Mucho se puede prever, pero solo cuando una persona enfrenta condiciones de vida o muerte sabe de qué está hecha. Ese proceso de “saber de qué se está hecho” varía dependiendo de la situación. En un accidente o en una situación crítica o peligrosa, puede tomar segundos; en el caso de una enfermedad puede tomar más tiempo, en cantidad incierta.

En el caso de la enfermedad, en ese lapso, no es extraño que la persona atraviese las etapas del duelo, reflejadas y proyectadas sobre su propia vida: la negación, la ira, la negociación y la depresión parecen dar vueltas, tomarse turnos, revolverse. En el mejor de los casos, con ayuda y el acompañamiento necesario, con amor y la fuerza para ver por encima de la oscuridad, la persona consigue algo de aceptación y paz. Si ha de irse, que sea con la frente en alto, mientras el cuerpo, el espíritu y la voluntad lo permitan.

Porque no hay revés: la noticia cambia las reglas del juego. Apenas un ser humano se entera de que le quedan meses de existencia, se libra a un océano emocional agitado, tan retador como esclarecedor. Con la muerte acercándose a pasos veloces, afloran sensaciones contradictorias, conviven al tiempo el impulso hacia la acción y la sensación de estar pasmado, paralizado, deprimido. La cabeza da vueltas, tiene todo el derecho de hacerlo. ¿Cómo no?

La historia, expresada desde su sensibilidad literaria primero y luego desde su sentido de las escenas, vale la pena repasar por la manera en la que tocan temas comunes a la humanidad, el amor, la pérdida, la añoranza y más…

Y es cuando ese revoloteo interno parece calmarse, dejando un panorama de prioridades reorganizadas, que se puede empezar a “vivir” ese tiempo que queda. Y el resultado de todo ese camino, extremo si se quiere, se puede expresar al mundo de varias maneras. Mientras algunos saldrán a vivir de maneras extravagantes o extremas, otros podrán caminar en medio del más calmado y señorial silencio, dando prioridad a unas cuantas acciones significativas y honorables. Estas suelen exigir romper las rutinas de años que solo anquilosan el espíritu y resultan ser un glorioso acto de resistencia, una reafirmación ante la vida.

Este último es el caso del señor Williams, el protagonista de la gran película que es Living, que llegó sin mucho bombo este mes a HBO Max, la plataforma de streaming que estos días cancela y cancela, tanto lo horrible –The Idol– como lo que prometía volverse imperdible –Winning Time–. Pero trae a Colombia esta película, y se le anota el detalle. La producción británica, dirigida por Oliver Hermanus, se llevó dos nominaciones al premio Óscar 2023, y al verla se entiende por qué.

En principio, a un ritmo que reta a espectadores que prefieren la acción y la velocidad, se toma el tiempo para revelar una situación rutinaria en una oficina de catastro en Londres. Parece aburrido, lo es, y es necesario retratarlo así para dejar constancia de una burocracia cansada, útil así para unos pocos, y unas maneras de hacer poco aplaudibles, propias de una sociedad que se llama justa solo en superficie, porque, parece, lo último en lo que piensa es en su gente o en sus niños.

¿A quién se le habla cuando se diagnostica una enfermedad? No siempre es a la familia. Esta no siempre tiene las palabras que se buscan.

Todo cambia, sin embargo, por la noticia de la enfermedad terminal que recibe el hombre, Williams, y lo lleva a un acto de hermosa resistencia que cambia el color de su legado y lo hace leyenda en un barrio deprimido de la ciudad, que clama a gritos por un parque, un sencillo y funcional parque. No parece mucho, pero lo es todo.El primer gestor detrás de esta notable película es su guionista, el célebre escritor japonés Kazuo Ishiguro.

