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La televisión redime a Pamela Anderson a pesar de sus deseos. ¿El resto? Todos merecen la hoguera
La miniserie ‘Pam & Tommy’ revela las circunstancias absurdas detrás del primer video sexual de celebridades, y entretiene solo hasta un punto, porque en su cautivante desarrollo denuncia a una sociedad misógina que trató a la víctima como la culpable de su miseria.
¿Tiene la culpa una humilde chica nacida en Ladysmith, Canadá, de que sus atributos le hayan abierto la puerta a campañas publicitarias, a la revista Playboy y luego a una serie de televisión que se sirvió in extremis de esos atributos para hacerla una estrella y objeto de deseo en el mundo entero? ¿Tiene la culpa de enamorarse de un chico malo de la música? ¿Tiene la culpa de vivir su vida?A juzgar por cómo la trató la sociedad de los años noventa, cuando salió a la luz el video robado y sexualmente explícito de su luna de miel, sí, tenía la culpa. Por sacar provecho de su fama y de su belleza, Pamela Anderson Lee merecía el infierno personal que vivió. En esos tiempos lejanos, todavía se le echaba la culpa de su propia miseria a una mujer que no le había hecho daño a nadie, y un movimiento como #MeToo era impensable: internet apenas nacía y un hashtag no significaba nada. Ahora, en 2022, significa algo, pero ¿ha cambiado algo de fondo?
Más allá de cualquier postura moral, la realidad es opuesta. Anderson nunca mereció esa violación a su intimidad y mucho menos el escarnio público o las angustias profundas que esta le acarreó, ni ella ni ninguna mujer que ha pasado por la circunstancia de la que Pamela fue doliente pionera (incluidas varias colombianas, como Luly Bossa). Su pecado fue tomar el camino a la fama que le ofreció la vida, en una sociedad machista y morbosa. Y su única injerencia en su caída fue escoger como pareja a un hombre explosivo, que indirectamente la causó.
Porque el matrimonio es de dos, y del otro lado de esa intensa y espontánea unión estaba Tommy Lee, el baterista que ya había conocido la gloria mundial con su banda, Mötley Crüe, con la cual había vendido más de 40 millones de álbumes entre los años 1980 y 1995. El dinero no le sería problema, pero sí lo era saber que el glam rock y el hard rock eran sepultados por el rock alternativo de Seattle, y se convertía en un periódico de ayer.
A pesar de eso, Lee vivía un romance de película, se casaba con la mujer que deseaba el planeta entero y cuya carrera iba en ascenso, pero ese hecho no le evitó ser miserable con un hombre común: Rand Gauthier, un exactor porno que trabajaba en la remodelación de su casa. Lee echó a Gauthier sin compensarle el trabajo realizado hasta ese punto y luego lo amenazó con un arma de fuego cuando este volvió a reclamarle su dinero y herramientas. Gauthier, un tipo al que la vida no había tratado bien, decidió vengarse robándole una gran caja fuerte, cuyas repercusiones le era imposible haber imaginado. Los detalles del robo del video, consignados en un artículo de la revista Rolling Stone de 2014, son tan absurdos que es increíble que no tuvieran más eco. Y sería mentira decir que ese desarrollo no engancha poderosamente.
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La carnada, el humor
Los matices y los detalles de este episodio real, que supera la más absurda ficción, se revelan de manera brillante en Pam & Tommy, una producción de Star+. En sus ocho capítulos (de los cuales ya ha estrenado cuatro), la miniserie recrea un contexto que mezcla registros y tonos, y se sirve de flashbacks. Y así, casi escondiéndolo, comienza a revelar sus intenciones: desnudar dinámicas de la misoginia y el machismo de la sociedad de los noventa, que todavía tienen eco, y hacer algo de justicia para su mayor afectada. Después de todo, se trata del primer video que se hizo viral. El más íntimo de todos.
