PANTALLAS
La serie sobre los Lakers de ‘Magic’ Johnson, el equipo que hizo del deporte un espectáculo global, gana sobrado el partido
El equipo ‘showtime’ revolucionó el juego en la cancha mientras su dueño, Jerry Buss, hizo del escenario deportivo un centro de entretenimiento global. Con un reparto increíble, la serie ‘Winning Time: The Rise of the Lakers Dynasty’ de HBO Max cuenta ágilmente la historia de cómo se configuró una dinastía como ninguna.
Hay equipos que ganan, hay equipos que ganan títulos y hay equipos que ganan títulos jugando inspirados y cambian por completo la dinámica social y cultural en torno a su deporte. Esos pocos guardan historias fascinantes. En fútbol, un referente como la selección brasileña de México 70 llevó a niños del planeta entero a las calles a jugar con la pelota que fuera, mientras que en el baloncesto la línea es menos clara sobre quienes abrieron camino.
Porque si bien la impresionante dinastía de los Chicago Bulls de Michael Jordan en los años noventa (que él mismo presentó en el documental The Last Dance) fue enorme para la globalización de la liga, sí necesitó de otra que pateara la puerta para dar inicio a la era de la gloria deportiva y comercial del atleta que entretiene.
Necesitó de los Lakers de Magic Johnson, un equipo que por miles de razones no ha debido unirse o ganar como ganó, mucho menos con su showtime, ese experimento basquetbolístico casi rocanrolero que querían aplicar sus técnicos. Pero lo hicieron y, como nunca antes, fusionaron deporte y espectáculo. Estallando cuando estallaron, además, salvaron a la liga del aburrimiento y la ayudaron a esquivar la quiebra económica a la que parecía destinada (un hecho que hoy parece increíble). La sonrisa de Johnson desactivaba racismos y su juego generoso hizo más por contagiar a otros de baloncesto de lo que nadie pudo imaginar. Derribó incluso el estigma asociado a una persona VIH positiva desde 1991, ese es su nivel de trascendencia.
Ahora, ese equipo histórico de cinco títulos en nueve finales no hubiera llegado tan alto de maneras tan distintas de no haber sufrido por años los embates de un rival bully de enorme tradición, uniforme verde y sangre de cuellos azules como los Celtics de Boston. Cimentados por el coach Red Auerbach y el tremendo Bill Russell, en los sesenta Celtics habían arrollado a los Lakers muchas y repetidas veces, incluidas seis finales, con las que los había superado en la tabla de los más ganadores. En los ochenta, con Auerbach ahora en la dirigencia, los bullies buscaban ratificarse dominantes con su propio genio, Larry Bird. Y confiados estaban, porque hasta el estallido de Magic Johnson, los jugadores y dirigentes de Celtics los miraban por encima del hombro con nada menos que desdén.
Eso cambió en la década del showtime. Jugando veloz y fluido, dejando espectáculo en la cancha y alegría en los rostros, esos Lakers le devolvieron el brillo a la franquicia, que parecía destinada a ser la segundona de Boston y, de paso, hicieron de sus partidos un imán de atención global. El Forum de Los Ángeles, un escenario aburrido antes de que lo comprara Jerry Buss, el particular personaje que hizo posible esta reunión de talentos, se convirtió en las 41 noches de cada temporada en momentos imperdibles.
Un fenómeno así solo pudo haber sucedido en los años ochenta, en esa ciudad e impulsado por ese hombre. La dinastía de Jerry Buss entregó a sus seguidores un baloncesto genial y también les presentó a las Laker Girls (las talentosas bailarinas que se toman el medio tiempo y los tiempos muertos); y claro, invitó a un mundo de figuras como Jack Nicholson a verlo todo en primera fila, donde la televisión pudiera filmarlas. Esa experiencia de estadio y de ‘estadio vía televisión’ se viene replicando de millones de distintas maneras desde entonces en todo el mundo.
