de la edad de la Tierra y del nacimiento de Jesús". En fin, problemas concretos de astronomía, de historia y de calendario, de las diferencias que surgen entre los hechos de la naturaleza y las definiciones arbitrarias que hacemos los humanos. Manolo Valdes Villegas editores, 1999 382 páginas $ 120.000 Un hermoso y completo libro _el primero_ sobre el artista español Manolo Valdés. Contiene su versátil obra de grabador, de pintor y de escultor, con un estudio introductorio del especialista Manuel Llorens, y comentarios de otros conocedores, entre los cuales se destaca el novelista Antonio Muñoz Molina. Valdés perteneció en los años 60 al 'Equipo Crónica' que introdujo en España el arte moderno con el movimiento pop. Una postura que en los años 70 evolucionó hacia una crítica de la modernidad y se reflejó en una defensa de la pintura, de lo visual, en un elogio del oficio y un rechazo a las vanguardias. Un camino que lleva a reconocer el valor de la tradición, que dialoga con la historia del arte: "No le dieron los dioses a Manolo Valdés su lenguaje pictórico para ocultar el suyo. Uno ve a Velázquez, a Ribera, el desnudo de Matisse, a Dora Maar. Uno, en efecto, ve a Manolo Valdés y a su arte, no al pretexto, aunque el pretexto no esté oculto".