PUBLICACIÓN

Una música que ya casi no protesta

Pese a que en el mundo persisten las guerras, la desigualdad y la injusticia, las canciones políticas ya no se oyen tanto como en otros años. Un libro recuerda la época dorada de esta música.

16 de julio de 2017

Cuando Billie Holiday, una de las voces más influyentes del jazz estadounidense, cantó por primera vez Strange Fruit (Fruta extraña) a mediados de los años treinta, la música de protesta aún era considerada un fenómeno ajeno a lo popular. Hasta entonces se trataba de canciones entonadas en mítines políticos, reuniones sindicales, huelgas y marchas, pero pocas habían trascendido ese nicho y ninguna se había convertido en un éxito comercial.

Sin embargo, la canción que Abel Meerlop compuso luego de ver la foto de dos negros linchados colgando de un árbol en Marion, Indiana, lo cambió todo. La voz de Holliday entonando frases como “árboles del sur llevan una fruta extraña, sangre en las hojas y sangre en la raíz. Cuerpos negros balanceándose en la brisa del sur, fruta extraña colgando de los álamos” impactó al mundo. Ya no era propaganda política, sino arte con un mensaje crítico. Era entretenimiento, pero cuestionaba al oyente y lo dejaba con una sensación extraña en el pecho.

A partir de entonces la música de protesta –como se le conoce en un sentido amplio a las canciones que tratan, casi siempre de forma crítica, temas políticos y sociales– alcanzó nuevos públicos. Woody Guthrie, con This Land is your Land (1944); Bob Dylan, con Masters of War (1963), y Joan Baez, con Deportee (1971) fueron marcando un camino que tiempo después retomaron bandas como The Clash, con White Riot (1977); R.E.M., con Exhuming McCarthy (1987) y Rage Against the Machine, con Sleep Now in the Fire (1999). Estas y otras muchas canciones llegaron a la radio y algunas se convirtieron en un fenómeno masivo. Tanto así que en 1999 la revista Time nombró a Strange Fruit la canción más importante del siglo XX.

Todas ellas aparecen en 33 revoluciones por minuto, historia de la canción protesta, un libro de más de 900 páginas en el que Dorian Lynskey, crítico musical del diario The Guardian, de Londres, reúne las canciones de protesta más importantes de la historia. El recorrido, que empieza en 1939 y va hasta 2004, abarca a artistas como Nina Simone o Green Day. Y aunque es un texto enfocado en el mercado anglo (Estados Unidos y Reino Unido), también alcanzan a entrar en el listado el chileno Víctor Jara, el nigeriano Fela Kuti y el jamaiquino Bob Marley.

El texto, de hecho, cuenta cómo, entre los años cincuenta y setenta, la música protesta se asentó en medio de momentos políticamente complejos y gracias a los movimientos de izquierda. En Estados Unidos floreció en un principio gracias a la lucha contra la segregación racial, el movimiento por los derechos civiles y los movimientos antibelicistas por la guerra de Vietnam. Más adelante continúa como protesta contra gobiernos neoliberales como los de Richard Nixon, Ronald Reagan o Margaret Thatcher y en alguna medida como apoyo al movimiento por los derechos LGBTI.

En ese tránsito, las canciones evolucionaron. Al principio eran casi exclusivas del folk –la música basada en los sonidos y ritmos tradicionales de Estados Unidos–, pero gracias a Bob Dylan y más adelante a John Lennon (con Give Peace a Chance), comenzó a ser interpretada por bandas de rock, rap e incluso artistas pop. Para el periodista musical Manolo Bellón, eso también se debe a los cambios demográficos de la época: “Hasta los años cincuenta, la música protesta en casi todo el mundo se basaba generalmente en estilos folclóricos tradicionales que tenían un gran arraigo campesino y rural. Pero en los sesenta y setenta, cuando el mundo se urbaniza, la música protesta cambia y se empieza a hacer con el ‘rock’”.

En América Latina, mientras tanto, varios artistas ya incluían mensajes políticos y sociales en sus canciones. Además de Víctor Jara –perseguido y asesinado en 1973 por el golpe militar de Augusto Pinochet–, la chilena Violeta Parra, los argentinos Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui y Facundo Cabral, e incluso los colombianos Ana y Jaime o Pablus Gallinazus se inspiraron en la desigualdad social, el surgimiento de movimientos guerrilleros y las dictaduras en algunos países del Cono Sur para componer sus letras.

Pero mientras el tiempo pasaba y la efervescencia política disminuía, la canción protesta fue perdiendo poder de convocatoria. Nunca desapareció, pero dejó de ser el movimiento influyente y poderoso de otros años. Por eso, y a diferencia de lo que pasó con la guerra de Vietnam, la ocurrida en Irak o la de Afganistán, las canciones políticas fueron más bien pocas. American Idiot (2004) o Wake Me Up When September Ends (2004) de Green Day fueron algunas de las excepciones.

“Cuando escribí el libro sentí que el declive había sido muy notorio –le dijo Lynskey a SEMANA–. Por eso escribí que había sido una especie de elegía y que la música protesta ya no tenía la misma capacidad para ganar terreno y para influir”. Y aunque en América Latina siguieron apareciendo grupos como Molotov, Bersuit Vergarabat o Calle 13, que aún hacen canciones en las que critican al sistema y a los gobiernos, algunas personas tienen la misma sensación de que no son tantos como hace unas décadas y que su mensaje ya no está de moda, como pasaba antes.

Para Humberto Moreno, quien actualmente dirige MTM discos y que antes estuvo en algunas de las disqueras más importantes del país, el asunto también tiene que ver con la nueva generación: “La canción con mensaje social nunca ha desaparecido, pero al cambiar la gente, cambian las inquietudes. Puede ser que el joven de hoy sea más disperso, y aunque muchos aún hacen parte de movimientos contestatarios, eso no es tan visible como en la época original de la canción protesta”.

El contexto actual, sin embargo, parece propicio para los músicos que triunfaron en los sesenta y los setenta. El descontento social sigue siendo alto y los roces políticos han aumentado debido al triunfo de Donald Trump, al brexit, al crecimiento de movimientos populistas y nacionalistas, y a la indignación que reina en las redes sociales. “Yo veo que la música de protesta o de contenido social existe hoy gracias a esfuerzos individuales y ocasionales. Son canciones sueltas y no artistas que se dedican a componerlas todo el tiempo. Pero en escenarios como el del rap, o la música que se hace en Ciudad Bolívar y algunas comunas de Medellín, sigue estando muy presente”, cuenta Bellón. Además en todo el mundo hay grupos de punk y de hip hop, que aunque no son tan conocidos, tienen mensajes muy políticos.

Algo similar piensa Lynskey, quien en la segunda edición del libro matizó la frase en la que decía que la canción protesta estaba en un declive “aparentemente terminal”: “Lo hice porque ha habido una especie de resurgir, sobre todo en la música ‘hip hop’, pero en algunos casos también en el pop y en el ‘rock’. Los artistas hoy hablan de política y hacen canciones con mensaje. Kendrick Lamar, Beyoncé, Kanye West, Jay-Z, y algunas veces Muse, son el ejemplo perfecto”.

Por eso, aunque la canción protesta –un concepto que, de hecho, molesta a algunos músicos– ya no tiene la misma relevancia de hace unas décadas, es muy difícil que desaparezca. En efecto, muchos artistas aún creen que su música es un vehículo para denunciar la situación política y social en la que viven sus contemporáneos. En fin, para cambiar el mundo.