Dicen los que saben que en Colombia hoy se vive una primavera teatral. Argumentan que florecen nuevos directores, nuevos dramaturgos, nuevos actores, nuevos escenógrafos, nuevos vestuaristas. Y, lo que magnifica el hecho, buena parte de lo que brota es de muy buena calidad. Pero estos que saben no quieren cometer una injusticia histórica. Si bien es cierto que las artes escénicas atraviesan por un gran momento, piden no olvidar que en el país siempre hubo grandes representaciones y que existen grandes pioneros (Santiago García, Patricia Ariza, Enrique Buenaventura y Ricardo Camacho, entre muchos otros). Ocurrió que al mismo paso en que los tiempos cambiaban, también lo hacían las temáticas de las obras. Hace cuatro décadas se hacía un teatro muy político –con inclinación hacia los movimientos de izquierda–, en la mayoría de los casos convencional en donde algunos pocos se salían del molde como María Teresa Hincapié o Sergio González. A la vez, las salas se contaban con los dedos de la mano y su difusión no era muy amplia. Hacia los años noventa apareció la generación de Fabio Rubiano, Víctor Virviescas, Ricardo Sarmiento, Fernando Montes y Juliana Reyes. Ese grupo tomó riesgos, buscó nuevos lenguajes, hizo adaptaciones de autores contemporáneos alemanes y estadounidenses. Y empezó a escribir obras propias. Rubiano, director, actor y dramaturgo, recuerda: “A uno le decían que para qué hacerlo si ya todo lo habían escrito Chéjov o Shakespeare”. El movimiento de ahora, hijos del Festival Iberoamericano de Teatro, frutos de la academia, con maestrías a cuestas y algunos producto de diferentes profesiones, retoma lo bueno del ayer y se ocupa de lo que faltó. Estos nuevos creadores, menores de 40 años de edad, si tienen una idea, la desarrollan; son más libres, no conocen barreras. Según los que saben, además de la preparación y el talento que tienen, les tocó una época mejor. Esta vez argumentan que, gracias a las redes sociales, ahora es más fácil promocionar una obra, casi cada grupo tiene una propia sala y el Ministerio de Cultura reconoce con becas algunos buenos proyectos. “También es una generación, como dice el director y actor Mateo Rueda, que vivió una niñez convulsionada en medio de un país en guerra y que se formó con los videojuegos, el computador y toda clase de cine.” Esos múltiples factores hacen parte de sus dramaturgias. Fabio Rubiano, uno de los que más sabe, destaca las obras de Felipe Botero, actualmente fuera del país, quien hace un teatro muy realista con gran desarrollo de los conflictos de sus personajes. Y resalta a Laura Villegas por ser la mujer de los grandes formatos, la del refinamiento estético. Reconoce a Felipe Vergara por usar la poesía alrededor de la violencia y a Martha Márquez por apelar a un lenguaje lleno de humor y profundidad. Sobre Jorge Hugo Marín, de La maldita vanidad, subraya su capacidad como director. Víctor Quesada se distingue por la importancia que les da a los actores. Verónica Ochoa siempre va más allá de lo común en sus obras y Carolina Mejía, de Ruedaroja, apela al clown, humor sencillo, pero inteligente. Otros nombres que irrumpen con fuerza en las artes escénicas son los de la actriz y bailarina Catalina Mosquera; Cristina Pimienta, del grupo guajiro Jayeechi; Susana Uribe, de Cali, y Farley Velásquez y Victoria Valencia, de Medellín. Gran presencia femenina. Patricia Ariza, otra autoridad, destaca que las mujeres están irrumpiendo en el teatro con propuestas nuevas, en las cuales se combina de manera muy interesante lo íntimo con lo político. Aunque el presente es favorable, aún faltan detalles por afinar. Se espera que la cartelera teatral tenga más oferta, que las salas entiendan que si el stand up comedy es rentable (es más barato de producir y tal vez más fácil de hacer), las artes escénicas no lo son menos. Nicolás Montero, director y actor, y otro de los que saben, admite que existe una generación talentosa, pero que la oferta no es suficiente para una ciudad como Bogotá, que falta consolidar un circuito teatral, una institucionalidad, una organización, que a estos nuevos talentos hay que rodearlos. Su miedo es que esta primavera nunca conozca lo que es el verano. 1. Jorge Hugo Marín (director y dramaturgo) Tiene 33 años y es maestro de arte dramático de la UdeA. Fundó la compañía La maldita vanidad. Su interés es la crítica social. Pronto hará una gira con Matando el tiempo, obra sobre la codicia y el poder. 2. Laura Villegas (directora y directora de arte) Estudió en Londres actuación y dirección de teatro. Una innovadora. En 13 sueños concretó una obra multidisciplinaria e interactiva. Su próximo trabajo: De tener el tiempo en un segundo. Tiene 35 años. 3. Mateo Rueda (director y actor) Estudió cine y teatro. En Odeón está presentando The Gessell - Niklauss Project, arte dramático con animación de objetos. Hace teatro de inmersión: el público participa de la trama. Tiene 37 años. 4. Verónica Ochoa (directora y dramaturga) Estudió literatura y teatro. Tiene 37 años y refleja indignación, como en Corruptour, país de mierda, caso Jaime Garzón, un paseo en chiva por los lugares que rodearon la muerte del humorista. Rompe convenciones. 5. Victor Quesada (dramaturgo y director) Estudió teatro en Londres, Moscú y Río de Janeiro. Tiene 29 años. Su sello es la comedia negra y su objetivo, teatro asequible para todos. Recién tuvo en temporada Apesta, historia sobre unos inmigrantes. 6. Martha Márquez (dramaturga, directora, actriz) Estudió arte dramático. Con El dictador de Copenhague ganó el Premio Nacional de Dramaturgia, obra inspirada en el tema Garavito: un violador queda libre y el padre de una víctima no sabe si ajusticiarlo. Tiene 39 años. 7. Carolina Mejía (directora y dramaturga) Tiene 29 años y estudió artes escénicas. Es la codirectora, con Mario Escobar, de la compañía Ruedaroja. Su trabajo se basa en el clown, en el ridículo que despierta conciencia. En Casa E presenta actualmente Cuarteto. 8. Felipe Vergara (dramaturgo y director) Tiene 37 años. Estudió filosofía en los Andes y una maestría en dirección de teatro. Su gran obra es Kilele, versión poética sobre la masacre de Bojayá. El teatro es para él una forma de reflexionar sobre la sociedad.