Teatro
‘La Siempreviva’ conmemora 30 años de su estreno con imperdibles funciones en el CNA Delia Zapata
Con integrantes del elenco (varios del reparto original) que dejan papeles memorables y duros; con su escritor y director Miguel Torres entregando también un personaje destacado y despreciable, regresa una obra obligada que aborda los efectos de la desaparición forzada en las familias de las víctimas, la impunidad de los crímenes de Estado y la disfuncionalidad de las familias y la sociedad bogotana en los años ochenta. Desde hoy hasta el 14 de abril, la obra se presenta en el CNA, que cumple un año fantástico de actividades.
“Sin ti, no podré vivir jamás, ni pensar que nunca más, estarás junto a mí”, dice el Trío Los Panchos en su famoso bolero. Suena en el desarrollo de La Siempreviva. Lo hace en el contexto de una madre que no logra aceptar que su hija ha muerto, porque, en la cruel consecuencia de la desaparición, guarda la esperanza de que volverá. Y, por eso, estas letras resultan particularmente demoledoras. La música, otro de los elementos que suman a este imperdible montaje teatral, a veces anima, porque alcanza a haber festejo y gozo y promesa de un futuro mejor en esta historia, pero usualmente golpea. Sucede también con “Periódico de Ayer”, de Héctor Lavoe. La desaparición no puede ser periódico de ayer.
Suena música, en esta obra, pero, predomina la radio, que entra cada tanto, entre escenas, a relatar los sucesos del país inestable, que se debate entre la guerra y la paz, entre la búsqueda de la justicia y “defender la democracia, maestro”. Usualmente, suena la radio que esos años escucharon los colombianos en tiempo real. Esta obra se basa en mucha investigación, y eso se refleja en la trama y en los varios elementos que integra.
Suenan también, por sobre todas las cosas, las voces de los siete personajes en escena. Primero, esta familia de tres: una madre, Lucía; su hijo, Humberto; y su hija, Julieta, que viven en la casa que les dejó un padre que ya murió (un hombre de ideales que Julieta extraña más que nadie). Lucía adeuda dinero de la hipoteca sobre la casa que sacaron con Don Carlos, un vecino usurero, dueño de una casa de empeño. Y Lucía, a su vez, la arrienda una pieza en su casa a una pareja: Sergio, un hombre que para ganarse la vida, raspando la olla, a veces es mesero y payaso; y Victoria, su mujer, a la que no le permite trabajar, a la que cela en extremo, a la que trata usualmente como posesión. Por último, esta el Dr. Espitia, tutor de la tesis de Derecho de Julieta, quien la pretende como más que una sola estudiante.
Y vemos las dinámicas entre estos personajes. Por cuenta de las relaciones familiares, disfuncionales en su gran mayoría, vemos las rabietas de Humberto; por cuenta del machismo y del orgullo exagerado del “varón”, vemos las bravuconadas de Sergio; por cuenta de las buenas intenciones de una madre, vemos la pretensión de Lucía de que su hija se organice con el Dr. Espitia, a pesar de que evidentemente Julieta no apunta a lo mismo. Vemos a Victoria maltratada, reducida a objeto, para quien responderle a su marido es imposible, paralizada por la costumbre de lo que vive, la necesidad y el miedo. Esas dinámicas tan típicas de los años ochenta, algunas que tristemente no cambian aún, quedan muy fielmente reflejadas en esta creación.
Lo más leído
En ese sentido, la obra duele, y duele más cuando sucede lo que sucede y Julieta no regresa más. Y así debe ser. Porque, como audiencia y como país, también la extrañamos a Julieta. Desde que se nos presenta en escena lo sabemos. Sabemos que va a doler no verla más ahí y que su vacío puede ser enloquecedor.
Y sí que es enorme el vacío que deja esta joven mujer, en esa madre, en ese hermano, en ese inquilinato en el que viven, en esta sociedad. Una de tantas personas desaparecidas en este país, que se cuentan por las decenas de miles, Julieta es la voz más genuina y sensata de su entorno: la que quiere valerse por sí misma, la que no se quiere regalar por plata, la que se hace respetar pero también es la más dulce, la que añora mirar al cielo como lo hacía cuando su padre vivía, la que sueña con su grado de Abogada, la que se enamora de un asistente de magistrado, la que tiene derecho a vivir todo eso y, aún así, no logra vivirlo por un nefasto crimen estatal.
