ARTE
La revolución que nunca fue
El crítico de arte Humberto Junca da sus impresiones sobre 'Diego, Frida y otros revolucionarios', nueva exposición del Museo Nacional de Bogotá. Una muestra sobre el camino politizado que tomó el arte mexicano en el período de 1906 a 1940.
Hace más de 150 años, durante la guerra provocada por la campaña intervencionista y expansionista de los Estados Unidos de América contra México, el gobierno mexicano incorporó a su discurso ideológico un conjunto de conceptos en defensa de la integridad territorial y en contra de la intervención extranjera: "Nación, patria, soberanía e independencia". Más de medio siglo después, Francisco Madero enarboló esa misma bandera del orgullo nacional en su campaña en las elecciones de 1911, y logró poner fin a las tres décadas de la dictadura de Porfirio Díaz.
Pero Madero fue asesinado y México vio el inicio de una década nefasta de luchas armadas entre una clase política corrupta y un puñado de insurgentes (como Emiliano Zapata y Pancho Villa) que defendían causas como el derecho a la educación, la reforma agraria o una verdadera justicia social. Estos 10 años (de 1910 a 1920) fueron los años de la revolución mexicana, que llegó a su fin con la redacción de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Lo que siguió fue una revolución social y cultural que influyó notablemente en muchos países en Latinoamérica y que utilizó el arte como medio "para educar a las masas, derrotar a los burgueses y a los individualistas y fortalecer el nacionalismo". El cerebro de semejante programa de propaganda ideológica fue el nuevo secretario de Educación, José de Vasconcelos, quien tuvo claro que el arte público -y en especial la pintura mural- era un medio masivo tan poderoso como efectivo para llegar a los ciudadanos.
Del 27 de agosto al 15 de noviembre, el Museo Nacional de Colombia presenta Diego, Frida y otros revolucionarios, una muestra del arte mexicano en ese convulso capítulo de su historia, con 53 obras realizadas entre los años 1906 y 1940 por artistas como Diego Rivera, Frida Kahlo, Leopoldo Méndez, Rufino Tamayo o José Chávez Morado. Esta exposición es una curaduría con obras del Museo Nacional de Arte de México (Munal), el Instituto Veracruzano de Cultura y el Museo de Arte de Tlaxcala, escogidas por la historiadora de arte mexicana Natalia de la Rosa, quien, aparte del nacionalismo y el uso del panfleto y la propaganda, quiere evidenciar las contradicciones, los giros y los caprichos dentro de ese modernismo mexicano, utilizando cuatro temas base: espacio pictórico, paisajes nacionales, propaganda política impresa y escenas y retratos. De la Rosa dedica especial atención a Diego Rivera y a las obras que elaboró en su viaje de estudios por España y Francia, influido por el cubismo de Picasso y por el postimpresionismo de Cézanne; la conclusión es que, a diferencia de lo que se espera de un artista tan mexicano como Rivera, éste utilizó elementos de color y perspectiva que tomó de la vanguardia europea.
Cristina Lleras, curadora de las colecciones de arte e historia del Museo Nacional (y también co-curadora de esta exposición), dice: "Las obras tempranas de Frida Kahlo también tienen influencia europea, porque su padre era de ascendencia alemana. Él tenía un estudio fotográfico y se sentía atraído por el expresionismo. Por eso en el dibujo 'Frida en Coyoacán' uno ve una arquitectura como salida de la película 'El gabinete del Doctor Caligari', con esos planos que se cruzan en una perspectiva imposible".
Junto a Diego, Frida y otros revolucionarios, que se exhibirá en la Sala de Exposiciones Temporales Gas Natural del primer piso, Lleras ha planeado, en compañía de Olga Acosta, dos muestras más, con piezas de la colección del Museo Nacional que atestiguan la cooperación e intercambio cultural entre México y Colombia desde el siglo XIX. Una, Tan lejos, tan cerca, revisa lo que pasó entre estos dos países en la década de 1930 a través de 60 piezas entre documentos, dibujos, pinturas y fotografías. Y la otra, Lecciones de pintura: Felipe Santiago Gutiérrez en Colombia, está dedicada a ese pintor mexicano que por invitación de Rafael Pombo, en 1873 fundó las dos primeras academias de arte privadas (una para varones y otra para señoritas) en Colombia, 13 años antes de la inauguración de la Academia Nacional.
Dice Cristina Lleras a propósito de esta relación entre los dos países y su arte: "Hay colombianos que van a México, empezando por el mismo presidente Alfonso López Pumarejo, quien conoce directamente sus programas postrevolucionarios. Germán Arciniegas, Jorge Zalamea viajaron a México y se relacionaron con algunos intelectuales en el año 26. Posteriormente, artistas como Julio Abril y Leo Matiz establecieron relaciones muy ricas con esta cultura. Ignacio Gómez Jaramillo se va para México e incluso alcanza a hacer un mural allá, en un centro educativo. Lo que es interesante es que a partir de la década del 40 México se vuelve, debido a la Segunda Guerra Mundial, una opción de formación para nuestros artistas. Entonces, ya el referente no es Europa. Es un México que ha tenido el modelo europeo". Una teoría que no es descabellada, y que está latente en esta exposición, es que la modernidad, como el nacionalismo, nos llegó por México. Pero, a diferencia de México, en Colombia nunca hubo revolución, y tampoco hubo un arte político. "En Colombia, la política siempre se le está atravesando al arte -dice Lleras-. Por ejemplo, está el mural de Gómez Jaramillo, 'La Revolución de Los Comuneros', que parece recurrir a un tema liberal pero es un mural histórico. Pero en 1948, llegó Laureano Gómez como presidente de la Conferencia Panamericana, y lo tapó. En esa época era así: aquí no había arte político, pero sí una politización del arte".