Entrevista
Los espectros claman justicia: el arte colombiano, del 2006 a nuestros días, en los ojos de Juliana Martínez
En “Haunting Without Ghosts” la académica, docente y columnista santandereana aborda la preocupación formal y temática común al arte, la literatura y el cine colombianos en los últimos 15 años: relatar las nuevas violencias en el territorio expresando los profundos vacíos que dejan.
Juliana Martínez vive y enseña en Washington pero tiene las antenas bien puestas en Colombia. Mujer polifacética, a finales de 2020 publicó “Haunting Without Ghosts: Spectral Realism in Colombian Literature, Film, and Art”, un texto académico sobre el cambio de tono y forma del arte colombiano en narrar su complejo conflicto armado y canalizar sus consecuencias y vacíos de justicia y verdad. Si bien el texto aún no está disponible en Español, en Colombia el libro está disponible para kindle.
En sus respuestas Martínez demuestra su vena docente. Con ejemplos pertinentes y disposición genuina, nos habló del presente en la Washington que habita (y en la que enseña Género y Sexualidad y Literatura Latinoamericana en American University), para luego enfocarnos en el libro. Con sus letras, Evelio Rosero encendió una llama que se fue ampliando al ver una película como La Sirga de William Vega y otras expresiones artísticas, como Fragmentos de Doris Salcedo. En estos, Juliana notó un quiebre con las expresiones artísticas de décadas atrás, aquellas que nacieron en denuncia del ‘Plata o Plomo’ que impregnó la sociedad en la era de los grandes narcos extraditables. En ese cambio de tono, forma y enfoque del arte colombiano durante los años de la violencia paramilitar (que ha mutado, no desaparecido) radica su exploración. Y es ahí donde juega lo espectral, concepto que nos contextualiza en esta entrevista. Esto nos dijo.
¿Cómo ha vivido ese cambio de mando caótico que ha tenido lugar en Washington?
Han sido meses de mucha ansiedad política, de una tensión constante, de esperar qué va a pasar, y esto se siente mucho en la ciudad. Esta se militarizó completamente después de los eventos del 6 de enero, particularmente, pero venía pasando desde antes.
Lo más leído
Estar a la expectativa de una posibilidad real de que la democracia estadounidense terminara, de que hubiera un golpe de Estado liderado por el presidente, fue una cosa muy surreal. Yo no pensé que esto pudiera pasar y, pues, afortunadamente no fue lo que sucedió y se logró hacer una transición pacífica democrática. Pero sí es un síntoma de cambios muy profundos que están ocurriendo en Estados Unidos y también a nivel mundial. Es muy preocupante.
¿Cómo se presenta Juliana Martínez?
Soy una nerda profesional, una ñoña por convicción y por profesión. Siempre he tenido tres aspectos de la vida profesional muy importantes para mí, que pensé separados por muchos años pero que he logrado unir.
Está una parte académica: escribo libros, artículos académicos, y me encanta enseñar. Lo hago desde los 22 años y me fascina. Cuando estoy en algún proyecto de investigación y por eso no enseño, me deprimo. Me hacen mucha falta los estudiantes, aprendo muchísimo de ellos.
Por otro lado, tengo un compromiso con el activismo de género y LGBT, donde creo que es fundamental trabajar con grupos, apoyar organizaciones que están realmente liderando el cambio social para lograr tener sociedad más incluyentes, igualitarias y equitativas para todas las personas. Particularmente trabajo en temas de género y diversidad sexual.
Y, por otra parte, está el trabajo con Sentiido, una organización donde trabajamos en capacitaciones, consultorías e investigaciones más aplicadas en temas de diversidad sexual y de género. Entonces, en parte hay trabajo de ‘capacity-building’ y también de comunicación con un público amplio. Hago la columna de Vanguardia, escribo artículos para Sentiido y dirijo y escribo investigaciones y consultorías (pero ya más aplicadas, con empresas con colegios, con distintas organizaciones). Esta respuesta larga se resume en esto: una ñoña por convicción y profesión, particularmente interesada en la conexión entre violencia, género y diversidad sexual.
