LA VERDADERA EVITA

¿Heroína nacional o producto de exportación? a propósito del estreno en colombia de la película de Alan Parker, el periodista y escritor argentino Martín Caparrós analiza para SEMANA el mito de Eva Duarte de Perón.

7 de abril de 1997

"Volveré y seré millones", dicen que dijo, y no lo dijo nunca. Su frase más famosa es, como corresponde a todo mito, falsa. O no, pero ella no la dijo. Eva Perón dijo en su vida tantas frases: frases invitantes en salones oscuros, frases melosas en radioteatros de la tarde, frases atronadoras en manifestaciones millonarias, frases definitivas en un lecho de muerte, y nunca dijo esa, la que más se recuerda y se cita. Así se hacen los mitos. Durante años María Eva Duarte de Perón, Evita, fue un mito local, de meros argentinos. Hasta que llegaron Broadway y Hollywood. "Volveré y seré millones", escucharon, y se lo creyeron: ahora, Evita ha vuelto adonde nunca había estado, y es millones de dólares. El mito de la política argentina se convirtió en un icono mundial, una imagen que, en cualquier hemisferio, puede imprimirse en sudaderas. Aunque ahora se parezca a lady Madonna Ciconne. En estos días el mito de Evita avanza a paso redoblado. A su inspiradora no le resultó fácil construirlo: entre las dificultades de convertirse en mito hay una básica, decididamente engorrosa: para hacerlo hay que pasar, primero, por la vida.
LA CUALQUIERA
Evita fue, antes que nada, una cualquiera. La palabra es confusa: podría ser casquivana, furcia, coquetona, cortesana y, para muchos, puta; hay matices, y algunos le van mejor que otros, pero ninguno más que ese: una cualquiera. Me gusta que haya sido una cualquiera. Nada en ello fue tan subversivo como que fuera una cualquiera. María Eva Duarte nació en Los Toldos, un pueblito de la pampa, en 1919. Su madre era la amante de un hacendado menor, que vivía con su familia legítima y visitaba a esta paisana semianalfabeta con puntualidad y gran eficacia: tuvieron cinco hijos hasta que el señor Juan Duarte se murió en un accidente de carro, en 1930, y su familia bastarda quedó en la mejor de las pobrezas. María Eva Duarte tenía 10 años cuando los parientes legítimos de su padre ilegítimo la maltrataron en el velorio de ese señor al que había visto pocas veces. Después, a sus 17, con una educación somera, se fue para la capital a probar suerte. Algunos cuentan que se la llevó un cantor de tangos, famoso entonces, a quien llamaban 'El Gardel de las Provincias': Agustín Magaldi. Otros dicen que no fue necesario. En cualquier caso, su vida en esos primeros años porteños estuvo hecha de pensiones, mucho mate y las privaciones que cualquier leyenda requiere. Era, dolorosamente, una cualquiera. "Evita era una cosita transparente, delgadita, finita, cabello negro, carita alargada... Entre el hambre, la miseria y el descuido, tenía siempre las manos frías y transpiradas", contará más tarde, cuando ya valía la pena, una actriz amiga suya. En esos años, Eva Duarte empezó a conseguir papelitos en radionovelas y obras de teatro de fortuna: siempre se dijo que, para alcanzarlos, tuvo que poner el cuerpo. Era _casi_ lo único que tenía para poner. La historia de Eva Duarte cuenta el triunfo de la cualquiera que usó las armas que podía: su seducción, su fuerza, sus flaquezas. En 1940 Eva Duarte cumplía 21 años. Su amante era el dueño de una revista de espectáculos y allí apareció, por primera vez, su cara en una tapa. En 1943 un grupo de oficiales nacionalistas dio un golpe de estado y se instaló en el gobierno. El viudo coronel Perón era uno de ellos, y se hizo cargo de la Secretaría de Trabajo; otro coronel, Aníbal Imbert, se quedó con la Secretaría de Comunicaciones, y con Eva. El coronel Imbert le consiguió sus primeros papeles protagónicos en una radionovela: esa serie de biografías de grandes mujeres -Isadora Duncan, Isabel de Inglaterra, Catalina la Grande- fue como el borrador de lo que iba a ser Eva cuando fuera Evita, tan poco después. En enero de 1944 una catástrofe precipitó la historia. En el show a beneficio de las víctimas del gran terremoto de San Juan, alguien presentó a Eva y Juan Domingo. A los pocos días eran amantes y, el 9 de julio, fecha patria, el coronel la llevó a la función de gala del teatro Colón, para gran escándalo de conmilitones y matronas. El 17 de octubre de 1945 el gobierno tambaleaba y el amante coronel estaba desterrado en una isla del río de la Plata. Las centrales obreras llamaban a un paro para el día siguiente, pero Eva Duarte los apuraba: había que sacar la gente a la calle cuanto antes, para pedir la vuelta de su hombre -a quien, poco después, muchos argentinos empezarían a llamar El Hombre.
