Música clásica
La Orquesta Filarmónica de Bogotá, de cara al mundo con obras de Beethoven
Con obras de Beethoven, la Filarmónica de Bogotá lanza su primera grabación internacional. Por Emilio Sanmiguel.
Esta no es la primera. Porque a lo largo de sus más de 50 años de vida, la Filarmónica ha producido algo más de 25 grabaciones. En ese sentido no es la primera. Pero sí es la primera dirigida al público internacional. Al fin y al cabo, los precedentes estuvieron caracterizados por la necesidad de llegar al mercado y al público local.
Casi siempre con un doble propósito: primero, divulgar los compositores colombianos, los de la llamada música popular y los de la clásica, o culta, o como quiera que se llame y, segundo, para generar un frente de trabajo a los arreglistas y orquestadores nacionales.
Esta grabación es diferente. La Filarmónica ha mirado su difícil historia –probablemente sea la única orquesta del país sistemáticamente perseguida y acosada para borrarla del escenario cultural por su objetivo de buscar a toda costa la popularización de la música, no como un patrimonio de las élites, sino como un derecho de todos– y concluye que ha llegado el momento de presentar su trabajo al mundo.
Pero no se trata simplemente de entrar al concierto de las grandes orquestas profesionales del mundo. Desde una óptica local, la orquesta bogotana debe ser la más importante apuesta cultural del Distrito Capital y, por lo mismo, este compacto parece entrar a complementar las actividades de un organismo que hace varios años dejó de ser una orquesta para convertirse en un verdadero sistema de agrupaciones instrumentales y vocales, cuyas actividades se despliegan a lo largo y ancho de la capital de país.
En la cúspide de ese sistema se instala la joya de la corona, la orquesta grande, la que viene trabajando ininterrumpidamente, semana tras semana, desde hace más de medio siglo. Desde lo internacional, la intención es obvia, poner una pica en Flandes. En el Flandes de la discografía, que sigue siendo el termómetro con el cual se mide el trabajo de los artistas de la música. Que un artista –instrumentista, cantante, orquesta– consiga llegar a la élite de los grandes es un anhelo de cualquier país. Muchos lo han intentado. Hasta han tocado el cielo, pero en un medio como el musical no basta con llegar: hay que permanecer.
En el pasado solo lo consiguió Rafael Puyana (Bogotá,1931-París, 2013), en su momento el primer clavecinista del mundo y pionero del renacimiento de la música antigua, cuyo arte quedó inmortalizado en grabaciones que han logrado desafiar el paso del tiempo. En justicia tendría que estar al lado de Gabriel García Márquez y Fernando Botero.
Con el lanzamiento de este CD, la Filarmónica acaba de tocar el cielo de manera asombrosa. Hace unos años, algunas de sus directoras, movidas más por el deseo que la realidad, le endilgaron el eslogan “Segunda orquesta de Latinoamérica”, sugiriendo que venía después de la Simón Bolívar de Venezuela (que aparentemente no pasa por su mejor momento). Hechos, no palabras. La Filarmónica no ha sucumbido a la tentación de autoproclamarse “Primera del continente”.
Los nombres detrás del milagro
Para qué negarlo. Tras el fenómeno hay dos nombres. El del titular de la orquesta grande, Joachim Gustafsson, un sueco, titular de la Sinfónica de Boras y del Festival internacional Tommie Haglund en su país, lo suficientemente curtido como para saber exactamente lo que hace; lo suficientemente joven como para comunicarle a la orquesta la energía que demanda un trabajo tan comprometido; y lo suficientemente enérgico como para liderar el proceso de convertir la de Bogotá en un fenómeno internacional.
Con él, el director administrativo, David García, para no ir tan lejos, gestor del milagro de convertirla en el ‘sistema’ que es hoy en día, un violinista que mejor que nadie entiende la razón de ser de la Filarmónica como aparato cultural. Bueno, en justicia la orquesta, que a fin de cuentas es la protagonista de este gran paso.
De la mano de Beethoven
Un paso tan comprometido no daba escapatoria. Era necesario jugarse el todo por el todo. Para darlo, hubo, eventualmente, dos caminos. El primero no ofrecía riesgo alguno, tomar un compositor, no excesivamente popular –los hay por miles– y organizar una grabación de obras suyas con el argumento, válido, de sacar a la luz música caída en el olvido: un gesto generoso, altruista y, sobre todo, de escaso riesgo.
El segundo, enfrentar a alguno de los inmortales, Mozart, Brahms o Mahler, tan ligado desde siempre a la orquesta. Optaron por Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827), que de todos debe ser el más frecuentado por las casas disqueras, por su popularidad. Hay que tener coraje para lanzarse con un Beethoven. Gustafsson, García y el sello AMC Amchara Classical optaron por el compositor alemán en sus conciertos para piano, con la actuación, como solista, del sueco Niklas Sivelöv. Este CD es primero de una serie.
Nada parece haber quedado al azar. Porque trae el Concierto en sol mayor, op. 58 y el en re mayor, op. 61a.Veamos: el en sol mayor op. 58, cuarto de los cinco de la numeración oficial, es de los cinco el más profundo, el más íntimo, el que elude el virtuosismo del tercero y la espectacularidad del quinto Emperador, el que desafía la tradición porque el piano está encargado de abrirlo y, luego de ir a las profundidades más confidentes del alma del compositor, emerge triunfal, como una metáfora de la vida.
El otro concierto, el en re mayor, op. 61a, es en realidad transcripción del Concierto para violín, op. 61, producto de una negociación entre Beethoven y Muzio Clementi, un inglés, empresario, constructor de instrumentos, editor y uno de los grandes pianistas de su tiempo, quien le sugirió una buena suma para la transcripción, obra que, a pesar de ser lo que es, una transcripción, es Beethoven, es audaz. Si el cuarto lo abre el piano, en este el timbal es responsable de iniciarlo y contiene la transcripción, un fragmento que, por sí solo, justifica la grabación, una cadenza para piano y timbal, cuya audacia no ha perdido frescor.…
En Ciudad Bolívar
No todos los auditorios, o teatros, por lograda que sea su acústica, sirven para hacer grabaciones. Para el ingeniero de sonido Daniel Davidson –no confundir con el homónimo guitarrista roquero–, las mejores condiciones en Bogotá las ofreció el Teatro El Ensueño en Ciudad Bolívar, al suroccidente de la capital.
En su interior se realizó la grabación, instalando la orquesta en un círculo para favorecer el sonido de las tomas y conseguir el mejor empaste y esmalte de este Beethoven que, sin ánimos chauvinistas o emociones patrioteras, es excepcional. La actuación del pianista Sivelöv es excelente, al lograr fundir el piano con la orquesta. La Filarmónica también está a la altura del reto, por sonido, compenetración y estilo. Y Gustafsson logra hacer de este debut internacional mucho más que una anécdota.