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‘La hija perdida’: las madres que no lo son reflejadas en la pantalla
Basada en la novela homónima de Elena Ferrante, la ópera prima de Maggie Gyllenhaal presenta un estudio psicológico del peso que adquieren las decisiones y las expectativas de género. En unas vacaciones, una mujer revive la maternidad truncada que le dio a sus hijas, y su relato revela más de todos de lo que quisiéramos.
Las vacaciones terminaron para algunos, y luego de ver ‘La hija oscura’, (o ‘La hija perdida‘) la película que estrenó recientemente Netflix (y que le significará varias nominaciones al premio Óscar), es difícil definir si es del todo malo. Porque en el descanso también se confronta el pasado y se vive el presente de las decisiones tomadas. La arena y el mar borran huellas; no pasa lo mismo con la memoria.
La historia se desarrolla en un paraje paradisíaco en Grecia, durante un tiempo de descanso que se va a tomar Leda, una mujer de 48 años, que interpreta magistralmente Olivia Colman. La británica ya ha ganado premios Óscar y Emmy, entre muchos más reconocimientos, pero no deja de asombrar. Transmite desde su voz, su rostro, y las expresiones sutiles y dicientes, esto la separa de la mayoría, y en esta producción brilla de manera especialmente oscura.
Así pues, en esas playas donde todo parece emplazado para el gozo, desde temprano se hace evidente que, junto con Leda, el espectador enfrentará los cadáveres de su baúl. La relajación se va al traste cuando a la playa llega una escandalosa familia. Esa otredad la reta, esa diferencia entre ella, una mujer educada, con esta tropa de hombres y mujeres bulliciosos con fama de peligrosos que quién sabe qué harán para ganarse el pan. Con ellos asume casi de inmediato una actitud pasivo-agresiva que estos le devuelven a su manera.
Pero, además, dos integrantes de ese grupo llaman su atención y la arrojan a un viaje propio y amargo: Nina, una joven y atractiva madre (Dakota Johnson, en un rol marcado por el atractivo físico y el desequilibrio), y su hija pequeña. La relación entre cariñosa y despegada de Nina con su niña le recuerda a Leda que también es madre y que también vivió su propia versión de “ser madre y dudar en el intento”. ¿Es culpa de ella? ¿Fue culpa de sus niñas? La cinta evita sentencias y no le huye a retratar una circunstancia incómoda: mientras algunas mujeres nacen para ser madres, muchas otras no, pero eso no quita el hecho de que lo sean.
La maternidad es pues, en este marco, una fuente de duda, frustración y, a la vez, un hecho revelador de carácter. En el caso de Leda, este carácter despegado y cruel —hasta cierto punto— sigue impactando sus decisiones presentes. Sigue siendo la persona talentosa, algo egoísta y algo dañada que siempre fue. Y las vemos, por medio de flashbacks, sus actitudes reprobatorias antes que cariñosas ante sus hijas, más, y un solo episodio referente de cariño: la forma de enseñarles a pelar la naranja. A esa versión joven de Leda la interpreta Jessie Buckley, quien no decepciona entregando una actuación franca y dura como las decisiones que toma.
En ese encuentro con esa joven madre (Nina), Leda se mira a sí misma y a las decisiones que tomó. Es ahora una profesora universitaria, experta en literatura comparativa, en traducción al italiano, y lo es porque tomó su camino. Leda abandonó la vida de familia, y otros sufrieron por cuenta de ello. A sus hijas tiene en su teléfono, pero no sabemos del todo sí hablan con ella. Lo interesante es que, a pesar de esa confrontación con la maternidad que podía agitar sus fundamentos, sigue actuando desde una naturaleza extraña lejana a la empatía.
La visión de la directora debutante Maggie Gylenhaal es particular y valiosa. Empezó su carrera frente a las cámaras y, tras abordar el papel de una actriz porno que se convirtió en directora y productora del género (en la serie ‘The Deuce’, del brillante David Simon), vio que lo suyo era seguir ese camino. Ella misma adaptó el texto de la italiana Elena Ferrante para llevarlo a la pantalla a su manera (y la escritora italiana le dio vía email toda la pista para hacer su propia versión). Y a su capacidad de congregar grandes actrices y sacarles las tripas emocionales, también se suma el entregar personajes masculinos de pocas palabras e intenciones difusas como los de Ed Harris y Paul Mescal, hombres desprendidos, que abandonaron algo o lo abandonan por un tiempo y en ese paralelo de género se hacen relevantes.
Detalles como el manejo de la música, de los cortes, redondean su apuesta por no ofrecer una historia perfectamente delineada, pero lo suficientemente sagaz para sugerir esos matices oscuros del abandono y del deber de cuidado parental cumplido a las patadas que (merecidamente, por números) suele ser atribuido solo a los hombres.