DE EVA A EVITA
Su participación en esa jornada fue crucial: esa mañana, miles y miles de cualquieras tomaron por asalto la ciudad y dieron un vuelco a la política argentina. Esa noche nació el peronismo. Meses después, ya general, Juan Domingo Perón era presidente y Eva Duarte su mujer legítima: había nacido Evita. "Se quejan de que use todos estos brillos. Está bien que se quejen. Yo los uso para dar que hablar a la oligarquía", dicen que dijo. En esos días Evita era un esputo en los cachetes de las señoras elegantes. En esos primeros años de su reino se dedicó a expropiarles algunos de sus rasgos distintivos: se cubrió de joyas y de pieles, se dio aires de gran dama. La cualquiera era la mujer más querida y odiada del país. En 1947 se fue de gira por Europa, para ayudar a esos pobres muchachos empobrecidos por las guerras: la recibieron presidentes, príncipes y un Papa. Ella gozaba. En Buenos Aires, su actividad mezclaba la beneficencia a gran escala y el llamado a la lucha de clases en discursos incendiarios. "Con sangre o sin sangre, la raza de los oligarcas explotadores morirá sin duda en este siglo", se equivocaba, y se definía como "la eterna vigía de la revolución". Evita sabía ser electrizante. Actriz antes que nada, la cualquiera ponía en juego una teatralidad de radionovela barata con gran talento natural. En 1949 su influencia fue decisiva para que se instituyera, por primera vez en la Argentina, el voto femenino: en esos años, no eran muchos los países donde se suponía que las mujeres tuvieran que expresar sus preferencias políticas. A medida que aumentaba su poder, Evita iba ayudando a redefinir el papel de las mujeres en un mundo dominado por _algunos_ hombres. Perón cuenta en unas memorias que, en esos días, "perdí prácticamente a mi mujer. Nos veíamos de a ratos y velozmente, como si habitáramos en dos ciudades distintas. Eva pasaba muchas noches en sus tareas y regresaba al alba. Yo, que de costumbre salía de la residencia a las 6 de la mañana para ir a la casa de gobierno, la encontraba en la puerta, un poco cansada pero siempre satisfecha de su fatiga. Un día le dije: -Eva, descansa y piensa que también eres mi mujer. Ella permaneció seria. Es justamente así -respondió- que me doy verdadera cuenta de que soy tu mujer". Evita se fue convirtiendo en la cara humana del peronismo: el general Perón era el totem lejano, inaccesible, casi imperial, y ella seguía siendo, de algún modo, la cualquiera: una mujer de este mundo que podía decir todo lo que su esposo tenía que callar, hacer todo lo que él omitía. Su aspecto se había ido despojando de plumas y oropeles. Evita se había convertido en algo parecido a la mujer esencial, sin el menor adorno innecesario. Ya había decidido que sería la "Abanderada de los humildes" y trabajaba entre 12 y 16 horas por día en la fundación que llevaba su nombre. Hasta que, a mediados de 1950, le diagnosticaron un cáncer de útero, porque su leyenda así lo requería. Le propusieron operaciones y tratamientos. Evita se negaba a casi todo.

