Entrevista

Leila Guerriero participó en la Feria del Libro de Cali. Este es su análisis de las columnas de opinión

En ese tema profundizó la reconocida escritora argentina en el evento literario. Arcadia habló con ella sobre su experiencia como lectora y escritora de dichos textos.

Cristina Esguerra
16 de octubre de 2020
Leila Guerriero nació Junín, Argentina, en 1967. Crédito: Julio Marín.


En su experiencia como lectora y escritora, ¿qué hace que una columna de opinión sea buena?

Me interesan las que hacen pensar al lector de manera inesperada, planteándole otras miradas posibles; o las que lo introducen a temas desconocidos.

También me llama la atención esa capacidad de condensación maravillosa que tienen algunos columnistas. Escriben cosas complejas en pocas líneas. Cuando uno escribe columnas, necesariamente tiene que ser reduccionista. No se puede hacer lo mismo que en una crónica larga. Y esa capacidad de condensación, cuando está bien hecha, cuando no es arbitraria o prejuiciosa, me resulta muy interesante.

En ningún texto periodístico se puede separar lo que se dice, de cómo se lo dice. Hay autores que son grandes prosistas, y sus columnas tienen un deleite muy particular porque es una especie de extracto de su capacidad para manejar el lenguaje.

Entonces yo diría que lo que hace a una columna buena son esas tres cosas: la mirada, la capacidad de condensación y la potencia de la prosa.


Uno de los requisitos para ser columnista es tener una cabeza bien amoblada, llena de lecturas, de información previa. Uno no se lanza a escribir columnas simplemente por haber leído un libro o un diario. Requiere un trabajo de años, de ir construyendo un criterio propio, y una investigación previa de lo que está pasando en ese momento


¿Cómo se prepara para escribir una columna de opinión? ¿Dónde busca inspiración, cómo lee o investiga cuando está reporteando para sus columnas?

Las ideas pueden venir de muchas partes. Las columnas que recojo en mi libro Teoría de la gravedad, por ejemplo, vienen de experiencias personales. Hablan de cuestiones que de una u otra forma nos pasan a todos. Me pasan a mí, pero siempre antes me planteo: ¿para qué voy a escribir esta historia personal? ¿Qué le quiero decir a un lector con esto? No me interesa exponer algo mío porque sí.

Elegí que mis columnas en El País tuvieran dos vetas: una hablado de temas coyunturales como el atentado a Charlie Hebdo, la elección Trump y la situación en Estados Unidos. Es decir, una que comentara la realidad, sobre todo la latinoamericana. La otra quería que fuera más intimista

Cuando escribo las columnas de coyuntura, siempre intento leer todo lo que puedo y enterarme de las diferentes posiciones desde las que se está abordando ese tema. Nunca me he lanzado a escribir una columna pensando simplemente en lo que a mí me parecía.

Uno de los requisitos para ser columnista es tener una cabeza bien amoblada, llena de lecturas, de información previa. Uno no se lanza a escribir columnas simplemente por haber leído un libro o un diario. Requiere un trabajo de años, de ir construyendo un criterio propio, y una investigación previa de lo que está pasando en ese momento.

A ese trabajo de investigación de noticias, yo le sumo lecturas de ensayos, de textos sociológicos y filosóficos, y a veces incluso la poesía me ayuda a redondear una idea.

Hasta las columnas más personales tienen un reporteo detrás. Busco noticias viejas, hablo con mi padre a ver si recuerda lo mismo...etc. Por ejemplo, acabo de entregar dos columnas a El País Semanal -que es donde la tengo ahora- y para las dos revisé material de archivo, y entrevisté a dos personas.


Me gustan mucho los columnistas con humor. Muero de la risa con las columnas de Juan José Millás. Son un chorro de ácido. A veces son críticas con el sistema, pero otras simplemente son burlonas


¿Qué diferencia, entonces, a una columna de los otros tipos de escritos periodísticos?

Lo más obvio es responder que es un texto muy corto. Parece tonto, pero la extensión es muy importante. Necesariamente hay que ser reduccionista. No se puede contar la historia de Tanzania en 10 páginas, toca hacerlo en un párrafo.

Y una columna siempre es súper subjetiva. En otros textos periodísticos difícilmente hablo en primera persona. En las columnas estoy diciendo “yo” todo el tiempo. Eso es un síntoma de que quiero decir: esto es el mundo tal y como yo lo veo. No pretendo que toda la humanidad lo vea igual. Esa presencia del yo, incluso te permite ser arbitraria por momentos. Eso, para un reportaje o una crónica, no está bien.

| Foto: Diana Rey


En otros textos periodísticos difícilmente hablo en primera persona. En las columnas estoy diciendo “yo” todo el tiempo. Eso es un síntoma de que quiero decir: esto es el mundo tal y como yo lo veo


¿Cómo ha ido desarrollando su voz como columnista, y qué consejo le daría a quien está empezando a desarrollar la propia?