Coinciden varios eventos para ver una vez más ver en las tablas este importante montaje, escrito y dirigido por Miguel Torres. Se cumplen 10 años de haberse presentado por última vez; se cumplen 30 años de su estreno, y se cumple el primer año de actividades del CNA Delia Zapata, que ha albergado una admirable actividad cultural desde que entró en actividad y que se faja con esta oferta.
No toma mucho tiempo entender por qué ‘La Siempreviva’ es una obra que, desde 1994, hace parte esencial de la historia del teatro colombiano. Nos acerca a esos días nefastos de noviembre de 1985, y a lo que vino después, desde una perspectiva muy personal, la del vacío que deja la desaparición de Julieta en hechos oscuros que el Gobierno hizo todo por tapar. Y que, o los ordenó, o no fue capaz de detenerlos.
Por cuestiones del destino, Julieta, una estudiante de Derecho con la espina dorsal bien firme pero con un corazón de oro, se ve trabajando en la cafetería cercana al Palacio de Justicia justo cuando estalla la toma por parte del grupo guerrillero M-19. Y en la retoma del mismo, a sangre y fuego, por parte del Ejército, desaparece. Sin rastro, en la mente de su madre siempre estará viva, porque sin cuerpo no tiene cómo convencerse de que está muerta.
Entonces, el asunto es este. Uno sabe que va, como espectador, a ver una historia triste e indignante (que por medio de sus audios también integra lo que fue la tragedia de Armero... qué mes horrible que fue ese). Pero resulta presenciando algo mucho más amplio y matizado que eso.
Sí, provoca lágrimas y rabia, pero también es un retrato de un vacío que se vuelve enloquecedor y también es un cuadro de las dinámicas familiares y de relaciones de pareja en los años ochenta, que le abre la puerta a muchos matices, entre ellos el humor. Porque uno ríe también. Y la sensatez sale de personajes como Sergio, que la mayoría del tiempo se porta como un patán con su mujer. Uno sabe por dónde lo lleva el director, Miguel Torres, con sus personajes redondos. Y, en el rol de Don Carlos, el dueño de la hipoteca y usurero de raza, Torres deja un personaje tremendo.
Saltan a la vista realidades obvias. El reparto es excelente en lo que consigue. Carmenza Gómez es una increíble actriz, capaz de interpretar a esta madre, Lucía, que pasa del orgullo a la desolación en instantes y que jamás se repone. Lorena López nos hace apreciar a esta Julieta tanto, que nos es difícil reponernos.
Tanto, que, como país, aún no lo conseguimos.
Una obra con venas profundas
Cuando se estrenó, en 1994, habían pasado nueve años desde la toma y retoma del Palacio de Justicia. El director de teatro, Miguel Torres, tras una profunda investigación sobre lo ocurrido ese 6 y 7 de noviembre de 1985, cuando la guerrilla del M-19 entró en el edificio y tomó como rehenes a sus ocupantes, logró plasmar en una creación dramatúrgica la manera como la ciudadanía vivió este episodio desde una cotidianidad atravesada por la violencia.
Inspirándose en el cuento “La casa” del libro Los oficios del hambre, escrito por el mismo Torres, el dramaturgo buscó canalizar los grandes relatos de la historia reciente del país a través de su impacto en personajes cercanos para la audiencia. Lo consigue. Lograrlo le tomó dos años de pulir una docena de versiones, alimentadas por artículos periodísticos, libros, material de archivo, entrevistas, y conversaciones con personajes como Ramón Jimeno, escritor del libro Noche de lobos, sobre el mismo suceso, y Eduardo Umaña Mendoza, abogado de los familiares de los desaparecidos del Palacio de Justicia, a quien menciona en su dramaturgia.
Y lo menciona con justa razón, por lo que hizo por las víctimas y porque fue gracias a Umaña que Torres se contactó con la familia Guarín, padres de Cristina del Pilar Guarín Cortés –una de las mujeres desaparecidas del Palacio de Justicia–, cuyo testimonio lo conmovió profundamente. Por eso, nutrió a la protagonista de su obra, Julieta Marín. La historia de Cristina del Pilar le sirvió al director para conectar su trabajo con la indignación de un país, la necesidad imperiosa de justicia y de verdad, contra todos los intentos de taparla. Y así, La Siempreviva inmortalizó a Cristina y, a través de su figura, el devastador drama de la desaparición forzada en Colombia.
