El actor callejero Álvaro Hernández (Mario Duarte) se hace pasar por guerrillero desmovilizado para beneficiarse de los programas del gobierno

CINE.

Los actores del conflicto

La nueva película de Lisandro Duque lo arriesga todo por hacer un llamado a la cordura en un país de locos.

Ricardo Silva Romero
11 de octubre de 2008

Título original: Los actores del conflicto.

Año de estreno: 2008.

Dirección: Lisandro Duque Naranjo.

Actores: Mario Duarte, Coraima Torres, Vicente Luna, Arianna Cabezas, Nicolás Montero, Fabio Rubiano, Juan Ángel.

Los protagonistas de las películas de Lisandro Duque Naranjo suelen ser colombianos obstinados: el ciclista Álvaro, en El escarabajo (1983), no descansará hasta ganar la competencia; el irresponsable Adolfo, en Visa Usa (1986), no tendrá paz hasta salir de esta Colombia que ha sido siempre lo que es; el empleado judicial Margarito Duarte, en Milagro en Roma (1988), tratará a toda costa de que el Vaticano canonice el cadáver intacto de su pequeña hija; el gordito Gonzalo, en Los niños invisibles (2001), preparará contra viento y marea una pócima mágica para volverse invisible, y el actor callejero Álvaro, en la recién estrenada Los actores del conflicto (2008), se hará pasar por guerrillero desmovilizado para que el gobierno de siempre le pague un exilio cómodo en Madrid: "En este país hay que echar bala adentro para que lo lleven a uno a afuera", les dice a los dos amigos que lo acompañan en una locura que le mostrará el país por dentro.

Como se puede ver, Duque Naranjo, antropólogo, columnista y profesor nacido en Sevilla, Valle, el 30 de octubre de 1943, ha logrado la proeza de construir una filmografía cargada de obsesiones y marcas de estilo en una nación en la que todo estuvo en contra de la producción de largometrajes durante mucho tiempo: ha sido, mejor dicho, tan terco como sus personajes.

La entretenida Los actores del conflicto no es su mejor trabajo. Pero no es, tampoco, un largometraje que se pueda dejar de lado sin antes pensarlo con calma. Es, de hecho, relevante. Su credibilidad se ve afectada por una fotografía avejentada, una trama que va del absurdo al realismo dejando cabos sueltos en los dramas privados de sus tres personajes principales y una música estridente que pocas veces viene al caso. Y sin embargo, logra satirizar esta guerra civil dosificada, borrosa e interminable (esa guerra de todos contra todos) a la que se ha acostumbrado Colombia. Lo hace justo ahora. Justo cuando la mayoría del país está segura de que se trata de un conflicto que se puede ganar a sangre y fuego. Y cuando las noticias diarias de las masacres, de las desapariciones, de los incontables casos de corrupción caen como una avalancha que desmoraliza, que no da tiempo para pensar.

Ha sido eso, esas ganas de pedirles a los espectadores que se detengan a ver el panorama, que se den cuenta de que para sobrevivir nos hemos vuelto una nación de actores, lo que en verdad le ha importado a Duque en esta ocasión: ha sacrificado muchas cosas, desde técnicas hasta dramáticas, para lanzar su alegato.

Tenía que hacerlo. Dicen que el público está cansado de historias sobre la realidad torcida del país: la droga, el secuestro, la corrupción. Yo no creo. Creo que más que nunca el cine debe hablar de ello. Y que a la gente lo que le cansa son esas malas películas, sin sentido del humor, que Lisandro Duque nunca ha hecho.