PATRIMONIO

Voto Nacional: el templo de la paz

Los barrios del Cartucho y del Bronx hundieron a este histórico lugar, construido tras la guerra de los Mil Días. Pero este símbolo del poder político y religioso renace. ¿Por qué?

10 de febrero de 2018

Si un colombiano tuviera que identificar las iglesias más importantes del país, muy probablemente no tendría en su lista a la Basílica Menor del Voto Nacional, en Bogotá. Algunos taxistas difícilmente la ubican y los que saben llegar van con miedo o responden “por allá no voy”. Pero este templo explica que muchos llamen a Colombia el país del Sagrado Corazón y representa algo que aún hoy, más de un siglo después, la nación no consigue: la paz. Ahora el Distrito la está renovando, y espera que con la transformación del sector del Bronx, a menos de una cuadra de allí, los ciudadanos dimensionen su valor histórico y patrimonial.

Es difícil encontrar un edificio que muestre la confluencia de los poderes político y religioso de la época de forma tan evidente. Entre octubre de 1899 y noviembre de 1902, la guerra de los Mil Días dejó unos 100.000 muertos –el 2,5 por ciento de la población– y terminó con el triunfo del gobierno conservador. Ante la magnitud del drama, el arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo, le propuso al gobierno nacional convertir la iglesia, que un grupo de devotos del Sagrado Corazón de Jesús construía desde 1881, en el símbolo de reconciliación entre liberales y conservadores y consagrar al país a esa devoción. Así, en mayo de 1902, el presidente José Manuel Marroquín apoyó la iniciativa y surgió la iglesia del Voto Nacional: casi 7 meses después, el 21 de noviembre de 1902, la guerra terminó. La obra solo quedaría totalmente concluida en 1938.

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“La asociación entre este voto y el templo no es casual”, dice la arquitecta Sandra Reina, investigadora de este monumento. “La guerra estaba echando a perder la armonía entre política y religión que se creía que habían logrado Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez; era una prueba del grado de polarización al que se había llegado entre los partidos, fundamentalmente, en sus concepciones sobre la Iglesia y su rol social. Por eso, hacer el voto por la paz en un templo era un gran símbolo”, añade.

Desde entonces, la iglesia del Voto Nacional, al cuidado de los claretianos, adquirió trascendencia para todo el país. Allí los gobiernos realizaban el tedeum anual con el que el presidente de turno agradecía la protección del país. Lo hizo así hasta 1971, cuando la ceremonia se trasladó a la Catedral Primada. Y desde 1991 dejó de celebrarse, por el carácter aconfesional de la nueva Constitución.

Los símbolos

El templo presenta símbolos por dentro y por fuera. La palabra pax, referida a la pax romana –el largo periodo de estabilidad que vivió el imperio entre el año 27 a. C. y el 180 d. C.–, aparece casi 200 veces, dentro y fuera de la basílica. Es la única iglesia en Colombia que tiene el escudo nacional, no solo en su fachada –custodiado por varios santos–, sino en el interior, en una de las 16 capillas que componen las naves laterales y en el centro de la escultura que adorna el altar; una figura en la que, a su vez, curiosamente tres ángeles señalan sobre un mapamundi la palabra “Bogotá”. Hasta 1948 cuando sufrió destrozos en el Bogotazo, la cúpula, de 55 metros de altura, sirvió de faro a la ciudad. Hecha de vidrio, tenía los colores de la bandera nacional de tal manera que, en las noches, cuando se iluminaba, proyectaba la presencia del Estado y la Iglesia en la capital.

En cuanto al arte, su acervo patrimonial guarda unos 600 objetos entre los que se destacan 8 óleos que el pintor Ricardo Acevedo Bernal hizo para el techo de la nave central, el fascinante reloj de la fachada (del que sale un Jesucristo dorado), así como varias esculturas, mobiliario, instrumentos musicales, candelabros y relojes, entre otros; muchos de ellos encargados en Europa y al legendario Taller Ramelli. “El estilo clásico es consistente por dentro y por fuera, un indicador de la seriedad de Julián Lombana, Francisco Olaya y Antonio Stoute, los arquitectos que participaron en ella”, sostiene el experto Carlos Niño.

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Afuera del templo también hay simbolismo. El terreno, en la actual carrera 15 con calle 10, queda al frente del parque de Los Mártires, la plaza en la que Pablo Morillo, el Pacificador, fusiló en 1816 a varios próceres: Jorge Tadeo Lozano, Camilo Torres y Tenorio, Francisco José de Caldas y Antonio Baraya, entre otros. De ahí que en 1850 el gobierno levantó un obelisco de 17 metros en su honor, un lugar que años después, con la aparición del Cartucho y el Bronx, acabó siendo “el inodoro más grande de Bogotá”, como dice Darío Echeverry, párroco de la iglesia desde hace 14 años.

El deterioro

Por su ubicación, el sector se convirtió desde los años treinta en una especie de zona franca en donde funcionaban el mercado de abastos (plaza España) y el terminal improvisado de buses y transporte de carga. Por eso, sus residentes tradicionales comenzaron a emigrar y sus casas pasaron a ser inquilinatos y hoteles donde los viajeros buscaban compañías fugaces (lo que la convirtió en zona de tolerancia), así como bodegas para guardar mercancía, uso que hoy conservan. Pero quizás la evolución de la malla vial tuvo mucho que ver con el cambio. En los años treinta, la obra de la avenida Caracas rompió abruptamente la unidad entre el centro histórico de Bogotá y esta periferia, lo que se agudizó con la ampliación de la carrera Décima.

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Los desastres del Bogotazo, en 1948, desgastaron aún más la zona y, años después, hacia 1980, una cuadra arriba de la plaza de Mártires, surgió el Cartucho, la calle en la que por 20 años confluyeron los peores dramas de la ciudad: indigencia, asesinato, tráfico de drogas y prostitución; un drama que en 2000, al surgir el parque Tercer Milenio, se desplazó al Bronx, a 60 metros del Voto Nacional.

Así, este templo quedó en el olvido. Tanto, que hasta hace dos años a la misa del domingo difícilmente asistían 15 feligreses.

Con el olvido vino el deterioro, principalmente en la fachada, el techo y la cúpula.

Aprovechando el momento político que atravesaba el país en 2016 –pleno fin de las negociaciones de paz con las Farc– y el desalojo del Bronx, el Distrito decidió renovar el Voto Nacional de 1902 al restaurar la iglesia, “esta vez para simbolizar el anhelo de finalizar una guerra de unos 18.000 días”, dice Mauricio Uribe, el director del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC).

Así, en el marco del Plan de Renovación Urbana Bronx, en septiembre de 2016 quedaron recuperados la plaza y el obelisco, y en noviembre del año pasado entregaron la primera fase de la restauración del templo, concentrada en el cuerpo y la superficie de la fachada con una inversión de 3.141 millones de pesos. Ya están asegurados los 7.700 millones para recuperar las 3 naves interiores del templo en 2018, y el presbiterio y la cúpula –que volverá a tener sus vitrales tricolores– serán intervenidos en una tercera fase aún sin fecha definida.

Desde ya, el ambiente en el Voto y sus alrededores parece distinto. El sector es más seguro, a las misas asisten en promedio 100 personas y el santuario luce cada vez mejor. Sin duda, lo que alguna vez simbolizó el clamor de todo un pueblo por la paz, surge de nuevo.