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La música de mi vida: un refrescante recordatorio del poder del arte

Esta película inglesa le hace un homenaje a la música de Bruce Springsteen para retratar la disyuntiva del hijo de una familia paquistaní en la Inglaterra de los ochenta.

24 de agosto de 2019
Viveik Kalra protagoniza una historia que, en tiempos oscuros, apela a un optimismo musical contagioso.

Título original: Blinded by the Light

Año: 2019

País: Inglaterra

Director: Gurinder Chadha

Guion: Paul Mayeda Berges, Gurinder Chadha, Sarfraz Manzoor

Actores: Viveik Kalra, Kulvinder Ghir, Meera Ganatra

Duración: 118 min.

Calificación: 3 estrellas

Viendo esta película sentí el vértigo de la nostalgia. Es el Inception de los tiempos pasados: los espectadores, en 2019, ven en la pantalla gente que en 1987 ya se sentía mal de no haber vivido un poco antes. Pero no es una sensación desagradable. Es como si la nostalgia tuviera algo tranquilizante y funcionara como un escudo que, mal que bien, protege de las incertidumbres del presente.

Se trata, también, de un sentido homenaje a la música de Bruce Springsteen, que puede leerse como algo más vasto: un recordatorio del poder que tiene el arte en general para ampliar la mente, para vislumbrar otras posibilidades, para hacer habitable el mundo.

Y eso no es poco. En épocas en las que de todos lados se les pide a los jóvenes acoplarse sin pensarlo a las demandas del mercado y no perder el tiempo elucubrando más allá de lo existente, este recordatorio de la capacidad del arte resulta, además de refrescante, necesario.

La directora Gurinder Chadha lleva más de dos décadas haciendo retratos empáticos y con una sensibilidad comercial del choque cultural e intergeneracional que ha producido la migración de indios y paquistaníes a Inglaterra. Lo hizo en películas como Bhaji en la playa (1993) y Bend it like Beckham (2002). Ahora, en La música de mi vida, continúa su interés por ese encuentro de culturas, pero también se acerca con calidez a la manera de vivir de aquellos que intentan resolver las tensiones entre el país de origen de los padres –donde se valoran más los aspectos comunales de la vida– y donde nacieron los hijos, que privilegia el desarrollo individual.

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El protagonista es Javed (Viveik Kalra), un adolescente en el pueblo de Luton, en Inglaterra, hijo de un paquistaní, obrero en una fábrica de automóviles, que queda desempleado en la época de la austeridad de Margaret Thatcher.

Ahí entran las canciones de Springsteen, que le ofrecen a Javed una dirección a la cual apuntar con su música enérgica y letras de gente abrumada por la pobreza, las dudas y la sensación inescapable de estar destinado al fracaso.

Las dinámicas familiares son complicadas para el muchacho. “En mi casa, nadie más que mi papá puede tener opiniones”, le explica a una maestra. Pero el chico escribe poemas y sueña con algún día ir a la universidad y dedicarse a escribir.

Para completar, fuera de casa hay un mundo donde un tipo como él, con su color de piel e historia familiar, no es del todo bienvenido.

Ahí entran las canciones de Springsteen, que le ofrecen a Javed una dirección a la cual apuntar con su música enérgica y letras de gente abrumada por la pobreza, las dudas y la sensación inescapable de estar destinado al fracaso.

La película muestra muy bien la forma como estas canciones centradas en la experiencia de Springsteen, inspiradas en un lugar particular (un pueblo de Nueva Jersey) y en un entorno muy definido (la clase trabajadora industrial del noreste de Estados Unidos), logran volverse himnos que aplican al mundo tan diferente que habita Javed.

A pesar de los aspectos más comerciales de la película, que atenúan la intensidad del conflicto y que terminan solucionando el problema central de un plumazo –ni creíble ni elegante–, La música de mi vida contagia el optimismo de que un mundo incluyente y amigable sigue siendo posible.

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