Publicó “Haunting Without Ghosts: Spectral Realism in Colombian Literature, Film, and Art “, ¿de dónde nació su interés? ¿Qué preguntas guiaron el trabajo?
El libro surge como surgen varios libros académicos, de la disertación doctoral (Martínez es Doctora en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de California, Berkeley). Yo estudié Literatura en Los Andes y siempre he estado muy interesada en la representación de la violencia, de las distintas formas e violencia y de la literatura como una de las múltiples herramientas de crítica social y cultural. A mí siempre me ha interesado cómo negocia la literatura la representación de una realidad que de alguna manera encuentra problemática, que es violenta, violenta en el sentido amplio, no solo en el sentido de la guerra. Sino violencia de género, violencias raciales, etc.
Esa pregunta siempre me ha fascinado, me causa fascinación intelectual. Y cuando estaba estudiando el doctorado se publicó la novela Los Ejércitos de Evelio Rosero. Y la leí y me cambió todo. A Evelio Rosero hasta entonces no lo había leído, no sabía quién era, y esa novela me pareció algo distinto en la literatura colombiana. Había algo muy interesante ahí, y la manera en la que presentaba la violencia del conflicto armado en Colombia tenía mucho que decirnos como sociedad. Entonces empecé a leer más novelas de Rosero y a seguir los pasos de su trabajo, y la disertación se volvió una exploración profunda del trabajo de Rosero.
Cuando la terminé, como muchas personas que terminan el doctorado, me eché durante un año seguido a ver televisión y películas. Siempre me ha gustado mucho el cine. Y empecé a encontrarme con un montón de películas súper interesantes donde yo veía resonancias formales con lo que estaban haciendo Rosero y otros autores colombianos. Y me empezó a suceder lo mismo con el arte, entonces yo digo “Aquí hay algo que no es solo de la literatura que hay directores, hay películas que están explorando una estética similar para presentarle a su audiencia unas preguntas éticas”, y en el fondo eso es lo que hace el libro.
En el fondo, la pregunta del libro es cuál es la relación entre la estética, bien sea cine, literatura o arte y la ética. Cuáles son las preguntas éticas y políticas que distintas formas de arte nos hacen, nos preguntan y que, como audiencia, decidimos escuchar o no. Cuál es la relación entre la estética y la ética, y cómo se da, pues el arte lo único que tiene es la forma para existir. Las grandes historias de la literatura o del cine son casi siempre las mismas. La diferencia entre Romeo y Julieta de Shakespeare con cualquier telenovela no es tanta. La diferencia es lo que él hizo con el lenguaje.
Esa pregunta empiezo a perseguir en esas películas, en esas obras de arte y en estos libros. Por eso en el libro hay un capítulo sobre literatura, otro sobre cine y otro sobre arte.
La pregunta del libro es cuál es la relación entre la estética, bien sea cine, literatura o arte y la ética. Cuáles son las preguntas éticas y políticas que distintas formas de arte nos hacen, nos preguntan y que, como audiencia, decidimos escuchar o no
El concepto de lo espectral está en el corazón de su exploración y de estas preguntas...
Hay una diferencia en la teoría académica entre los fantasmas y lo espectral. Los fantasmas, sería lo que todos conocemos como Gasparín, digamos, y lo espectral remite a lo que el fantasma produce. Entonces uno quita al fantasma y se queda con lo que produce esa aparición de un espectro.
Cuando un espectro aparece, muchas cosas de la realidad se cuestionan. ¿Estoy viendo lo que estoy viendo? ¿Estoy oyendo lo que estoy oyendo? ¿Cómo puede ser que el tiempo sea lineal si esta persona está muerta? Y el espectro siempre llega exigiendo justicia. Pensemos en Hamlet: el espectro aparece a exigir que una violencia que no fue procesada con justicia sea tenida en cuenta y se haga justicia por un crimen por el cual no se hizo justicia antes. Entonces El fantasma se le aparece a Hamlet a decirle “¡Ey!, tu tío me mató, tienes que ir a matar a todo el mundo”. Y Hamlet como que no quiere y entonces el fantasma insiste e insiste hasta que Hamlet tiene que asumir la responsabilidad por el crimen cometido contra su padre.
