Literatura
‘Las lectoras del Quijote’, de Alejandra Jaramillo Morales: así empieza esta novela sobre, mujeres, libros, opresión y libertad
En la Bogotá del siglo XVII, dominada por hombres, codicias e intrigas, Inés y Suánika, una española y una indígena muisca, entablan una amistad. Y es en la obra de Cervantes que ambas mujeres encuentran la libertad que su entorno les trunca y la sanación de descubrirse mutuamente.
... Te escribe Suánika, la hija de Sua, el sol creador, portadora de los rayos iridiscentes del cielo. La hija que creyó en lo que no era posible. La ingenua. La que no supo leer bien los signos del porvenir. La que lee el libro que la ata a tus pasos.
Antes de empezar mi relato, antes de cualquier nueva palabra, pido permiso a Madre y Padre. A la madre Bachué, diosa de la fertilidad y fuente de la vida escondida; al padre Tchiminigagua, creador de todas las cosas; a Chibchacúm, el gran viajero aliado de los hijos de Mhu; a Cocha Huaira, camino de los siete colores. Invoco a todos los dioses y las diosas que pueden llevar mis palabras hasta tus oídos, que no las esperan. Le pido a Fiba, diosa del viento, que les dé alas a mis pensamientos. Le ruego a Umzá, diosa de la oscuridad, que les abra paso a las palabras entre las tinieblas del viaje. Me entrego a Sia, diosa de las aguas, para que tempere mis emociones y me permita hablar con la verdad. Le pido a Chía, la diosa luna, que en la magia pura de su alquimia te entregue mis palabras convertidas en aves, o ranas o pumas veloces.
Pido perdón a mis ancestros por escribir en esta lengua que no me pertenece. Pido perdón por alimentar en mi alma la amistad de una española y no haber sido capaz de borrarte de mis días. Pido perdón en cada trazo de esta pluma que pinta en negro mis sentires, porque escribo en la lengua del miedo, en las resonancias que mi gente guarda en el alma como un arma incandescente que los quema desde su primer sonido. Esa lengua que resuena con mutilaciones, latigazos, vientres destrozados, cuerpos desmembrados. Esa lengua pequeña que venía de la mente del hijo de Sue. Esa lengua que piensa la vida concreta, la materia, desde una mente grande, caótica. ¿Cómo usar la lengua del miedo? ¿Cómo entregarte el alma y el espíritu que soy en una lengua que es solo materia?
¿Agradecer? Eso quisiera. Ser capaz de aceptar que la Madre nos llevó un mensaje, un aprendizaje, una señal, cuando abrió las puertas del valle de Mhuykyta a los españoles para que se apropiaran de la vida entera del hijo de Mhu. Pero no puedo. Yo, que desde niña hablo tu lengua, yo, que he conocido la vida también en las palabras que los españoles sueltan, como pequeños látigos para adoctrinar a los indios. Yo, que he leído el libro, que he volado en las palabras que leímos juntas, no puedo agradecer a tus palabras. No puedo, mi amada Inés, no puedo. Porque también desde niña he tenido el don de ver el pasado, de oír los gritos implorantes y furiosos de mi gente que bramaba a la Madre justicia, esos gritos que no entendían para qué el avasallamiento, la codicia, la muerte. Tal vez mis hijos o los hijos de mis hijos, o mis hijas y sus hijas, llegarán al día en que esta lengua que yo escribo con recelo, como si la pluma que la traza me quemara las manos, sea suya. Lengua propia. Lengua que nunca es de nadie. Tal vez ellos sabrán agradecer. Entenderán para qué les fue dada. Ellos, que olvidarán el suplicio, agradecerán las palabras que los nombren. Tal vez el ser que un día cuente nuestra historia lo haga en tu lengua, la gran lengua castellana. Quizá un día en esa lengua que yo temo, mis descendientes sabrán hablar del alma grande y el espíritu, de los muchos mundos del hijo de Mhu. Ellos y ellas engrandecerán tu lengua. La lengua que ya no será propia, y en ella sabrán cantar las ruinas y las glorias de sus ancestros. Tal vez mis hijos y mis hijas, que serán adoctrinados en español, le inventarán alas y vidas a tu lengua. Sí, serán los hijos de nuestros valles los que volverán tu lengua una lengua sin dueño. Una lengua que cante lo que no tiene nombre, lo que solo por la fuerza de la sangre sembrada en las Indias sabrá despertar un día lejano para ser contado. Aunque a veces me imagino lo peor. Porque los destinos son frágiles y trocan sin cesar. Pienso que los moros, ahora que salieron de España, invaden las Indias. ¿Te imaginas? ¿Tú y yo castigadas por los moros? Un suplicio sin precedentes. Una española y una mhuysqa martirizadas en el rollo en la plaza Mayor en Bacatá. ¿Tú y yo sometidas por el mismo conquistador?
