LA NAVE DE LOS SUEÑOS

Aunque posee un guión bien desarrollado, la cinta de Ciro Durán es más bien pobre en elementos cinematográficos. HH

18 de noviembre de 1996

Director: Ciro Durán Protagonistas: Ramiro Meneses, Oscar Borda, Gledys Ibarra, Lourdes Elizarraras, Frank Spano, Luis Felipe Tovar, Claude Pimont Los más escepticos siguen intentando expedirle certificado de defunción. Pero el cine nacional no sólo no ha muerto sino que el último aire de su agonía parece haber sido todo un reconstituyente. Con la empresa privada metida de cabeza en los proyectos y el interés de los países amigos en las coproducciones, el cine colombiano ha encontrado por el momento su tabla de salvación. Los dos últimos estrenos de películas nacionales hablan por sí solos. Independientemente de la opinión de los expertos, el público ha acudido en masa a tomarle el pulso a las recientes producciones de Jorge Alí Triana y Sergio Cabrera. El único que faltaba era Ciro Durán para completar la tripleta de inauguraciones colombianas en escasos dos meses, un récord para una industria que hace pocos años olía a formol. Después de Edipo alcalde e Ilona llega con la lluvia, le ha tocado el turno a La nave de los sueños, la cinta producida en comunión con México y Venezuela. Fiel a su estilo, el director nortesantandereano, autor de Gamín, Nieve tropical y Bésame mucho, toca en esta ocasión el tema de los polizones y su drama en torno de la consecución del sueño americano. Filmada casi en su totalidad en un galpón de la zona industrial de Bogotá, la película cuenta la aventura de seis latinoamericanos en su afán por llegar a Nueva York de contrabando a bordo de un buque de carga. El filme, denso y claustrofóbico, sumerge al espectador durante 90 minutos en la bodega del barco, allí donde los héroes viven su pequeño infierno de esperanza en su deseo por llegar a salvo a su destino impredecible. Cada uno posee su propio pretexto para justificar el destierro: un sicario que huye de la ley, una mujer para quien cualquier cambio es ganancia, otra que busca dinero para mantener a su hijo, un seudopoeta comunista con ínfulas de librecambista y dos jóvenes en busca de un futuro promisorio. Así las cosas, por encima de las consideraciones artísticas a Durán le interesa ante todo la realidad en la que viven sus protagonistas y los conflictos que surgen en medio del encierro bajo el riesgo de la captura. El guión, bien construido y desarrollado por Duvan Kuzmanich y por el propio Ciro Durán, apunta hacia una reflexión alrededor de la solidaridad como fuerza de poder frente a la adversidad en contraposición de los intereses particulares. Sus personajes, algunos un tanto caricaturescos, como el de aquel poeta que no alcanza a encajar dentro de la trama, se elaboran a sí mismos y viven su ilusión sin falsas pretensiones. Se mueven a tono con su drama y su personalidad, lo cual sustenta la credibilidad de una trama en la que Ramiro Meneses, se lleva los aplausos por su naturalidad en un papel que hace recordar vagamente a Rodrigo D. En contraste, La nave de los sueños abandona cualquier intento estético por la imagen. Salvo algunas escenas en cubierta que sirven para ofrecer un respiro al espectador ante la fatigosa atmósfera de la bodega, la cinta no es muy rica en recursos cinematográficos. Está la imagen, por supuesto, medida por encuadres que se repiten una y otra vez. Pero en general se trata de un filme tal vez mal iluminado, con errores en el color y en ocasiones hasta en el foco. Aunque recién desempacada, da la impresión que la película hubiera sido filmada hace 10 años. Si en La gente de la Universal la tosquedad de la fotografía era premeditada y acorde con la intención del director, en La nave de los sueños la fórmula no tiene un fundamento concreto y parece más un descuido que un respaldo argumental. En cualquier caso, lo que sí tiene garantizado la película de Ciro Durán es el público. Por encima de las cintas de Triana y Cabrera, La nave de los sueños toca directamente la fibra de una gran masa de colombianos que se identifican con su causa. Y eso lo sabe muy bien Durán, quien desde hace rato dejó de pensar en la crítica para ocuparse de los espectadores, quienes son en últimas los verdaderos receptores.