No es fácil lo que consigue la serie, que apela a la comedia como la carnada que luego le permite explorar lugares más duros e incómodos. En sus tres primeros episodios, dirigidos por Craig Gillespie, el australiano que voló cabezas con su genial película Yo, Tonya, pinta el absurdo romance y las coloridas vidas de estas personas que provocan gracia voyerista: la rubia dulce y sensible que es dueña del mundo, pero (aún) no sabe responder a los hombres para quienes trabaja y la tratan como un pedazo de carne idiota; el roquero prepotente que es detestable y risible a la vez. Gillespie no se ahorra ningún malentendido ni las referencias a ese clima de testosterona rampante. Y haciendo al espectador parte de esa vida, lo hace parte del chiste.
Primero, porque en el desarrollo de la trama las risas empiezan a dar paso a un examen social que reta al espectador. Segundo, porque las actuaciones y el maquillaje les permiten a los actores volar en sus matices. Lily James entrega una actuación a la par de su impresionante transformación y, por momentos, borra la línea de la ficción. En la piel del tatuado, Sebastian Stan entrega al cavernícola detestable que, incluso desde su torpe manera de expresarlo, refleja el amor real, así le costara trabajo entender que ambos se vieron afectados de manera radicalmente distinta: mientras que a ella se la trató de prostituta, a él le aplaudieron lo macho y el tamaño de su pene (con el que incluso habla en una escena sacada de su autobiografía).
Pam & Tommy triunfa en que, después de llevar a la audiencia a reírse de sus vidas de revista, logra que el espectador se preocupe por ellos y se juzgue a sí mismo en el proceso, evaluando el rol que jugó en esta pesadilla. Algo similar y poderoso sucede con el personaje de Seth Rogen, Rand Gauthier, un hombre que por querer poner fin a los abusos que recibió de otros por años se vengó por primera vez y todo salió patas arriba. A ellos se suman dos interpretaciones que muestran dos lados de la industria pornográfica (a la que también se sigue desde sus oscuras frialdades, sus condiciones y la humanidad de sus integrantes): Nick Offerman es Uncle Miltie, un aceitoso director y productor, y Taylor Schilling es Erica, una actriz de la industria adulta que marca la línea importante en definir por qué el video de Anderson fue todo menos porno.
Pam & Tommy triunfa en que, después de llevar a la audiencia a reírse de sus vidas de revista, logra que el espectador se preocupe por ellos y se juzgue a sí mismo en el proceso, evaluando el rol que jugó en esta pesadilla
Uno de los lunares comprensibles de la serie es que Anderson no se involucró. Pero era demasiado pedirle a esta mujer que formara parte del proyecto que revive un episodio tan doloroso de su vida, así sea para redimirla. Al respecto de la producción y del no involucramiento de Pamela, Offerman, quien interpreta a un personaje que contribuye en su distribución, le dijo a SEMANA: “La historia es un tesoro, porque de todas las demás desde entonces, cuando internet apenas empezaba, se conocen sus detalles. Es una verdad demente, salida de una producción de Buster Keaton, y leyéndola supe que el mundo quedaría loco con los detalles. Pero la historia avanza y cambia hacia el punto de vista de Pam, aborda su victimización, y se vuelve un tema de justicia moral. Había que aclarar este episodio, reforzar que ella fue la víctima vilipendiada. Y me sentí parte de esa sociedad cómplice. Decidí formar parte cuando entendí que el show era entretenido, pero tenía el corazón en el lugar correcto. Espero que el universo haya logrado retribuir a Pamela algo de todo lo que le quitó”.
Nada impacta como lo que no se espera. Y definitivamente no se espera que de un episodio tan absurdo y sórdido como el del video sexual de una pareja de celebridades, que se vieron impactadas de manera distinta por su género, broten reflexiones sobre realidades incómodas y válidas aún, así haya hashtags. Por la ingeniosa y justa redención a su protagonista y por las conversaciones que genera sobre culpar a la víctima, esta serie se justifica.