“No me propuse contar la vida de Cristina, pues ya había escrito la obra prácticamente. Tenía, eso sí, algunos vacíos dramatúrgicos, entre ellos a Julieta Marín: un personaje de ficción que trabajaba en el Palacio de Justicia, en la cafetería. Entonces, apareció la presencia maravillosa de Eduardo Umaña Mendoza. Gracias a él fui a visitar a la familia Guarín, hablé con Doña Elsa y con Don José, los padres. Ellos me llevaron al cuarto de Cristina y me dejaron ver desde afuera cómo lo dejó ella ese día de noviembre”, cuenta Torres. Así, Cristina del Pilar se metió en la piel de Julieta.
Apareció la presencia maravillosa de Eduardo Umaña Mendoza. Gracias a él fui a visitar a la familia Guarín, hablé con Doña Elsa y con Don José, los padres. Ellos me llevaron al cuarto de Cristina y me dejaron ver desde afuera cómo lo dejó ella ese día de noviembre
Lorena López, quien interpreta a Julieta Marín, describe el trabajo de Torres como muy riguroso: “Usualmente tiene que pasar un tiempo largo para poder ver lo que sucedió realmente; pero aquí fueron nueve años. Nueve años y Miguel ya estaba investigando y, con mucha seriedad, dándole una salida artística, expresiva y creativa a esta historia”.
Ya van treinta años desde que esta puesta en escena vio la luz. Es decir, por tres décadas ha acercado a los colombianos a una realidad que, con el tiempo, se ha ido reafirmando y verificando judicialmente. Para Torres, “el Estado puso una cobija negra encima de eso y no ha dejado que nadie se asome, pero la fuerza del público, de la gente, de las víctimas, va a ser que por fin todo se destape y podamos ver a los culpables en un juicio y, sobre todo, la verdad de lo ocurrido”.
El Estado puso una cobija negra encima de eso y no ha dejado que nadie se asome, pero la fuerza del público, de la gente, de las víctimas, va a ser que por fin todo se destape y podamos ver a los culpables en un juicio y, sobre todo, la verdad de lo ocurrido
La pieza es poderosa y por eso no sorprende que se haya traducido en otros formatos. En 2010, la editorial Tragaluz publicó una versión del libreto y, en 2015, el director Klych López la llevó al cine. De igual manera, la obra resuena en otros países del continente, derrumbando fronteras y hermanando desde eventos dolorosos que no se pueden repetir. Pablo Rubiano, quien encarna a Humberto, hermano de Julieta, comparte que, en Buenos Aires, Argentina, “nos recibieron las abuelas de la Plaza de Mayo. Fue conmovedor y fuerte. Nos decían las abuelas: ‘la historia en Latinoamérica es igual en todas partes’”.
Nos recibieron las abuelas de la Plaza de Mayo. Fue conmovedor y fuerte. Nos decían las abuelas: ‘la historia en Latinoamérica es igual en todas partes’
Después de más de 1.000 funciones, después de diez años sin encontrar a su público, afortunadamente la obra sigue dando.
Desde hoy, martes 9 de abril y el domingo 14 de abril, La Siempreviva se presenta en el CNA Delia Zapata, con parte de su elenco original, entre ellos Carmenza Gómez (Lucía), Pablo Rubiano (Humberto), Lorena López (Julieta), Jenny Caballero (Victoria) y Miguel Torres (Don Carlos), a quienes se unen Eduardo Castro (Doctor Espitia) y Luis Miguel Hurtado (que reemplaza a Alfonso Ortiz en el tremendo papel de Sergio).
Hay que verla. Hay que escarbar en la memoria de país, sentirla y vivirla para permitirse mirar hacia adelante. Después de todo, sin reflexionar y conmoverse con un pasado que sigue moldeando el presente, es difícil superar esas profundas heridas.
De la obra solo habrá seis funciones en la Sala Delia Zapata (a las 7:30 p.m. y el domingo a las 3:00 p.m.), y las entradas van desde los 30 mil pesos.
*Puede adquirir las entradas en TuBoleta o en taquillas del teatro.