Televisión ágil pasa el balón
La historia de cómo nació este coliseo romano de finales del siglo XX la cuenta HBO Max desde este domingo en su cautivante serie de diez capítulos Winning Time: The Rise of the Lakers Dynasty (que entregará semanalmente). Basada en un libro investigativo de Jeff Pearlman, balanceándose entre la comedia y el drama que representa la aventura demente de adquirir y manejar un equipo deportivo, la serie se toma algunas libertades creativas, pero soporta su columna vertebral en hechos reales hilvanados con gran virtud. Así, da cuenta de un momento en la historia del deporte cuyas ramificaciones aún no terminan de expandirse y cuyos pecados sexistas y racistas no terminan de expiarse tampoco.
La producción sigue a varios de los deportistas, a los dueños en sus dilemas, a los técnicos en sus dinámicas y a aquellas personas encargadas de renovar la experiencia para la gente. Y todos tienen algo por revelar. En ciertas ocasiones mira también a los contextos familiares de sus principales protagonistas, en los momentos más profundos y emotivos que ofrece una serie ágil y adictiva.
“El baloncesto es sexi”, sentencia en su primera frase en la serie el estrafalario Jerry Buss, interpretado magistralmente por John C. Reilly. Una leyenda en Los Ángeles, Buss fue un hedonista mujeriego que idolatraba a su mamá (que lo sacó adelante por su cuenta, e interpreta una seguidora vitalicia de los Lakers, Sally Field). Buss hizo mucho dinero. Trabajó en tiempos de guerra para su Gobierno y, por eso, luego se dedicó a “construir”. Lanzado e intuitivo ante las posibilidades de un club del deporte que lo intrigaba, y ante el descreimiento de quienes lo consideraban un aparecido, Buss cambió el panorama del deporte a punta de optimismo, temeridad y sagacidad de negociante. Y esa es la otra pata importante de la historia. Por eso, la serie también presenta a su hija Jeannie a los 19 años. Tras la muerte de su padre en 2013, asumió como dueña del equipo. No participó ni aconsejó en la producción.
El doctor Buss (así, pues obtuvo la maestría y el doctorado en Fisicoquímica) visualizó algo atractivo por naturaleza e impulsó cambios que le resultaron en grande. El esencial fue escoger a Magic Johnson (interpretado por Quincy Isaiah), contrariando consejos de su entonces director técnico y otros asesores. Pero si bien siguió su instinto en muchos momentos, no recorrió el pedregoso y emocionante camino por su cuenta. Y ese es el punto de la producción: enfocarse en las grandes personalidades, pero también en los muchos engranajes aparentemente pequeños necesarios a la hora de crear un equipo histórico.
Por eso, la narración pasa el balón ágilmente entre sus personajes, narrando los roces de un equipo que empieza a armarse y los contextos humanos de todos sus participantes. Porque, más que la certeza, la serie navega la adrenalina de la búsqueda que no conoce el desenlace y en cualquier segundo se puede caer (y amenaza con hacerlo). Además, se alimenta de historias increíbles: por ejemplo la de cómo conectaron Magic y una figura aparentemente apática como Kareem Abdul-Jabbar, sobre cómo el hoy célebre coach Pat Riley (interpretado por Adrien Brody) llegó al banco técnico del equipo, o la de por qué Jerry West (interpretado por Jason Clarke) jamás había sido feliz un día de su vida a pesar de ser un ícono de la liga de la que literalmente inspiró el logo.
Producida e impulsada por Adam McKay (quien sigue en contención por el Óscar con su sátira Don’t Look Up y atrae una impresionante cantidad de talentos actorales y de producción) y escrita por Max Borenstein y Rodney Barnes, la miniserie gana en la mayoría de sus muchos frentes porque se toma en serio el baloncesto, pero a la vez lo trasciende en pro de aterrizar a sus grandes figuras en sus contextos, triunfos y pecados.