Personaje
“Los estallidos sociales muestran que la falta de solidaridad está llegando a su fin”: Gastón Soublette
Desde que empezó la pandemia, el filósofo, esteta, musicólogo y escritor chileno ha escrito tres libros en los que reflexiona sobre el estallido social de Chile en 2019 y la “marginalidad humana” de la sociedad moderna, entre otras cosas.
Entrevistar a Gastón Soublette no es una tarea fácil.
A sus 94 años, el filósofo, esteta, musicólogo y escritor chileno ha perdido el sentido del oído, por lo que prefiere no atender el teléfono.
Tampoco tiene computador ni correo electrónico. Y todo lo que escribe, lo hace con una máquina de los años 80, incluidas las respuestas a esta entrevista.
Además, vive alejado del mundo, en una quinta en la pequeña localidad de Limache, en la región de Valparaíso, Chile.
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Pero Soublette no pierde la lucidez. Tampoco su increíble capacidad de analizar la sociedad actual, con una agudeza que lo ha llevado a ser reconocido como un importante referente intelectual del país sudamericano.
En esta entrevista realizada hace unas semanas con BBC Mundo, Soublette desmenuza las consecuencias del crecimiento ilimitado en el mundo, las injusticias perpetradas por las élites políticas y económicas, la falta de solidaridad y respeto por la humanidad, y las consecuencias del avance de la tecnología en la mente humana, entre otras cosas.
Además, lanza una advertencia: cuando se acabe la pandemia, afirma, la “reacción violenta de las masas ante los privilegios de los poderosos continuarán”.
En Chile ha habido un fuerte debate respecto al individualismo y la falta de solidaridad en la pandemia, se dice que a nadie le importa mucho lo que le pasa al de al lado. ¿Cree que el coronavirus ha desnudado las fracturas de la sociedad moderna de este país?
Creo que la pandemia, al igual que una guerra, tiene el poder de extraer lo mejor y lo peor de los individuos y, esto, a modo de juicio final.
Lo peor está demasiado a la vista y no se puede disimular.
La espiral de la violencia delictiva, los femicidios que se multiplican, los asesinatos de niños y niñas, y hasta las amenazas de muerte de algunos a sus vecinos solo por el hecho de haber contraído el mal del coronavirus; las fiestas clandestinas de quienes no les importa contagiarse sin pensar que ellos pueden contaminar a otros; el pillaje a todo nivel de vehículos de transporte, de centros comerciales; los asaltos hasta en las calles céntricas de la ciudad; los atentados incendiarios; los enfrentamientos entre bandas rivales de narcotraficantes con balaceras que dan muerte a muchas víctimas inocentes, en fin…
Eso por una parte, y por otra, la ocasión que este encierro les brinda a muchos de hacer un balance de sus vidas, pues todo se acelera y ya nadie tiene tiempo de parar esta máquina para revisar lo hecho y lo que está por hacer, y eso se debe a las formas de vida que ha generado un modelo de civilización cuyos únicos valores y fundamentos son económicos, tecnológicos y políticos.
El hombre interior en la mayor parte de la humanidad está muerto. Nuestra mente enteramente vertida hacia el exterior solo funciona ante el estímulo de los lugares comunes del día a día ciudadano.
¿Qué lo llevo a esa conclusión? ¿Esto tiene que ver con la falta de solidaridad e individualismo imperante?
El hombre interior es la parte más elevada de nuestro ser consciente, por así llamarlo, el núcleo de la conciencia.
El hombre tiene el deber moral de trabajar sobre sí mismo para obtener el gobierno de su vida psíquica, desde ese ámbito profundo de su propia alma. Si se deja arrastrar por la corriente que se vierte hacia el exterior, ese centro rector de la conciencia queda subordinado al poder de los impulsos psíquicos y el hombre interior se desvanece a través de los años.
el fenómeno del crecimiento ilimitado transformó la ciudad moderna en un infierno mecánico donde desapareció la noción misma de la felicidad.
La civilización en que vivimos, que solo pide rendimiento de nosotros, es el paradigma alienante de la psique humana; hoy solo queda el hombre que proyecta su mente hacia el exterior para actuar sobre las cosas y las personas.
