Entrevista

“La persona que amas te enseña a ver el mundo. Yo aprendí a verlo con los ojos que ella me daba”: Fernando Savater

Uno de los invitados estrella al Hay Festival de Cartagena, el filósofo conversará con Alejandro Gaviria. Hablamos con él sobre su último libro, “La peor parte”, y sobre la vida, la muerte, el amor, la memoria y los libros.

Cristina Esguerra Miranda
27 de enero de 2021
Fernando Savater. Foto cortesía del Hay Festival.

Por Cristina Esguerra Miranda

¿Cómo describiría su libro, “La peor parte”?

Es un libro muy personal. No es como los otros que uno escribe en los que tiene un tema, una idea. Éste es sobre una vivencia que me ha ocurrido y que, en principio, sentí casi que una obligación de contar. Está dedicado a mi esposa, Sara Torres, quien murió hace casi 5 años. Lo he escrito con bastante esfuerzo y dolor porque era remover muchos recuerdos, muchos años de vida.

“La peor parte” es una forma de declarar lo que ella fue para mí y para muchas personas. El libro está dedicado a realzar su figura y a mostrar que fue una persona importante para muchos.

A lo largo de “La peor parte”, en el poema final que le escribe a su esposa y en la charla que da en Imagina el Mundo del Hay Festival, habla de grandes temas como el amor, la vida y la felicidad a través de los detalles de lo cotidiano. ¿Por qué?

Los grandes temas de nuestra vida se expresan a través de nuestra cotidianidad. Esta última está hecha de detalles, de sentimientos, de ternura y a veces también de enfrentamientos y de polémicas. A través de esos acontecimientos conocemos las grandes realidades del mundo: el amor, la muerte, la lucha por la libertad... No se presentan crudas sino siempre ambientadas en nuestra cotidianidad, que es lo que narro en el libro: la vivencia única que tuve con mi mujer durante tantos años.

¿Qué le enseñó su esposa sobre la vida?

Para mí ella fue una revelación permanente. Aún ahora, muchas de las cosas que pienso, que me gustan, que hago, es por influencia suya. En ocasiones voy a hacer algo y pienso: esto es lo que ella hubiera querido y esto otro no. Todavía siento el peso de compañía espiritual; me sigue dirigiendo.

Fernando y Sara tuvieron una relación de 35 años. | Foto: Google

En los primeros capítulos del libro usted describe la personalidad única de su esposa y habla de su vida en pareja. El último se centra en los meses de enfermedad y le cuenta al lector sobre los cambios en el carácter de Sara. ¿Lo hizo ello pensar de una manera distinta sobre la relación mente o alma y cuerpo, uno de los temas más fascinantes de la filosofía?

Siempre he pensado que el alma tiene mucho que ver con su cuerpo, con su instrumento corporal. Es verdad que la presencia espiritual -llamémosla alma- es muy importante en la vida, pero nunca se da separada de nuestro cuerpo, de sus dolores, de sus alegrías de sus placeres...

Evidentemente una enfermedad como la que padeció Sara -un tumor en el cerebro-, la parte más espiritual de una persona, introduce unos cambios en el carácter. La persona sigue siendo la misma, pero tiene chispazos diferentes, y eso a veces complica mucho la convivencia. La persona te resulta extraña, no es la de siempre porque la enfermedad la ha transformado.

Para mí esos meses fueron tremendamente reveladores, pero también tremendamente destructivos y traumáticos.

“La peor parte” es un ejercicio de memoria, y la suya juega un papel muy importante en sus escritos y en sus reflexiones. Con frecuencia trae a colación citas de otros autores. ¿Qué papel juega la memoria en la vida y en el ejercicio filosófico?

La memoria es la continuidad de nuestra identidad, de nuestro ser. Dicho de otro modo, las personas somos lo que hemos sido; estamos hechos fundamentalmente de memoria, de tiempo recogido en nuestro espíritu y convertido en nuestra sustancia.

