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La lutería: el oficio de confeccionar la música
Los lutieres se dedican a construir y a reparar los instrumentos musicales. Su labor, que es vital para que los músicos hagan su trabajo, está presente en el Festival Internacional de Música de Cartagena.
Tallar, tallar y tallar. Se necesita paciencia. La madera recortada ya tiene la forma de la cabeza de un violín, pero es irregular, llena de grumos. Hay que dejarla lisa, que al tocarla (o al verla) no se note ninguna imperfección. Una tarea que se toma varias horas, a veces incluso días.
Y hasta ahora es la mitad del proceso. Falta hacer el canal, construir el mástil, ponerle el alma detrás de la tabla, pegarlo todo con cola de origen animal, pintarlo y ponerle las cuerdas. Con el tiempo, lo que antes eran tres tablas de pino y arce –generalmente traídas del exterior– se convertirán en un instrumento musical del que saldrán las notas de grandes composiciones.
Pero por ahora la tarea es tallar.
Un oficio tan viejo como la música
Pablo Alfredo López tiene el tallador en las manos mientras explica en qué consiste la lutería, o el arte de confeccionar instrumentos musicales.
Se toma su tiempo para hablar del oficio que aprendió mientras era estudiante de ciencias políticas en una universidad de Bogotá y no pasaba los tiempos libres leyendo en la biblioteca, sino que se montaba en un bus y se iba hasta el taller de un señor que hacía y reparaba guitarras. En ese entonces era su pasatiempo, pero ahora es la labor a la que dedica su vida.
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“De nuestro trabajo depende que la música suene bien”, dice mientras enfatiza la última palabra. “Tenemos que hacer un objeto con las características funcionales, estéticas y ergonómicas para que el músico consiga el sonido que necesita”.
Su especialidad es hacer instrumentos de cuerda pulsada (en los que el sonido se hace con las manos, como la guitarra) y de cuerda frotada (con un arco, como el violín). Una labor que puede llevar un mes y medio si el lutier –como se les llama a quienes realizan esa tarea– se dedica por completo a ello.
Aunque poco conocida, la lutería es clave para la música. No sólo porque sin los instrumentos que confeccionan los lutieres esta no sería posible, sino porque de la precisión a la hora de armar un instrumento depende que el músico pueda hacer bien su trabajo.
Para quienes la conocen es una actividad artesanal que tiene mucho de ingeniería y de ciencias exactas. Pero para los lutieres va más allá: es una labor espiritual porque siempre va a queda una conexión entre el constructor y el instrumento.
Y aunque no se sabe exactamente cuándo nació, sí está claro que es un oficio tan viejo como la música misma. El nombre viene del laúd, una especie de guitarra muy común durante el medioevo y el apelativo se utilizaba para nombrar a los fabricantes de ese instrumento. Con el paso del tiempo se popularizó y hoy se usa para hablar de quienes fabrican cualquier instrumento, aunque lo correcto (según la RAE) es usarlo solo con los de cuerda.
En la historia ha habido una gran cantidad de lutieres famosos. La mayoría (como Amadi, Raggazi o Stradivarius) nacieron en Italia o en Francia durante el siglo XVII. Y aunque en Colombia no es un oficio muy popular, ha venido creciendo en los últimos años.
Pablo, de hecho, hace parte de la primera escuela de lutería. Es una iniciativa de la Fundación Salvi –los mismos que organizan el Cartagena Festival Internacional de Música–, que desde hace cuatro años busca formalizar el oficio del lutier en el país.
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Hasta el momento por los Centros de Lutería de esa institución han pasado 12 jóvenes que vieron clases con maestros internacionales en el oficio. Junto a ellos, cerca de 217 niños de bandas municipales recibieron charlas y aprendieron a cuidar y a revisar sus instrumentos musicales. Ahora hay una nueva generación formándose y a mediano plazo la idea es formalizar la escuela.
Una labor de paciencia
“La madera tiene que ser ligera y elástica, aunque no demasiado. Y la forma debe ser perfecta. La música es ante todo mecánica y para que suene bien la forma del instrumento es muy importante”, cuenta Nicolai Ceballos, uno de los colegas de Pablo en la fundación.
Él también trabaja con guitarras, violonchelos, contrabajos y violines. Y aunque le gustaría dedicarse la mayor parte del tiempo a fabricar nuevos instrumentos (el sueño de cualquier lutier), actualmente la mayor parte del tiempo se le va en reparar otros y en hacer revisiones generales como equilibrar el sonido, ajustar las clavijas o el puente.
Y es que fabricar un instrumento no es fácil. Para comenzar no puede hacerse con cualquier tipo de madera –las tapas deben ser de pino o asbesto y la tabla o el mástil de arce– y esta, además, debe dejarse secar durante cinco años. Las medidas, por otro lado, deben ser perfectas porque pasarse un centímetro es perder todo el trabajo.
Por eso, los expertos calculan que fabricar un violín clásico lleva casi dos meses. Aunque algunas veces se puede tomar más de lo previsto.
Pero el esfuerzo vale la pena porque como dice Wilmar Buitrago, quien al contrario de sus dos compañeros se dedica a trabajar con instrumentos de viento, “al final, la mejor satisfacción es ver a un cliente con su instrumento funcionando. Eso hace que valga la pena todo”.