EL OCASO
En agosto de 1951, en una de las mayores concentraciones populares de la historia argentina, la Confederación General del Trabajo la propuso como vicepresidenta de su marido en su próximo gobierno. El marido no estaba muy de acuerdo: las Fuerzas Armadas le habían hecho saber que no lo tolerarían, y el Hombre no quería molestarlas demasiado. Evita renunció a su postulación, además ya estaba muy enferma. En las plazas del país se inauguraban bustos suyos, y ciudades y provincias se rebautizaban con su nombre. El primero de mayo de 1952 dijo su discurso final: "Si es preciso haremos justicia con nuestras propias manos. Yo le pido a Dios que no permita a esos insensatos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Yo saldré con los descamisados de la patria, muerta o viva, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista".
EL MITO
El 4 de junio se presentó en público por última vez. Tenía 33 años y pesaba 33 kilos. Usaba un corsé de alambre y yeso y su hombre tuvo que sostenerla para que no se desplomara. Evita se murió poco después, el 26 de julio, para empezar a ser un mito. Fue a las 20 y 25: la radio anunció que "la jefa espiritual de la nación acaba de entrar en la inmortalidad". La embalsamaron en seguida y su velorio duró 14 días. Cientos de miles de personas besaron su cajón. Después, hasta 1955, cuando otros militares echaron a Perón, las radios anunciaron cada noche, a las 20 y 25, esa inmortalidad. Su paso había sido fugaz: su vida pública duró poco más de siete años. Muerta, Evita momia y mito dio para todo. Fue la puta que las señoras de bien siguieron odiando mucho después de muerta. Fue la santa cuya estampita se escondía en los rincones de las casas obreras, con una vela siempre prendida, para rezarle en los momentos de desesperanza. Fue el cuerpo de cera que algunos oficiales trataron de violar en un sótano antes de birlarlo durante 15 años. Fue la imagen revolucionaria que los jóvenes militantes de los 70 necesitaron para hacer más digeribles las decepciones que les producía el escaso fervor revolucionario de su viudo. Y fue la protagonista de un cuento y una novela mayores. Esa mujer, de Rodolfo Walsh, y Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, y, ahora, de una ópera bufa, de varias películas y de un cortejo de libros que intentan aprovechar su resonancia. Alguna vez habrá que averiguar por qué la Argentina, un país cuyo aporte a la economía, la cultura y los noticieros del mundo es absolutamente menor, ha tenido tanto éxito en la producción de imágenes, de iconos masivos. Cantidad de países mucho más importantes no consiguen imponer una sola, pero la Argentina tiene dos caras en las sudaderas del planeta: el Che Guevara y Evita _por no hablar de Maradona que es, según una encuesta reciente, el hombre más conocido de la tierra después del Papa_. Seguramente hay algo perverso en todo eso: un país incapaz de hacerse a sí mismo, de terminar de ser lo que cree que debiera, se difunde bajo la forma de esas caras reconocidas y confusas. Tan confusas: ¿quién sabe que significa, ahora, esa Madonna-Evita que rueda por las imágenes del mundo? A veces sospecho que no es casual que Madonna haya elegido ser Evita -como lo eligió, 50 años antes, María Eva Duarte-. Igual que Madonna, Evita usó los atractivos de su cuerpo para acercarse al poder. Pero una vez que lo alcanzó, Evita, a diferencia de Madonna, entregó su cuerpo a la consumición del trabajo y el cáncer. Evita usó su poder para repartirse entre millones. Madonna, en cambio, guarda todo su poder para ella misma, todo ahí, bien pegado a su cuerpo, como las siliconas de sus mamas. Esa diferencia es, seguramente, un signo de los tiempos.