Pero debo decirlo sin miedo. Sin vergüenza. Lo que sí agradezco son las palabras del libro. ¿Qué sería de mí y de ti sin ese libro? Ese libro que a ti te llevaba a los parajes de tu infancia y a mí me devolvía el aire frío de los páramos, el susurro del frailejón. Ese campo inmenso de verdad que aprendimos juntas. Esos campos de la Mancha que recorrimos mientras a lo lejos veíamos el valle de Mhuykyta. Sí, mi querida Inés, yo agradezco tu libro. Mi libro. Porque sin ese libro no habría amistad. Nunca habríamos sabido entender el vacío de nuestras conversaciones, la imposibilidad de entendernos del todo, y sin embargo transitar por la felicidad de estar juntas. Y le agradezco al hombre de la mano inservible por darnos ese paraje de preguntas. ¿Sabes que murió hace tres lunas? Nuestro escritor, el hombre que escribió para nosotras, falleció en Madrid. ¿Será por eso que te escribo? Y lo imagino moribundo, oyendo el eco de las risas que sus personajes produjeron a lo largo y ancho de España. Murió sin saber que tú y yo lo amábamos, que no nos reíamos con su libro. ¿Dónde tus pasos? ¿Dónde tus pensamientos? ¿Cómo estarás ahora? ¿Ermitaña entre las altas montañas de mi tierra?
Si estas palabras te alcanzan antes que yo, si los vientos de Fiba te llevan mis sentimientos, tal vez cuando llegue yo no querrás mirarme. ¿Sabrás perdonarme? ¿Entenderás mis propósitos? Yo, qué ingenua, bajo tus pies fui sostén y traición. Porque el sueño de toda mi vida fue expulsar a los españoles. Desde que nací, como semilla de frailejón que vuela de la montaña al valle, ese fue mi único propósito: devolverle a mi gente el poder de la armonía. Volver algún día al orden del amor que une al hijo de Mhu. Sostener las sabidurías de los muchos hombres y mujeres que murieron acribillados a manos de los tuyos. Regresar a nuestras rabias propias, a nuestras guerras con ceremonia, con propósito. Vivir nuestros horrores, los nuestros. Horrores que la Madre nos entregaba para aprender, para conectarnos con los muchos mundos. No quería más los horrores sin sentido que traía el hijo de Sue. Todo estaba listo.
Habíamos llegado al momento justo. La conjunción de tres tiempos para el cambio. El Saia, hijo sabio del Sua, estaba por venir. ¿Dónde se quebró el camino? Lo repito, todo estaba listo. Tú misma lo viste. No había alimentos, y las lluvias y las nubes negras nos rodearon. El valle de los Alcázares, como lo conocerás tú, alistándose para volver a su origen. Pero la guerra de los dioses no había terminado. La Madre seguía peleándose con el Dios de tu tierra y aún no le ganaba la batalla. La Madre tenía un mensaje para nosotros. Un castigo, quizás. Odio imaginarlo. Odio la verdad. Porque ese día en que salimos del valle las esperanzas se deshicieron. El Saia no vendría, no estaba listo aún para llegar en nuestro auxilio. La fuerza del hijo de Mhu no había sido suficiente. Y yo, ingenua, creía que venceríamos. Insensata. ¿Cuántos años más faltarán para que regresen nuestra sangre y nuestra lengua? ¿Cuántas miles de lunas esperaremos para que retorne el orden? Y te preguntarás por qué te cuento todo esto. Por qué desenmascaro mi traición. Lo hago porque no sería yo si no te enteras de mi verdadero destino. Si no te cuento que, mientras tejíamos la amistad inquebrantable que nos une, yo tramaba otra historia. El fin de los tuyos en el valle. ¿Leerás estas palabras con rabia? ¿Harías lo mismo por tu gente? ¿Podrás entender el sentido de una vida como la mía? Porque yo daría mi vida entera, entregaría mi cuerpo, mi alma, mi mente, mi espíritu, sacaría la rabia de todos los seres que sufrieron los atropellos para volverla zarpazos directos y profundos que acabaran con los tuyos. Porque si fuera necesario morir o borrarte de la faz de la Tierra yo lo haría. Tendría las manos firmes para hacer lo que de mí se espera. Si fuera necesario, te mataría una y mil veces.