LIBROS

El llamado de la selva

Una historia de amor y odio entre una mujer y una perra que se desarrolla en el Pacífico colombiano.

Luis Fernando Afanador
3 de febrero de 2018

La perra
Pilar Quintana
Random House, 2017
108 páginas

La historia es sencilla: Damaris, una mujer negra que vive en un caserío del Pacífico colombiano, adopta una cachorra de una perra envenenada y le da el nombre de Chirli, como hubiera querido llamar a la hija que no tuvo. Lo hace sin consultarlo con Rogelio, el pescador con el que convive, “un negro grande y musculoso, con cara de estar enojado todo el tiempo”. A pesar de su torpeza para darle leche con una jeringa y de la resistencia de Rogelio –son cuidadores de una casa en el acantilado y deben velar por otros perros– logra criarla y convertirla en el eje de su vida. Hasta que Chirli crece y empieza a escaparse a la selva –“ya probó el monte y se echó a perder”–; hasta que un día aparece preñada, se desentiende de sus cachorros cuando nacen –“la perra resultó ser una pésima madre”– y todo cambia entre ellas. El amor se convertirá en odio; el idilio, en tragedia: “Y Damaris tuvo la impresión de que ahora sí se había roto entre ambas algo irreparable. Contra lo esperado, le dolió”.

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Un melodrama cualquiera, una narración muy simple que se desarrolla en el presente y se alterna con flashbacks al pasado de Damaris, lo cual va enriqueciéndola como personaje. Su gran frustración es no haber sido madre; en su entorno, el destino de la mujer es tener hijos: “¿Para cuándo los bebés? o ¿Qué hubo que se están demorando?”. No hubo yerbatera ni jaibaná que solucionara su infertilidad; tener relaciones con Rogelio dejó de ser un atractivo al igual que la relación con él: “Dejaron de tenerlas, al principio tal vez solo para descansar, y ella se sintió liberada, pero al mismo tiempo derrotada e inútil, una vergüenza como mujer, una piltrafa de la naturaleza”. Así, estaba a punto de llegar a los cuarenta, la edad en la que, según su tío Eliécer, “las mujeres se secan”. Pero apareció Chirli, claramente un sustituto de la maternidad frustrada y de su soledad. No es necesario hacer un análisis psicológico para entenderlo: “Sí, la llamé Chirli, como a la hija que nunca tuve”. Aunque no es lo mismo tener una mascota en la ciudad que allí, en un ambiente también hostil para los animales: no hay veterinarios que esterilicen, la superpoblación se resuelve arrojándolos al mar o envenenándolos en la playa, como le sucedió a la madre de Chirli. Y está la selva, “el llamado de la selva”, como bellamente lo dijera Jack London, por cierto, contando la historia de un perro.

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Damaris carga con otra cruz: la muerte de Nicolasito, el hijo de los Reyes, los dueños de la casa en el acantilado que cuidan. Cuando eran niños, mientras jugaban juntos, a Nicolasito se lo llevó el mar. No fue su culpa, pero igual se la atribuyeron y la azotaron: “El tío Eliécer paró el día que habría tenido que darle treinta y cuatro latigazos. Habían pasado treinta y cuatro días, el mayor tiempo que el mar se había demorado en devolver un cuerpo”. Pérdidas, culpas, soledad, que distrae con la perra, las telenovelas y con cizaña de su prima Luzmila, que elogia su bonita piel, sin manchas ni arrugas, mientras le dice: “Claro, como no tuviste hijos”. Sin embargo, su lucha más tenaz, más persistente, es contra la naturaleza, la selva y el mar, con su belleza ambigua y traicionera: “El mar seguía tranquilo como una piscina infinita, pero Damaris no se dejó engañar. Ella sabía muy bien que ese era el mismo animal malévolo que tragaba y escupía gente”.

Se podrían decir tantas cosas de esta novela breve –porque es una novela breve, no un cuento alargado–; se podría hacer sociología sobre las condiciones en que vive la gente del Pacífico; hablar de la situación de la mujer, de las zonas marginales y olvidadas. Hay mucho para decir e interpretar, y más aún con su final abierto. Lo cierto, el punto de partida de la literatura, es que Damaris es un personaje que respira y vive y nos involucra en su drama existencial, y que La perra, con su lenguaje contenido, cuenta con eficacia una buena historia. Narrar con sobriedad la barroca selva y el barroco mar americano es ya un gran triunfo.