Por eso, cuando hablas con alguien lo haces con la persona presente, pero teniendo en cuenta todo lo anterior. De ahí la relación tan especial que tenemos con las personas que hemos conocido cuando éramos niños.

Yo desconfío de estas formas pedagógicas modernas que dicen que la educación no tiene que ser memorística. Y, efectivamente, no todo se puede ni se debe aprender de memoria; pero la memoria es fundamental para la persona. Para nosotros lo más importante es el lenguaje, y lo aprendemos de memoria. Por eso cuando se padecen enfermedades como el Alzheimer se olvidan los nombres de las cosas.

En el prólogo de “Ética para Amador”, usted escribe: “Ten confianza en ti mismo. En la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo que ya eres y en el instinto de tu amor que te abrirá a merecer la buena compañía”. Hoy, ¿le añadiría algo a esa frase?

No, creo que ahí está contenido todo. Claro, se puede detallar: cuando uno habla de desarrollar la inteligencia eso tiene muchos campos y el instinto del amor también se desarrolla de muchas formas. Pero yo creo que, en el fondo, en una fórmula breve, ahí está la verdadera lección: esas dos son las dos cosas que necesitamos. No debemos dejarnos llevar por el odio, la envidia y el miedo sino por la inteligencia y el amor.

Si yo tuviera que sintetizar de algún modo la experiencia de mi vida, lo haría así.

Usted ha dado miles de entrevistas. ¿Qué pregunta no le han formulado que le hubiera encantado que le hicieran? ¿Cómo la respondería?

La verdad, en las entrevistas procuro contestar lo que me preguntan, y no pienso encima más cosas que me podrían preguntar.

Sara, mi mujer, me solía decir que quería entrevistarme y hacer un libro con ese material. “Nunca te preguntan las cosas que verdaderamente a ti te interesan, y yo las sé,” decía. Y es verdad. Probablemente ella hubiera podido hacerme un libro de entrevistas con unas preguntas que los demás no hubieran podido formular, por eso mismo de la convivencia.

Nosotros, afortunadamente, teníamos una convivencia amorosa bien lograda. Y lo que tiene ello, es que de los temas más sencillos, más ingenuos -una película que estamos viendo, por ejemplo- nos daba pie para reflexiones profundas, interesantes, de peso. No necesariamente giraban alrededor de grandes temas trascendentes, sino simplemente lo que sugiere la vida.

La vida va constantemente sugiriendo cosas que no habíamos visto, que no conocíamos. Para el que sabe mirar, la vida está siempre llena de sorpresas.

Ahora lo que yo siento es que me quedé sin quien compartir esas cosas. Constantemente se me ocurren ideas y pienso, esto me hubiera gustado decírselo a Sara. Desgraciadamente el mundo parece haber perdido su eco, su resonancia, su profundidad.

Cuando estás con alguien que quieres y con quien te entiendes, esas preguntas que te haces sobre cosas que aparentemente no son trascendentes, están siempre sumándole importancia a la vida.

En “La peor parte” usted cuenta cómo su esposa fue ampliándole su campo de visión de la vida.

Por supuesto, la persona que amas te enseña a ver el mundo.

Yo aprendí a ver el mundo con los ojos que ella me daba. Vi las cosas de manera diferente porque ella me las hacía ver de manera diferente. Uno de los grandes aportes del amor es que nos hace clarividentes, vemos las cosas con más claridad que cuando no estábamos enamorados.

En el libro usted publica algunas de las cartas que le escribió a lo largo de la vida, sobre todo cuando comenzaban a salir. En ellas le cuenta sobre sus lecturas y siempre está leyendo dos autores. ¿Cómo los combina?