No uso la espectralidad porque haya fantasmas, de hecho en ninguna de estas novelas ni películas hay fantasmas. Lo que me interesa no es lo que el fantasma es, sino lo que el espectro produce, esa sensación de miedo, de pánico, de no saber si uno está viendo o no lo que está pasando. Y, sobre todo, la exigencia de la justicia por una violencia que fue cometida y a la cual no se le ha hecho justicia. Todas estas obras tienen de una u otra forma todos esos elementos, nos están exigiendo justicia. Una película bellísima como La Sirga de William Vega, o Violencia de Jorge Forero.
Lo que me interesa no es lo que el fantasma es, sino lo que el espectro produce: esa sensación de miedo, de pánico, de no saber si uno está viendo o no lo que está pasando. Y, sobre todo, la exigencia de la justicia por una violencia que fue cometida y a la cual no se le ha hecho justicia
En mi casa hay un chiste que mi pareja hace. Dice que a mí me encantan las películas donde nadie habla y no pasa nada. Entonces nos inventamos el “grillómetro” porque solo se oyen los grillos. Esas películas tienen un alto nivel de “grillómetro”. En Violencia no hay diálogo. Entonces imagínate lo que eso produce en la audiencia. Para uno es muy difícil de ver y eso produce una temporalidad lenta, donde hay un montón de preguntas éticas que se le están haciendo al espectador y que el espectador enfrenta sin poder distraerse con la acción y todo eso. Ese es un ejemplo de las cosas que yo estoy intentando ver en estas dos obras.
¿A qué atribuye uno ese rompimiento con respecto a lo que se veía antes, a esa denuncia directa del “Plata o Plomo”?
Creo que tiene que ver con un tema generacional. El sentido de la edad de los productores artísticos y de diferentes estéticas se sobreponen. Los nuevos productores hacen lo contrario a lo que hicieron los de antes.
Más importante, yo creo que esa estética de la hipervisibilidad se agotó. Yo creo que tuvo un momento muy importante. Cuando el narcotráfico empezó a tomarse al país completo desde la violencia, por sorpresa, a principios de los ochentas, había muchas cosas que no se sabían y toda una generación de escritores, de artistas buscaron hablar de eso y llamaron la atención sobre lo que está sucediendo. Entonces existió la necesidad casi que de obligar a la gente a ver, “esto es lo que está pasando”, a visibilizar unas dinámicas sociales, económicas, políticas muy duras, muy violentas que como país nos habíamos negado a ver.
Entonces creo que el arte tuvo un papel importante en ayudarnos a tomar consciencia de lo que estaba sucediendo. Pero eso tiene otro lado, hay una línea muy delgada con la explotación de esas situaciones, hay ese exhibicionismo, y ese deseo de denunciar a veces cae en explotar lo que dice estar denunciando.
Esta es una pregunta muy antigua de la literatura y de las artes en general. Si tomo una fotografía denunciando la pobreza en África, ¿la estoy explotando? Una pregunta muy profunda que no es solo colombiana y que gente como Ospina y Mayolo ya en los setentas se estaban haciendo abiertamente. Ellos tienen un documental falso que se llama Agarrando Pueblo, que es absolutamente genial, muy chistoso donde denuncian lo que ellos llaman la Pornomiseria, que es cuando vienen los extranjeros y lo único que quieren ver de Latinoamérica y en este caso específico de Colombia, es la miseria. Entonces en el documental ellos tienen un checklist, porque supuestamente están haciendo un documental para la televisión alemana. Entonces tienen: “tres niños pobres, una loca de la calle”, y así todas las desgracias sociales de Colombia. Y ese concepto digamos de qué quieren ver, cómo esa situación de denuncia se vuelve una situación de explotación donde las audiencias transnacionales están involucradas porque la pobreza era lo que Europa y Estados Unidos querían ver de Latinoamérica y de Colombia en los años setenta y después se vuelve violencia.