Nacido en 1954 en Nagasaki, habitante de Inglaterra desde 1960, donde ha desarrollado su carrera en la vida y en las letras, entre sus guiones, Ishiguro cuenta el de dos de sus novelas: su memorable The Remains of the Day (publicada en 1989, ganadora del Booker Prize y hecha película en 1993), que inmortalizó a Emma Thompson y a Anthony Hopkins en roles notables; también el de la distópica Never Let Me Go (publicada en 2005 y adaptada a la pantalla en 2010, con un reparto maravilloso).

Ambas historias, muy británicas, expresadas desde su sensibilidad literaria primero y luego desde su sentido de las escenas, vale la pena repasar por la manera en la que tocan temas comunes a la humanidad, el amor, la pérdida, la añoranza y más…

En 2022, Ishiguro rompió su tendencia de adaptarse a sí mismo a la pantalla. Y un maestro lo inspiró a hacerlo, pues partió de la película Ikiru, una película de 1952 del reverenciado director Akira Kurosawa. En Living, Ishiguro reimagina la película de Kurosawa en la Londres de los años cincuenta. La cinta triunfa en tomarse el tiempo que la historia y sus personajes exigen para mover fibras humanas, lenta y poderosamente. Por su guion, Ishiguro fue nominado al Óscar en 2023 (que ganó Sarah Polley por la dura película sobre sostenidos abusos de género en comunidades menonitas que es Women Talking).

La cinta triunfa en tomarse el tiempo que la historia y sus personajes exigen para mover fibras humanas, lenta y poderosamente. | Foto: Dennis Fischer

En segundo lugar, pero no menos importante, con un peso tremendo y una interpretación para el aplauso, está Bill Nighy, un actor que suele recordarse desde roles algo irreverentes. Su actuación le valió ser nominado al Óscar (se lo llevó Brendan Frasier, por The Whale), y en ella el nacido en 1949 demuestra su rango, dejando a un Williams en plena mutación silente y conmovedora. Este jefe de media escala está, en principio, enfrascado en el sinsentido de hacer que nada se mueva. Y en días de prolongar esa tarea triste, Williams es algo distante de sus colegas, algo seco, muy estereotípico, si se quiere, del gentleman inglés de ya entrada edad, y ajustado a sus rutinas.

Adusto de rostro, serio en sus maneras, alto de estatura, cuando el señor Williams ve de frente a la muerte se lanza a transitar otra avenida, profunda, distinta a la que ha transitado por décadas, y que, desde hechos sorprendentes y hasta aparentemente humillantes, cimenta un legado hermoso. Para llegar a la claridad que lo impulsa a hacer lo que se propone hacer antes de que su luz se apague, Williams tiene primero que asimilar, entender las nuevas, contrastarlas con la vida. Le toma un tiempo aprender a vivir lo que le queda con significado y hacerlo valer.

Entonces, primero, como nunca antes, Williams deja de ir al trabajo, hecho que deja perplejos a los empleados que tiene a su cargo. Esto, claro, hasta que comprende que tiene que regresar para completar una especial tarea, y ojalá alimentar la esperanza de alguien en el camino. Y si bien la burocracia sigue igual tras su partida, a uno que otro empleado que busca hacer una diferencia sí inspira.

Sin querer queriendo, en ese proceso de asimilar le ayuda la señorita Harris, la única mujer que trabaja en su despacho y a quien se topa casualmente en la calle esos días en los que se ausenta de la oficina. Es ella la que, desde su manera de ser, espontánea y llena de vida, le transmite a este hombre todo lo contrario a lo que fluye en esa oficina. A ella, antes que a su hijo, Williams le revela su condición. Su hijo, presionado por una esposa interesada, no es alguien que pone su bienestar en primer lugar. Y por duro que sea aceptarlo, Williams lo hace. Los silencios hablan tanto como las palabras.

Ante un mundo que parece seguir andando impulsado por el interés personal, Williams actúa desde un corazón colectivo. Y cuando, en medio de su última misión, se le trata hasta de loco y se le pordebajea, sigue adelante, con la cabeza en alto, haciendo lo que la situación exige porque, como lo pone tan hermosa y devastadoramente en palabras: “No tengo tiempo para enojarme”.