Música
La música barroca se escuchará en Bogotá, en noviembre
Los 150 años del barroco dejaron su legado, fundamentalmente en dos mundos, el de las formas menores y las de formato mayor. Ese es el mundo que abordará el V Festival de Música Clásica de Bogotá en noviembre. Por Emilio Sanmiguel.
Al contrario de otras manifestaciones, el barroco musical no conoció la decadencia, puesto que escaló la cumbre durante la segunda mitad del siglo XVIII con sus máximos creadores: Georg Friedrich Händel, que murió en Londres en 1759, y Johann Sebastian Bach, el mayor genio musical de todos los tiempos, que murió en Leipzig en 1750; murieron ciegos por malas praxis de la medicina de la época. Eran alemanes y contemporáneos porque nacieron el mismo año, 1685, Bach en Eisenach, Händel en Halle. No llegaron a conocerse, cosa que Bach nunca dejó de lamentar. Sin pretenderlo, cerraron ese periodo glorioso de la historia.
Händel se formó en la rigurosa tradición germánica de la polifonía y el contrapunto que atemperó durante los años que pasó en Italia, a donde viajó para aprender de primera mano la tradición operística, que logró no solo dominar, sino llevar a su máximo apogeo cuando se trasladó a Londres.
Luego, su instinto le advirtió que no había mucho más que hacer, usó sus conocimientos de lírica, les añadió mucho contrapunto y polifonía e hizo del oratorio un género popular; tan popular que lo sacó de la iglesia y lo instaló en los teatros. Fue inmensamente famoso, mimado de la nobleza, logró amasar una pequeña fortuna, jamás se casó y tampoco tuvo hijos.
Bach venía de una familia de músicos y tenía parientes en todas las iglesias de la Alemania de su tiempo. Al contario de Händel, ni viajó, ni tuvo dinero. Sus pocas relaciones con la nobleza fueron protocolarias, se casó dos veces, tuvo muchos hijos, algunos de ellos se encargaron de abrir el siguiente periodo de la historia: el del clasicismo. Su curiosidad lo llevó a estudiar, como pudo, toda la música de tiempo, la germánica, la italiana y la francesa, y las fusionó con la sabiduría de un científico; el único género que no abordó fue la ópera, al fin y al cabo para eso estaba Händel.
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Los dos estaban en deuda con Antonio Vivaldi, un sacerdote, siete años menor, que se las ingenió para hacer de la música su verdadera vocación, una profesión. Hasta consiguió, alegando razones de salud, dispensa para no decir misa. Gracias a su extraordinario talento se convirtió en maestro del Ospedale della Pietà, un hospicio que era a su vez conservatorio, cuya orquesta de novicias era uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad de los canales; para ellas compuso, a lo largo de más de 30 años, centenares de conciertos para todos los instrumentos imaginables, música religiosa, cantatas, oratorios y música de cámara.
Además, el cura pelirrojo, como se lo conocía popularmente, era un prolífero creador de óperas que presentaban los teatros venecianos, hacía giras por el extranjero y sabía negociar la edición de su música. Murió en Viena, arruinado y amargado, en 1741 a los 63 años. Su música fue olvidada y para que renaciera hubo que esperar hasta el siglo XX. La plasticidad inspirada de su melodía influyó a Händel y sus conciertos fueron un modelo para Bach, que escribió páginas inmortales y, de paso, abrió las puertas para el género que, junto con la sinfonía, dominó después el mundo: el concierto para teclado y orquesta.
Los 150 años del barroco dejaron su legado fundamentalmente en dos mundos, el de las formas menores –música de cámara, obras orquestales, vocales y concertísticas– y las de formato mayor: la cantata, el oratorio, música religiosa de amplio aliento y la ópera.
Ese es el mundo que abordará el V Festival de Música Clásica de Bogotá entre la tarde del viernes 12 y la noche del lunes 15 de noviembre: Bogotá es Barroco. Solo que ante los miles, sí, miles de compositores de una de las épocas más prolíferas de la historia, han preferido limitarlo al legado de esa trinidad de Vivaldi, el padre del concierto; Händel, el de la gran ópera barroca y el oratorio, y Bach, el padre eterno, o quinto evangelista, por sus centenares de cantatas, oratorios, misas y pasiones, y música instrumental.
Serán cuatro días de intensa actividad, de la mañana hasta la medianoche, para cubrir algo del legado de estos genios y llegar prácticamente a toda la ciudad, desde el nuevo Teatro El Ensueño, en Ciudad Bolívar, suroccidente de Bogotá, hasta el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, en el extremo norte, que, como en las ediciones anteriores, será el epicentro y el más intensamente programado.
En otras palabras, entre conciertos pagos en cinco escenarios y los de acceso gratuito en siete recintos, incluida la Catedral Primada, el Festival convoca cinco orquestas con seis directores, tres coros, seis agrupaciones especializadas y un notable elenco de solistas, nacionales y extranjeros, para un total de 30 conciertos.
Todo enmarcado entre dos obras monumentales, ambiciosas, complejas y exigentes: la Misa en si menor, de Bach, con la Filarmónica de Bogotá, coros y solistas bajo la dirección del español Carlos Mena, encargada de inaugurar oficialmente el evento, y el oratorio El mesías, de Händel, para la clausura con la Sinfónica Nacional, coros, solistas y dirección del alemán Jürgen Wolf, también en el Mayor.
A mitad de recorrido, la más popular de las composiciones de Vivaldi, su colección de cuatro conciertos para violín y orquesta Las cuatro estaciones, que contará con el colombiano Adrián Chamorro, quien, al igual que en tiempos de Vivaldi, será solista y director, en este caso de la Filarmónica Joven de Colombia.
La programación incluye una muy nutrida selección de conciertos de Vivaldi para diversos instrumentos. De Händel, la Música de los fuegos artificiales reales, la Suite del herrero armonioso, conciertos, arias y la novedad de oír, completa y en el orden original, la popular Música del agua.
Bach es de los tres, el mejor servido: Suites para orquesta, la Cantata del café y la brillantísima Cantata BWV 51, Partitas y sonatas para violín solo, las seis Suites para violonchelo, el Concierto italiano, hasta las Variaciones Goldberg, que junto con El arte de la fuga constituyen parte del testamento del músico sabio.
Ninguna ópera, ni de Händel ni de Vivaldi. La decisión parece sensata, si hemos de aceptar que no existe en el país ninguna tradición en la puesta en escena de ópera barroca. Como lo es que, al contrario de los grandes auditorios sinfónicos del mundo, los de Colombia no poseen órgano, instrumento fundamental del barroco. Pero esa es otra historia. Para la programación en detalle: www.teatromayor.org