DEPORTES
El libro que recoge las hazañas del ciclismo colombiano
La publicación describe 100 hitos de los pedalistas nacionales, desde la primera Vuelta a Colombia hasta el subtítulo de Rigo en el pasado Tour.
Difícil encontrar una publicación que recopile todo lo hecho por los corredores nacionales en su larga historia de triunfos. Pero desde esta semana existe La leyenda de los escarabajos (100 grandes momentos del ciclismo colombiano), una investigación del periodista Mauricio Silva Guzmán.
Un recorrido histórico que comienza en la apoteósica primera Vuelta a Colombia (la que selló el Zipa Forero), pasa por las victorias de los pedalistas en Latinoamérica (como la de Álvaro Pachón en México) llega a Europa, primero a las proezas del gran Cochise Rodríguez, y luego a los triunfos de Alfonso Flórez, en el Tour del Avenir, y de Martín Ramírez, en la Dauphiné Liberé. Merecen atención especial los ascensos y glorias de Luis Herrera y Fabio Parra, que desafiaron a los todopoderosos Bernard Hinault, Laurent Fignon, Greg Lemond y Perico Delgado, entre otros,
Y, cómo no, muchas páginas para la nueva era, la de Nairo Quintana, Rigoberto Urán, Esteban Chaves y Miguel Ángel López, un grupo al que le falta aún más historia por escribir.
También hay espacio a los ciclistas que ganaron en la pista, como Efraín Domínguez y María Luisa Calle, y a la reina del bicicrós, Mariana Pajón, las dos veces medallista olímpica.
Esta noche, a las 7 p.m., se hará el lanzamiento del libro con un conversatorio entre el autor y el periodista Oscar Restrepo, en el Teatrino del Gimnasio Moderno (calle 74 No 9-24).
SEMANA reproduce el primer momento que reseña el libro: el triunfo del Zipa Forero en la primera Vuelta a Colombia.
CUANDO TODO EMPEZÓ
Primera Vuelta a Colombia 1951
Como en varias religiones, el origen de la vida en el ciclismo colombiano también fue forjado a fuerza de tierra, agua y soplos de vida. Y sangre, ni más faltaba.
Las fotos que sobreviven al evento —al mismísimo momento de la creación— así lo demuestran. Incluso, el Dios de las bielas, cualquiera que sea, escogió como ícono a una figura humana, aguerrida y mestiza, encarnada en Efraín “el Zipa” Forero (Zipaquirá, 1930). Con él se afianzó una nueva doctrina nacional. Era la imagen de un hombre de barro.
Hay que aclarar que aquella primera Vuelta a Colombia, que sucedió entre el 5 y el 17 de enero de 1951, no fue la primera carrera ciclística del país. De hecho, ya se habían celebrado algunas de cierta importancia, organizadas por las ligas departamentales: la doble a Tunja, la doble a Yarumal, la Bogotá-Cali, entre otras. Sin embargo, esa primera gran competencia nacional fue, por todo lo que representó, la génesis de ese cosmos repleto de estrellas que no es otra cosa que el deporte insignia de Colombia.
Meses antes de aquel histórico banderazo inicial, en agosto de 1950, los directivos decidieron hacer un ensayo que dejara ver la viabilidad del proyecto. Una idea a todas luces inviable por una sencilla razón: no había una sola carretera buena en el país (si hoy en pleno siglo XXI las carreteras son regulares, calcule usted, querido lector, las de mediados del siglo XX).
En octubre de 1950 pusieron en marcha un experimento cuyo “conejillo de Indias” fue el Zipa (campeón nacional de ruta y campeón centroamericano de la persecución por equipos). Lo lanzaron a conquistar el país en su bicicleta, al mismo tiempo que el empresario inglés Donald Raskin (secretario de la Asociación Colombiana de Ciclismo y quien lideró esta empresa), Guillermo Pignalosa (presidente de la misma asociación) y Mario “el Remolacho” Martínez (tesorero) salieron detrás de él en un vehículo que les prestó el Ministerio de Obras Públicas. El primer día hicieron Bogotá-Honda y el segundo, Honda-Manizales.
Forero, embarrado hasta la coronilla, llegó a la capital del departamento de Caldas dos horas antes que el auto que llevaba a los dirigentes. Tal hazaña demostró que era posible hacer un “Tour criollo”. Y con ese argumento convencieron a los patrocinadores: Avianca, Bavaria, El Tiempo, Lansa, Ultra, Flota Gran Colombiana, Zeón y el Club Deportivo Los Millonarios, cada uno dispuesto a patrocinar una o dos etapas.
El 20 de diciembre de 1950 cerraron inscripciones: reunieron a treinta y cinco pedalistas de siete departamentos. El 2 de enero de 1951, tres días antes de la partida, se oficializó que no serían ocho etapas, como inicialmente se dijo, sino diez, más tres días de descanso en Manizales, Cali y Girardot.