Entonces intentar hacer una película o una telenovela o lo que sea que no sea sobre el narcotráfico y que no sea sobre violencia, nadie financia eso. Es muy difícil, hay una crítica de cómo la Pornomiseria se vuelve Pornoviolencia. Ese exhibicionismo de la violencia que satisface un apetito que primero es denuncia y después empieza a satisfacer un apetito internacional por ese tipo de productos y estos cineastas, novelistas están en parte reaccionando contra esto. No explícitamente atacándolo pero sí buscando otro lenguaje desde dónde hablar de esto sin caer en las mismas trampas, o simplemente explorando otras maneras de denunciar o de enunciar la violencia en Colombia.
En un escenario tan dividido como el que hay en Colombia, en el que quienes son conscientes del conflicto se interesan y quienes no tachan estas expresiones artísticas de un borrón, ¿cómo se evita caer en una caja de resonancia?
Me parece una pregunta muy difícil y muy importante. Yo creo que el arte tiene esa posibilidad pero pocas personas aceptan la invitación. Pienso que la diferencia, por ejemplo, entre la literatura y las redes sociales. Estoy pensando en Vargas Llosa que tiene un libro muy bonito que se llama La verdad de las mentiras, es un libro ensayo sobre literatura y él básicamente dice que la literatura tiene la capacidad de hacer tres cosas. Primero, despierta empatía, porque nos permite experimentar la vida de otras personas, vivir la experiencia humana de otra persona. Segundo, la literatura es siempre un gesto de rebeldía contra algo. Él dice que no se escriben novelas para representar la vida si no para transformarla de alguna manera, si uno está completamente conforme con su realidad no hace arte, el ejercicio artístico siempre es un ejercicio crítico, siempre un ejercicio de rebeldía contra algo, y eso produce una libertad de pensamiento. Ni siquiera los regímenes más autoritarios pueden evitar la creación artística, porque uno en su cabeza puede crear un mundo que nadie puede controlar.
La empatía, la rebeldía y la libertad son fundamentales para una situación de crisis, para crear, para humanizar un conflicto y humanizar la urgencia de una transición a la paz que no es posible sin la creación de una sociedad más equitativa de manera estructural. Entonces creo que el arte, la literatura, el cine, las artes plásticas tienen mucho que aportar a esto. Pero uno puede llevar un caballo al agua pero no obligarlo a beber, que es el problema de cómo hacemos para salir de esas cámaras de ego porque lastimosamente no muchas personas aceptan esa invitación que nos hace el arte.
Fragmentos, en el centro de Bogotá, es una de las experiencias más poderosas en términos de lo que el arte puede producir. Estar parado uno encima de ese piso es una experiencia muy profunda. Estamos parados frente a las armas de las FARC, en un piso marcado, cicatrizado por la violencia sexual del conflicto armado, estamos en un espacio que está allí para ser llenado de esperanza y de paz. Entonces este tipo de reflexiones e invitaciones las puede producir el arte. Pero tenemos que estar dispuestos a escuchar esa invitación y acogerla. Ahí no estamos haciendo un buen trabajo, lastimosamente.
¿Algo que quiera añadir?
Que ojalá leamos más autoras colombianas, ojalá veamos más cine colombiano, más arte colombiano. La riqueza de la producción cultural en Colombia en este momento es realmente impresionante. Así que la invitación es a escuchar, a leer, a ver esta riqueza que tenemos, a apoyar este trabajo muy serio, y que tiene el potencial de hacernos una mejor sociedad. Y que compren el libro. Y si no han leído La Perra de Pilar Quintana, lo tienen que leer.