Siempre he leído no solamente dos sino más, y en diferentes horas del día. Cuando estoy en la cama, por ejemplo, antes de dormir o cuando me despierto, normalmente leo una novela porque las novelas son lo que me hace soñar. Por las mañanas leo cosas relacionadas con mi trabajo; por supuesto, primero los periódicos -siempre he sido muy lector de periódicos-, y luego cosas del trabajo. Y por la tarde suelo leer autores como Borges o como Leopardi, que son mezcla de filosofía y literatura.

Ahora estoy leyendo tres o cuatro libros. Además, con esto de la epidemia y que se pasa uno la vida metido en casa, da más tiempo para leer.

¿Qué recomendaría leer en este momento?

Cada quien tiene que buscar sus lecturas porque son un descubrimiento de uno mismo. Por supuesto están los grandes clásicos como Shakespeare, Cervantes o García Márquez que todos leemos en algún momento de la vida. Pero luego cada quien tiene que buscar sus propios autores porque hay gustos diferentes.

No hay un libro obligatorio para todos. Son, afortunadamente, un muestrario de oportunidades y cada uno tiene que elegir, y aprender a buscar lo que quiere. Yo, por ejemplo, ya no digo nunca que un libro es bueno o malo. Simplemente pienso: ¿es o no para mí?

¿Cómo se fue desarrollando como lector?

A base de leer mucho desde pequeño. Mi madre fue siempre muy buena lectora y leía cuentos que yo me aprendía de memoria. Algunos me los repetía muchas veces -así suelen ser los niños- y yo solía coger el libro y hacer como si estuviera leyendo. Los mayores se sorprendían de que a los tres años leyera tan bien.

Así poco a poco me fui aficionando a la lectura. Empecé con los cómics y los tebeos de la época, y luego con libros.

Cuando yo era niño no había televisión, y al cine se iba para el cumpleaños o en alguna ocasión bien especial. A mí no me gustaba el fútbol ni los deportes, y la lectura fue un refugio desde pequeño. Me aficioné mucho a ella.

Me gustaría preguntarle su opinión sobre el momento que está atravesando la humanidad. ¿Cree que vivimos es un punto de quiebre?

Epidemias ha habido muchas. A lo largo de los siglos prácticamente no ha habido ninguna vida humana, medianamente larga, que no haya conocido algún tipo de epidemia. Yo he conocido dos, la primera en el año 57 cuando tenía 10 u 11. La gripe asiática fue otro virus como este y también causó muchos muertos.

En la literatura uno ve cómo las epidemias han acompañado siempre a la humanidad, aparecen en Tucídides, en el Rerum Natura de Lucrecio...

Pero es cierto que la generación más afectada no sigue siendo exactamente igual porque perdió a varios de sus miembros y se acostumbró al miedo a perder lo más importante.

Es un momento en el que la vulnerabilidad humana se siente aún más.

La verdad, yo siempre he sentido mucho la vulnerabilidad humana. Siempre he tenido claro que estamos viviendo en la cuerda floja; la presencia de lo que nos destruye siempre está muy cerca.

Por eso creo que la ética es importante. La ética -la consideración de los otros como semejantes-, es importante porque los otros son tan vulnerables como nosotros, y por eso hay tratarlos con miramientos, con cuidado, para ayudarnos a vivir juntos. Esa es la base de la ética.

La persona que desarrolla una visión solidaria pisa el mundo con más seguridad que aquel que cree que es invulnerable. A este último la vida le va a mostrar que no es invulnerable ni muchísimo menos, antes o después uno ve su fragilidad y la fragilidad de los que ama.

Las características del coronavirus nos están llevando a ser más conscientes de que todos estamos conectados y que tenemos que pensar en términos de red.

En una situación como esta nadie querría salvarse solo. La verdad es que cada vez que una persona querida muere, también morimos nosotros en buena medida. Queremos salvarnos, pero salvarnos juntos. Yo creo que eso es una lección sobre lo que es el mundo y la vida.

*La conversación entre Fernando Savater y Alejandro Gaviria comienza es el sábado 30 de enero a la 1:30pm. A través de este link puede inscribirse al evento.

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