La primera columna que escribí no tenía mucho que ver con las que hice tres meses después. Había una línea, pero me empecé a sentir más cómoda con el tiempo.

Al principio está el susto: ¿será que sí voy a tener temas para todas las semanas? ¿De dónde voy a sacar tantos? Un montón de preocupaciones que orbitan la cabeza, y hacen que uno entre tanteando terreno. La columna funcionó súper bien, pero hubiera podido no interesarle a nadie. Es un lugar de mucha exposición, y de a poco me fui soltando, animándome más.

Desde el principio supe que quería que mis columnas tuvieran esas dos vetas que mencioné, la intimista y la más social y política. No fue una idea que salió con el tiempo. Con ella en mente voy “regulando” las columnas. Si he escrito dos seguidas de temas íntimos, paso a una de coyuntura, y al contrario.

Pero la voz siempre ha sido la mía. Me reconozco en todas. Tal vez se fue poniendo más insolente, más desafiante en algunos aspectos. Yo soy así, pero al principio, como dije, se entra con prudencia y luego se va ganando seguridad.

Con respecto a los consejos, nunca doy. Mucho menos de un tema así. Diría que hay que tener claro siempre -cada vez que uno se sienta escribir- más o menos qué se quiere decir. Eso lleva a determinar el clima que se le da al texto. Si es evocativo, quirúrgico, desafiante, nostálgico...

Escribir también es averiguar lo que se quiere escribir. A veces uno arranca en un lugar y termina en otro impensado. Pero el punto es llegar a un sitio. Empezar a escribir pensando en que de algo pequeñito puede salir una cosa más grande, e intentando llegar a eso más grande porque sino se va a quedar uno siempre en la pequeña historia.

También hay que entender que se tiene un altavoz, y me parece a mí que lo lógico es que uno trate de escribir cosas que le importen a muchas personas.


Hay que entender que se tiene un altavoz, y me parece a mí que lo lógico es que uno trate de escribir cosas que le importen a muchas personas


¿Cómo fue desarrollándose su experimentación con el lenguaje?

Es muy difícil mirar ese proceso en retrospectiva, pero sí tengo claro que a veces leía algo -un párrafo que me llamaba la atención por la textura y la temperatura que le había dado el autor-, y pensaba: ¿podré yo lograr esto en una columna? A veces los textos empezaban así; más por lo formal, queriendo hacer un experimento con el lenguaje.

Las columnas son un estupendo banco de prueba de recursos narrativos, de exploraciones con el lenguaje.

El lenguaje de las columnas es más efectivo que el de los textos largos. Creo que escribir un texto largo en el lenguaje encendido de las columnas, repleto de metáforas y adjetivos llamativos, sería insoportable. Las columnas no son crónicas llevadas a otro formato.


¿Cómo consigue usted la diversidad que caracteriza sus columnas?

Supongo que juega un papel la curiosidad. Cuando me encargaron la columna de El País, sabía que quería enfocarme en temas de la región, no sólo de mi país. En la columna hablé de una mujer colombiana que se tiró de puente con su hijo, y se mataron por un préstamo gota a gota que habían pedido, pero también de las elecciones de Bolsonaro.

Para mí era importante tener ese panorama de región, y discutir esa mirada un poco exotista que tienen los europeos de América Latina.

Poder pasar de lo coyuntural al estilo de columna más íntimo, también me ayudó a darle diversidad. He hecho columnas relacionadas con la condición humana, la pena, el desarraigo, la infancia, el dolor de la vocación, el duelo, la pérdida, el amor, el desamor, la muerte…

Ahora, lo que pasa con las columnas es que son una mirada de la realidad, y uno no tiene 14 millones de maneras de ver el universo. Hay autores a los que se les nota que es medio la misma columna, pero si es buena, hay algo en esa reiteración que me resulta atractivo.


Suele pensarse que para que una columna de opinión sea buena, debe ser crítica. ¿Qué opina usted?

Leer a una persona con una prosa y una mirada complaciente, no es lo que me gusta. No es lo que propicio cuando doy clases y tampoco cuando escribo. Siempre hay un punto de crítica, una mirada un poco a contrapelo o algo que produce un sobresalto.

Pero no creo que necesariamente tenga que ser crítica. Creo que una columna buena tiene que ser inteligente. A veces se asume que la inteligencia tiene que ser crítica, mordaz, sarcástica, irónica, pero no necesariamente. Tiene muchas formas. Por ejemplo, me gustan mucho los columnistas con humor. Muero de la risa con las columnas de Juan José Millás. Son un chorro de ácido. A veces son críticas con el sistema, pero otras simplemente son burlonas.

*Para los interesados, el evento de Leila Guerriero es el domingo 18 de octubre a las 2pm. Se titula “El periodismo, reflexiones sobre la columna de opinión como género”, y se puede ver a través de las plataformas de la feria.