Por esa alineación de nuestro espíritu carecemos de un referente trascendente, con lo cual perdemos la noción del sentido.
Usted ha afirmado que Chile vive en una “sociedad muy injusta”. ¿Qué cree que la condujo hasta allí?
La injusticia de la sociedad chilena es una forma más de injusticia que impera en el mundo entero.
Una elite de emprendedores a nivel mundial detenta toda la riqueza del planeta y maneja el mundo desde la trastienda del poder político. Eso ocurre en todos los países con diferentes matices.
Los peores matices se dan en los países del tercer mundo. Chile entre ellos figura a la cabeza de los países en que la distribución del ingreso es la más desigual.
Sumado a eso la corrupción funcionaria de muchos servidores públicos a nivel regional y comunal, quienes permiten la destrucción de nuestro patrimonio urbano y natural privilegiando ciertos proyectos inmobiliarios e industriales en desmedro del buen vivir de los ciudadanos.
La sociedad contemporánea está obligada a vivir en formas que le son impuestas por una élite de poderosos emprendedores, los cuales manejan el mundo.
Esas formas de vida impuestas por ellos tienen por finalidad mantener este constructo económico y tecnológico que son los países modernos, y que les permite a ellos retener para sí mismos toda la riqueza del mundo.
Esa falta absoluta de solidaridad y respeto por la humanidad no se tolerará más en el siglo XXI. Los estallidos sociales muestran que ese modelo de sociedad está llegando a su fin.
¿Se puede recuperar la solidaridad?
La solidaridad entre los hombres solo es posible cuando estos tienen virtud y sabiduría. La solidaridad no se puede recuperar por medio de una campaña de promoción ni por medio de una ideología.
La solidaridad puede volver al mundo solo por un cambio de paradigma cultural, fruto del trabajo sostenido de minorías disidentes que asocian a personas que tienen virtud y sabiduría para conducirse en la vida.
¿Qué papel debería jugar la élite económica y política en una crisis tan fuerte como la que estamos viviendo producto de la pandemia?
La élite económica en estas circunstancias debiera concertarse para patrocinar planes de ayuda al sector más vulnerable de nuestra población. La gente pierde su trabajo, pierde su remuneración, carece de medios y, encima, los obligan a encerrarse en sus casas.
Entonces no se extrañen que la espiral de la violencia delictiva haya llegado al grado de gravedad que observamos hoy. Además, todos sabemos que la pandemia ha contribuido a incrementar el capital de los más afortunados.
¿Cree que las ayudas sociales han sido suficientes en Chile y en América Latina para proteger a los marginados?
Ciertamente las ayudas sociales son insuficientes en un sistema que genera desigualdades escandalosas como las que se dan en Chile.
La ayuda es circunstancial, en tanto que la mayor parte de la población vive en una estrechez al límite de lo soportable, y justamente en esos medios es donde germinan las aberraciones morales y la delincuencia en gran escala.
Usted tiene 94 años y ha visto pasar muchas cosas frente a sus ojos. Ha dicho que la civilización industrial fracasó en su intento de alcanzar el bienestar y que la “calidad humana” de las personas ha disminuido. ¿Qué lo llevó a esa conclusión?
La civilización industrial surgió como consecuencia de la filosofía utilitaria anglosajona, la cual promovió el imperativo de la generación de riqueza como el sentido mismo de la vida.
Paralelamente a eso, estaba ya ocurriendo el fenómeno de una creciente secularización de la sociedad, hasta el punto culmine en que Friedrich Nietsche proclamó ante el mundo su famoso “Dios ha muerto”.
La justificación suprema de la civilización industrial es la búsqueda del bienestar, pero con el correr del tiempo la vida en los centros urbanos de volvió mecánica y extremadamente compleja, la necesidad de un creciente rendimiento obligó a los hombres a vivir en el apremio constante.
Los emprendimientos industriales movilizaron grandes masas de trabajadores los cuales fueron explotados al máximo, y el hombre medio de todas la naciones se transformó en un consumidor y usuario pasivo, delegando sus aptitudes personales en especialistas e intermediarios.
En algunos aspectos se alcanzó un cierto bienestar, aunque el fenómeno del crecimiento ilimitado transformó la ciudad moderna en un infierno mecánico donde desapareció la noción misma de la felicidad.
