Exposición
La historia dorada de las imprentas de Amberes
La Biblioteca Nacional y la Luis Ángel Arango están exhibiendo verdaderos tesoros. Visualmente hermosa, la exposición “El sello de Amberes” habla de los libros impresos en esa ciudad flamenca en los siglos XVI y XVII, de quiénes los leían y de cómo llegaron al Nuevo Reino de Granada.
Investigando el mundo de las imprentas de Amberes entre los siglos XVI y XVII, Muriel Laurent, curadora de la exposición, volvió a descubrir la vibrante circulación de personas y de conocimiento que hubo durante la colonia española. “No fue un periodo estático,” dice. “La historia de estos libros muestran cómo iba y venía gente entre Europa y América; el interés de las personas en un abanico de temáticas y la existencia de un mercado editorial entre una ciudad nórdica como Amberes y el Nuevo Reino de Granada.
Entre 1530 y 1714 –periodo que cubre la exposición- Flandes estaba bajo el dominio de la corona española de los Habsburgo. Amberes, una ciudad portuaria a orillas del río Escalda, que desemboca en el mar del Norte, era conocida, entre otras cosas, por la calidad de sus imprentas. Autores como Cervantes, Diego de Saavedra y Francisco de Quevedo preferían imprimir sus libros allí. “En Amberes era fácil conseguir papel, había muy buenos tipógrafos, un importante gremio de artistas, y su cercanía con la Universidad de Lovaina permitía que políglotas y eruditos en teología, ciencia, botánica, geografía, poesía y filosofía revisaran los libros,” explica Laurent, profesora de historia de la Universidad de Los Andes.
Entre los dibujantes famosos que colaboraron con las casas editoriales flamencas está Rubens, uno de los grandes nombres de la historia del arte. A su paso por el mundo de la literatura también dejó huella. A él se le ocurrió que los grabados que adornaban los frontispicios y las páginas de las biblias y demás libros publicados debían ampliar el contenido del texto o hacer eco. “Antes hacían cualquier cosa y la pegaban allí, pero a partir de Rubens los grabados se convirtieron en parte del contenido del libro.”
Una de las cosas que maravilló a Laurent fueron los detalles perfectos de los grabados. Eran pequeñas obras de arte que adornaban la página de una biblia de lujo o de un libro de bolsillo. A la profesora le encantan los que parecieran ser diapositivas de la cotidianidad de época, los mapas que ilustraban la arquitectura de las ciudades y las imágenes alegóricas del Antiguo Testamento.
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Las imprentas de Amberes solían ser empresas familiares. La dinastía de los Verdussen es bien conocida, al igual que la de la Officina Plantiniana, manejada por los descendientes de Cristóbal Plantino y de su yerno, Jan Moretus. Con estos últimos trabajó Rubens, y fueron ellos los que publicaron el famoso atlas de Abraham Orteluis, un gigantesco libro que reunió por primera vez los mapas del mundo hasta entonces conocido. Los Verdussen, por su parte, se especializaron en obras de carácter religioso y en publicaciones en español. A finales del siglo XVII fabricaban alrededor del 21 por ciento de los libros producidos en los Países Bajos para el mercado español. Trabajaron con textos de Cervantes, de Quevedo, de Saavedra y de Baltasar Gracián, entre otros.
“Las imprentas de Amberes eran tan famosas que hasta se falsificaba el sello de lo libros de la ciudad,” explica Laurent. “Pero es fácil reconocer las falsificaciones porque los grabados no tienen el mismo dominio del detalle; las portadas son simples y por lo general no tienen grabados; los márgenes no están claros y en algunos lugares la tinta está corrida; las páginas están torcidas y a veces en desorden. También se sabe por el lugar donde se expedían los permisos eclesiásticos para los libros religiosos. Si el libro hubiera sido impreso en Amberes, el permiso tendría que venir de Bruselas y no de Madrid.”
La mayoría de los libros son religiosos. Es la época de la contrarreforma y la evangelización de América, y la religión permea otras las áreas del conocimiento. “Hay sermones, biblias, tratados de teología, textos sobre la historia de la Tierra Santa y libros de música religiosa,” dice Laurent. Pero el mundo de entonces no se reducía a eso. “También nos topamos con diccionarios, tomos de medicina, de botánica, de filosofía política, de literatura, de derecho, de administración de la colonia, de crónicas de la conquista de América, y sabemos que los amantes de las humanidades estaban dedicados el redescubrimiento de los clásicos latinos.”
Los textos de pensadores como Ovidio y Cicerón se releían bajo la lupa del conocimiento religioso, filosófico y científico del momento, y de la mezcla surgían nuevos planteamientos sobre ética, lo que significaba ser humano y su lugar en el mundo.
Podría decirse que estas publicaciones hacen las veces de mapas del conocimiento y del alma de las personas de los siglos XVI y XVII. En los libros de medicina, por ejemplo, se ve cómo, a diferencia de lo que ocurre hoy, en ese entonces los saberes se traslapaban. Los textos incluían capítulos que profundizaban en la botánica, y los enfocados en las artes militares hablaban de óptica y de matemáticas.
La mayoría de los libros publicados en Amberes que llegaron a Colombia -la Biblioteca Nacional tiene unos 500- lo hicieron a través de las órdenes religiosas o de universidades como la del Rosario y la Santo Tomás. Sus principales lectores eran frailes, obispos, curas o profesores de ciencias y derecho y administradores de la colonia. “Con José Celestino Mutis llegaron más libros, pero en el siglo XVIII,” explica Laurent.
Ojeando los tomos, la profesora e investigadora quedó fascinada con las notas al margen, los subrayados y las firmas de los antiguos propietarios. “Me topé con muchas vidas. Me enteré de quiénes habían tenido el libro en sus manos y de los fragmentos de texto que habían querido resaltar. Sólo me dio tristeza que no me encontré con el nombre de una mujer, de alguna monja que hubiera revisado los textos. Debe de haberla, pero yo no la he encontrado. Si llegase a continuar la investigación lo haría para ver cómo participaron las mujeres en este intercambio de conocimiento.”
“En Flandes sí que lo hicieron. Uno ve en la información editorial de los libros que hubo momentos en los que las imprentas estuvieron al mando de la viuda de tal, y se sabe que en algunos casos eran mujeres las que revisaban los textos, aprovechando que sabían varios idiomas.”
“El Sello de Amberes: libros flamencos en Santafé, siglos XVI y XVII” no se adentra en el universo de las publicaciones posteriores a 1714. Ese año la ciudad pasa a ser parte de la corona austriaca. “Las imprentas siguen siendo importantes, pero poco a poco comienzan a decaer y atrás queda el gran boom que se vivió entre 1530 y 1714,” dice Laurent.
Gracias a un convenio entre la Biblioteca Nacional y la Universidad de Los Andes, a finales de marzo la editorial de la institución educativa publicó un libro homónimo de la exposición. No es un catálogo de lo exhibido. Varios investigadores, entre ellos Muriel Laurent, dan a conocer un abanico de estudios sobre el universo de los libros publicados en Amberes. Hay capítulos sobre las alegorías en los frontispicios, la tipografía de los libros de la ciudad belga; sobre cómo estos textos narran las guerras de Flandes y de América, y cómo circulaba el conocimiento y la lectura en el Nuevo Reino de Granada.
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