La “Gran aventura”, tal cual la bautizó el diario El Tiempo, dio inicio el 5 de enero de 1951. A la línea de salida —en la Jiménez con Séptima, frente al edificio del diario más influyente del país—, con un marco de público sin precedentes para la época (más de treinta mil personas), llegaron los participantes con pantalonetas de fútbol, algunos con “bombachos”, otros con cachuchas de cuero, la mayoría con camisetas con anuncios impresos que decían “Radio Loco los saluda”, “Planta de soda de Zipaquirá”, “Vinos Real Tesoro”, “Dayton Cycles London”, “Ferrocarriles Nacionales” y absolutamente todos con unas pesadas bicicletas: las “turismeras”.
El banderazo inicial de la primera Vuelta a Colombia, con un trazado de 1.137 kilómetros de recorrido, lo dio el periodista Jorge Enrique Buitrago, “Mirón”, en representación de El Tiempo, quien se convirtió en el cronista oficial de la carrera y, eventualmente, en comentarista radial.
Como era de esperarse, todo fue muy casero. Raskin, que era organizador, también sería juez de la competencia y, de paso, repartiría frutas y agua a los corredores. En el vehículo oficial de los organizadores, que manejaba el hermano del Zipa (a quien llamaban el Rayado), también viajaban el “cronometrista” oficial, Eduardo “Chuleta” Bernal, el periodista Buitrago y el locutor de la emisora Nueva Granada Carlos Arturo Rueda, con quien nacieron, ahí mismo, las primeras, vibrantes y legendarias transmisiones ciclísticas de Colombia.
En Facatativá ocurrió el primer accidente: Jorge Ramírez, del departamento del Valle, se estrelló contra un auto mal parqueado. Sangre por todos lados y clavícula fracturada. Más adelante, en Guaduas, otro accidentado, y así a lo largo de la Vuelta. Incluso, días más adelante, en Sevilla (Valle), el notario segundo de ese municipio, Simón Aguirre León, fue atropellado por el ciclista Enrique Solís, lo que le ocasionó su muerte días después.
El Zipa ganó la primera etapa en Honda, en la que pinchó seis veces, con una ventaja de veintitrés minutos sobre el segundo. El pé- simo estado de las vías obligó a los pedalistas a bajarse de las bicicletas constantemente e, incluso, a atravesar los ríos con ellas al hombro. Las caídas y las ciclas desbaratadas serían pan de cada día.
La segunda etapa en Fresno también la ganó el Zipa. En la tercera fracción, se accidentó y su madre —que era su principal asistente— lo encontró en una zanja, lo montó sobre el sillín de su cicla y lo alentó hasta obligarlo a recuperar el terreno perdido con sus rivales. Y así volvió a ganar en Manizales, donde casi se suspende la competencia por cuenta de que no había gasolina suficiente para que la caravana continuara. Pero finalmente el combustible llegó.
Forero se dedicó a ganarlo todo y de todas maneras: la sexta etapa, con llegada en Sevilla; la séptima, en Armenia; y la octava, en Ibagué, donde el corredor Arévalo, de Pasto, destrozó su bicicleta y, ya sin poder andar más, recibió de un niño de once años llamado Octavio Patiño una pequeña bicicleta con la que pudo terminar en la plaza de Bolívar de la capital del Tolima. Todo fue así de pueril. De hecho, cuando el Zipa cruzó en el primer lugar el alto de La Línea, en el momento en el que se lanzó en el descenso, pinchó. Los cronistas narraron cómo traspasó la meta literalmente en los rines.
El martes 16, día de descanso, solo había veintinueve “sobrevivientes”. Mientras tanto, el país vibraba con el evento. A los corredores, ya convertidos en ídolos, les llegaba correspondencia de todo el territorio nacional alentándolos e incluso proponiéndoles matrimonio.
El miércoles 17 de enero, al terminar la décima etapa, culminó el primer y más increíble capítulo de la historia del ciclismo colombiano. Efraín Forero Triviño, el Zipa, cruzó como vencedor en Muzú, en el sur de Bogotá, donde otra multitud de treinta mil personas lo recibió. No solo había sumado siete victorias y se había proclamado primer gran campeón de la Vuelta a Colombia, sino que se convirtió en el primer gran héroe deportivo nacional. Esa misma tarde, luego de que la policía lo rescató de la masa enardecida, el país entero lo elevó a la categoría de mito y su leyenda, que creció año tras año, se reforzó detrás de un apodo: el indomable Zipa.
Así nació un evento deportivo con cara de epopeya que, año tras año, con extensas clases de geografía radial, les presentó el país a los propios colombianos a lo largo de las décadas de los 50, 60, 70, 80 e incluso los 90. Una prueba que se convirtió, además, en el termómetro de la nación. Un símbolo patrio que aún vive, sin el brillo de antes, pero vive. Un acontecimiento histórico que merecería mejor suerte.
De esa manera épica, en enero de 1951, sucedió la primera Vuelta a Colombia. Ahí todo empezó. Fue el salto más bello y romántico del deporte nacional. La creación: tierra, agua y soplos de vida (y sangre, por supuesto). El héroe mitológico: el Zipa.
Colombia, entonces, comenzó a practicar una nueva religión cuyo número de adeptos aún crece con inmenso fervor.
Este país fue, es y será ciclismo puro.