El día a día de los ciudadanos se empobreció, desarticulando y anulando la cultura tradicional de los pueblos, con lo que se desvanecieron las nociones de “sabiduría” y “virtud”, de “sentido” y trascendencia”.
En adelante, no hubo más sentido que el que los hombres le quieran dar a la vida. Desapareció la noción de un sentido pre existente al hombre. Esa nueva cosmovisión generó esos sistemas de pensamiento que llamamos “ideologías”.
Y como las ideologías son puro pensamiento, el hombre no tuvo más mundo que el que podía resultar de su actividad pensante, en suma: un mundo enteramente pensado y, con él, también un hombre enteramente pensado. Ese mundo pensado se impuso a la estructura psíquica del hombre y al plan maestro de la naturaleza.
Así, la civilización industrial anuló la integridad psíquica los hombres y provocó la desarticulación de los ecosistemas del orden natural.
¿A qué se refiere cuando habla de “calidad humana”?
La calidad humana se prueba en el sentido de “comunidad” y supone lo que tradicionalmente llamamos “virtud”. La virtud consiste en amar y respetar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
La calidad humana se prueba también en el desarrollo de las facultades superiores de la persona. Pero sea lo uno o lo otro, resulta una moral subordinada a la armónica convivencia social.
Antes de la pandemia del coronavirus, estaban ocurriendo protestas no solo en Chile sino en varios países del mundo. ¿Cree que van a continuar cuando se acabe la covid-19?
Las protestas sociales que empezaron el año 2019 fueron suspendidas por la fuerza mayor de la pandemia.
Pero terminada esta emergencia, los hechos que motivan las protestas persisten y la reacción violenta de las masas ante los privilegios de los poderosos continuarán, pues la humanidad está demostrando que no seguirá tolerando que el poder económico siga manejando el mundo en beneficio de una elite pero a costa de la mayoría, a quien le cuesta vivir en una estrechez al límite de lo soportable.
Como tampoco va a seguir tolerando que los poderosos sigan destruyendo la naturaleza al punto de poner en riesgo la supervivencia de nuestra especie.
Usted ha estado al margen de la tecnología. ¿Por qué?
Procuro vivir lo que más pueda libre de tecnología porque la conducta humana que se somete a ella termina condicionando inconscientemente su funcionamiento mental.
Es un hecho comprobado que el hombre es lo que hace, y ese condicionamiento es progresivo.
Así, sin advertirlo, el hombre moderno entrega la génesis de sus pensamientos a diversos mecanismos de manera que la reiteración crea una adicción y al fin pierde su identidad como persona humana.
¿Qué opinión tiene de las redes sociales y como estas han sido un vehículo a una época marcada por la pos verdad?
Las redes sociales han prestado ayuda a los disidentes del mundo transmitiendo textos, anuncios, proclamas, manifiestos, textos reflexivos, noticias importantes y convocatorias para acciones concretas.
También han sido usadas para el tráfico de varios, incluido el de personas, para promover el comercio sexual y la pornografía, han sido la causa de muchos crímenes, falsas noticias, estafas, amenazas, difamaciones, robos, etc.
La rapidez de sus efectos es parte del aceleramiento que han adquirido todos los procesos de la existencia. La vida, en verdad, tiene otros ritmos a causa de la ley del crecimiento gradual, y la psique humana se adecúa mejor a ellos.
No creo que el apóstol Pablo de Tarso con la ayuda de tan poderoso instrumento hubiese podido difundir la fe cristiana en el imperio romano, como lo hizo con la ayuda de eso que él llamaba Espíritu Santo.
¿Qué piensa de las nuevas generaciones? ¿Tiene esperanzas en ellas?
Hace 50 años que ejerzo como académico de la Facultad de Filosofía y Estética de la Universidad Católica y en los últimos 20 años he observado un cambio muy favorable en los jóvenes.
Un sentido más desarrollado de la justicia y la dignidad humana, una conciencia más clara de la igualdad esencial de todos los seres humanos, una tendencia persistente a conocer y promover los fundamentos culturales de la identidad nacional, y una autenticidad mayor para aparecer ante los demás, sin simulaciones.
Creo que están más capacitados que antes para enfrentar la realidad y tienen más coraje.