PERFIL
Una parada en Barcú llamada Luis Fernando Bohórquez
Este actor ha colmado la pantalla chica, pero ahora su faceta de escultor -o dibujante- lo tiene como uno de los expositores de la feria. Los asistentes podrán visitar su taller, un lugar surrealista escondido en la Candelaria.
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Cuando Bogotá ya se perfilaba a ser el monstruo mutante que es hoy, con edificios en construcción por todos lados, un joven caminaba decenas de cuadras, de extremo a extremo de la ciudad y recogía alambres que caían de esas torres que con el tiempo serían enormes y grises. Luis Fernando Bohórquez, como un acto para canalizar los miles de pasos que daba, se armaba con metales delgados y sin darse cuenta les daba forma. El objeto encontrado terminaba transformado en un elemento figurativista.
Hace unos años, todavía en sus veinte, Luis Fernando Bohórquez, junto con su amigo Alfredo Saab y un grupo de monjas y seminaristas entraron a estudiar Filosofía en la Universidad Santo Tomás. Obviamente, como él mismo lo cuenta, la religiosidad no era el camino para estudiar y desarrollar su pensamiento. Por lo que sus dos primeros años en la facultad fueron caminatas largas con su amigo, en donde el único propósito sería intercambiar frases deslumbrantes o ideas existencialistas.
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Pero la pensadera, la resurrección de la actividad griega de caminar y hablar, y hablar, y hablar, pronto los desgastó.
"Tenemos que conseguir acción, Alfredo, no podemos quedarnos en esta pensadera". La solución fue ir a una escuela de teatro. Y bajo la idea de que los dos amigos solitarios pudieran encontrar un vida social lejos de sus compañeros, las monjas y los curas, actuar era una gran opción para empezar. Aunque en realidad el comienzo no fue como lo esperaban... "Al principio nos ponían a hacer de pollitos, de arbolitos, y Alfredo me miraba como diciéndome ‘ehhhh‘, él ya estaba elevado por su filosofía".
Lo que parecía un escape terminó siendo una dicha para Bohórquez, duró cuatro años en la escuela, y a los dos años ya estaba trabajando en televisión con Pepe Sánchez, en Mujeres. Le siguió desde entonces una carrera actoral en donde ha participado en Dejémonos de vainas, La saga, negocio de familia, y recientemente Garzón.
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Pero Bohórquez no solo se ha dedicado a darle vida a personajes. Dice que por mucho tiempo en su cabeza rondó la idea de buscar su propio sello, que la actuación no lo sería todo. Y el sonido de las herramientas, del soldador y el crujir de los metales parecían música, una aproximación que era viable para lo que quería.
Si Bohórquez no tiene un alambre en sus manos, imagina que sí lo tiene. Cuando fuma, pasa el pielroja por sus dedos y amasa el papel de combustión como si quisiera que antes de que las cenizas lo consuman saliera de ese rollo con tabaco uno de sus elefantes gigantescos, o un rinoceronte o un árbol de otoño con pocas hojas.
Su taller, en La Candelaria, es una casa que evoca lo surreal. Objetos flotantes caen de las paredes, figuras de animales y personajes de mediano tamaño adornan el lugar. Algunas esculturas se mueven -aunque el artista dice que lo que él hace son dibujos y no esculturas- y sí, son objetos que nacen a partir de una linea tridimensional que conforma toda la obra de este artista y actor.
Pronto, el taller dejará tanto ruido. La mesa donde hay diferentes metales, bombillos, tornillos y clavos desaparecerá entre el 24 y 29 de octubre, días de la semana del arte en Bogotá, cuando ArtBo, La Feria del Millón, Odeón Intensivo y Barcú se tomen la ciudad. En esta última participa el taller de Bohórquez. Será una de las paradas de la localidad en donde los espectadores podrán adentrarse a la intimidad del proceso artístico.
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Alguna vez quiso ser abstracto. Y dio el primer paso y le salió otro dibujo figurativo. Siempre le busca la forma, el sentido cuando dobla y solda sus materiales pesados. Dice que lo conceptual no lo asimila tanto cuando se trata de arte, pues asocia más el término a la filosofía y a su pasado en la Universidad Santo Tomás.
Tardó en llegar a su taller para una entrevista, estuvo en un casting y cree que el papel es suyo. Deja su chaqueta en un sillón de alambre tejido, se sienta en una silla de metal como salida del mundo de Alicia en el país de las Maravillas. Y busca algo en el mar de tuercas, cintas, bombillos y cables que hay en una de las dos mesas gigantes. "A mí la actuación me daba mucho tiempo, por eso me dediqué a hacer esto". Bohórquez mira la mesa, donde sus cosas van quedando en su lugar por pura aleatoriedad, tal vez no lo nota, pero se ve muy abstracto.