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Libro de la semana: mujeres audaces del mundo antiguo
En ‘Audacias femeninas’, el profesor Carlos García Gual explora el tratamiento y las contradicciones sobre la figura femenina en las épocas griega y helenística.
Carlos García Gual
Audacias femeninas
Turner, 2019
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Es un hecho: la mujer en la antigua Grecia, como en tantas otras épocas, ha sido discriminada. En una sociedad que exaltaba la palabra, ellas estaban condenadas al silencio. Al ostracismo de la casa (oikos). Dedicadas a criar hijos, a las tareas domésticas. Lejos del ágora, del debate, de la polis. Y lejos del gimnasio: no podían exhibir sus cuerpos semidesnudos, como los hombres. Fuera del hogar debían andar cubiertas. Porque sus cuerpos eran menos que los cuerpos de los hombres; eran cuerpos fríos, casi no-cuerpos. “La sumisión de la mujer al hombre está fundada en su propia naturaleza”, decía Aristóteles en su Política. Una servidumbre que él asimilaba a la que tenía el esclavo para con su amo. Aunque algunos esclavos tuvieron su consideración: no todos merecían serlo. Las mujeres pasaban de obedecer al padre a obedecer al marido. De su casa al lecho matrimonial; el amor, desde luego, no intervenía. Tal vez su único espacio de libertad lo constituían las fiestas de Adonis: en las noches de verano subían a los tejados de sus casas y, protegidas por la oscuridad, bebían y compartían sus secretos con otras desconocidas.
Solo las cortesanas, las heteras, disfrutaban de una mayor libertad y de la posibilidad de una cultura refinada; a cambio de perder la respetabilidad. Indecentes, pero brillantes. Como Aspasia, la amada de Pericles. Como Friné, la modelo de Praxíteles. Cuando este quiso pagarle sus servicios con una de sus esculturas, ella, poco conocedora del arte, sospechó que la quería engatusar con una obra menor e ideó un plan. Le pidió al sirviente que mientras cenaban, le avisara de un incendio en su taller: ¡Mi Eros! ¡Mi Eros! ¡Salven a mi Eros!, gritaba Praxíteles. Esa fue la escultura que Friné le pidió a cambio. Para regalársela después a Tespias, su ciudad natal.
Si la mujer era discriminada, ¿por qué razón, en el imaginario de los griegos, hay tantas heroínas, tantas nobles y estupendas figuras femeninas en el mito y en el teatro? Afrodita, Atenea, Clitemnestra, Antígona, Medea, Penélope, Andrómaca, Helena, Casandra. Porque ellas son diosas y princesas, pertenecen al pasado heroico, no a la democracia, dice el profesor Carlos García Gual. En la polis clásica solo se permiten algunas heroínas cómicas, como Lisístrata, de Aristófanes, una feminista, aceptada en tanto pertenece al mundo invertido de la farsa histórica: “Tan solo en algunas farsas de la antigua comedia las mujeres logran el éxito para su revolución. En ‘Lisístrata’ y en ‘Las asambleístas’ se apoderan del Gobierno para imponer la paz, esa paz que los hombres no son capaces de lograr. Queda claro ahí lo benéfico del empeño de las mujeres que, por fin, se han rebelado y han conquistado el poder. Los atenienses se carcajean del espectáculo de una asamblea de travestidas pacifistas. Es un disparate absurdo, solo admisible sobre la escena cómica”.
Ese desfase entre lo imaginario y lo real, según García Gual, solo se resolverá en la época helenística, varios siglos más tarde. En la poesía y en la prosa, en las comedias nuevas, aparecerán figuras femeninas que reflejan a mujeres próximas. No las heroínas de los mitos antiguos, ni las caricaturas de la farsa aristofanesca: mujeres cotidianas que podían encontrarse en las calles de Atenas, de Alejandría o de Éfeso, y que fueron representadas por los escritores de esa época. Son las que aparecen en las comedias de Menandro, en los idilios de Teócrito, en los mimos de Herodas, en las novelas de Caritón, de Jenofonte de Éfeso, de Aquiles Tacio. “Mujeres de siluetas gráciles, de gestos ligeros e inteligentes, resueltas y con carácter, sin el envaramiento principesco de las heroínas trágicas, pero con la astucia y la sutilidad y sentimentalidad propias de su sexo, representan, por fin, un ideal femenino al alcance de la mano”. Mujeres, también admirables, como Ismenodora, Leucipa, Melita, Tecla, Talestris, Ifigenia, Carírroe, Tasia. Mujeres, la mayoría olvidadas, que el profesor García Gual rescata de los eruditos y hace vivir en su libro.