Cine
Mank: Netflix quiere su Óscar en blanco y negro
Un homenaje al cine, la nueva cinta de David Fincher cuenta la historia del guionista que desafió al magnate William Randolph Hearst al escribir ‘Citizen Kane’ y también a Orson Welles al exigirle el crédito que le correspondía en una de las películas más influyentes de la historia.
Mucho se ha dicho sobre el genio de Orson Welles, la manera en la que se dio a conocer al mundo y la enorme película que hizo después. Y, aun así, es importante recordarlo. A finales de los años treinta, el niño prodigio de la dramaturgia ya había conquistado la escena teatral neoyorquina cuando su versión radial de La guerra de los mundos (del escritor H. G. Wells) llevó a Nueva Jersey al caos: la gente salió a las calles creyendo que era real lo que escuchaba en la radio sobre una enorme invasión extraterrestre.
Ese efecto masivo cimentó sus capacidades y le valió a Welles el control creativo de sus ambiciosos proyectos. Uno de estos, el que mayor relevancia adquirió durante el siglo XX, fue la película Citizen Kane, que dirigió y protagonizó para el estudio RKO, y que estrenó en 1941. Esta se centra en una figura de poder, Charles Foster Kane, cuya vida aterradoramente grandiosa y vacía se narra de manera fragmentada, y cuya gran añoranza se condensa en una sorpresiva palabra. Por décadas, la cinta fue considerada la mejor de la historia, y para varios críticos aún lo es. Tanto esto como el significado de ‘Rosebud’ alimentan debates eternos.
Mucho se ha dicho también sobre el hombre que inspiró esta película y la vetó de una gran distribución y cubrimiento: William Randolph Hearst, un magnate mediático que alcanzó a tener 28 periódicos de circulación nacional en Estados Unidos y elevaba o quebraba a un hombre, empresa o candidato político por ganas o capricho. Fue, básicamente, el padre de la prensa sensacionalista en ese país.
Por el contrario, muy poco se sabía sobre Herman Mankiewicz, el hombre que escribió el primer guion de Citizen Kane, y que así desnudó la fragilidad del todopoderoso magnate con una narrativa transgresora. El único guionista con los pantalones para asumir la misión que podía acabar con su carrera era asimismo el único con el conocimiento suficiente para hacer una genuina observación artística. Mankiewicz había conocido a Hearst y a su universo de primera mano. Por eso, Orson Welles le encargó la tarea.
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Mank, primer largometraje que el director David Fincher estrena en Netflix, pone a Mankiewicz en el rol protagónico y, echando mano de distintas líneas de tiempo y flashbacks, cuenta la historia de cómo escribió el guion y de por qué lo hizo. La narrativa enmarca los muchos dilemas que vivía Los Ángeles en los años treinta: entre la zozobra aún palpable del crac bursátil del 29, la estabilización del nazismo en Alemania y la consolidación de Hollywood como una industria global y una máquina de propaganda. Casi un siglo después, muchos de los temas retratados perviven: el poder, la lucha necesaria para crear algo original y el miedo que se propaga en pro de uno u otro candidato electoral, un asunto nada ajeno a la Colombia de 2020.
El cuento es cautivante: el de tantos talentosos irreverentes que no se callan las verdades que nadie se atreve a decir y, con naturalidad, sufren las consecuencias. Mankiewicz era un alcohólico, un apostador, que no sacaba excusas por su manera de ser o por sus arrebatos, y tenía bastante clara la dimensión de un talento que, entre muchos detalles, explotaba a horas extrañas (“antes de dormir es cuando mejor pienso”, lanza con la certeza del método científico). En la piel del guionista, Gary Oldman, un actor que siempre brilla, pero que en roles de contracorriente logra retratos excepcionales (ganó el Óscar por Winston Churchill en Darkest Hour).
Oldman hace honor a Mank, el eléctrico escritor de lengua ácida y un ojo agudo para contextos, temores y demás elementos que pesan en la condición humana. Es el centro gravitacional de la historia; no obstante, su interpretación es enorme porque se alimenta de un reparto a la altura. Entre los integrantes más notorios, Tom Burke en el rol de Orson Welles y Charles Dance (conocido por el frío Tywin Lannister) en el papel de William Randolph Hearst aparecen poco, pero se hacen valer. La parábola del mono del organillero que recita Hearst en la piel de Dance cala hondo.
Amanda Seyfried parece una foto de Marion Davies, mientras que Arliss Howard entrega a un perfectamente detestable Louis B. Mayer, cabeza de un estudio como MGM y portavoz de otros peces más grandes. Más allá del mismo Mank y de su sufrida esposa, a quien apodan la pobre Sarah (Tuppence Middleton), Jamie McShane desempeña un rol que va de menos a más como Shelly Metcalf, uno de tantos agobiados por oportunidades teñidas.
La política es uno de los temas sensibles sobre los cuales Mank opina, analiza y toma partido. Fincher hace de la carrera por la gobernación de California entre el republicano Merriam y el exescritor y demócrata Sinclair un escenario de conflicto y contraste. Los dueños de la MGM quieren que gane el repúblicano; Mank y otros creadores no dudan en apoyar al demócrata. “Más peligroso resulta un escritor que cualquier títere de partido político”, asegura Herman Mankiewicz cuando, por una sugerencia suya, comienzan a utilizar prensa falsa para apoyar al republicano que, para sorpresa de nadie, termina ganando. Pero la cinta no cierra en una nota negativa, y deja en el aire que ciertos personajes de voz honesta y directa, como Mank, son más necesarios que nunca.
Si algo le han cobrado los historiadores del cine a esta película es el rol menor de Welles en editar el guion, aunque el aporte fundamental y masivo de Mankiewicz es innegable y hasta hoy parecía una nota al pie. Por algo ganó, junto con Orson Welles, el único premio Óscar que se llevó Citizen Kane (a mejor guion original). Luchó por recibir ese crédito, y por algo lo consiguió.
David Fincher, que en su amplia filmografía incluye The Social Network, Seven, The Game, Fight Club, Zodiac y Gone Girl, ha explotado una alianza creativa con la plataforma de streaming desde sus inicios. Creó series como House of Cards y Mindhunter, y ahora se la jugó por una narración en blanco y negro que enmarca la época y su historia, y se siente más que natural en su cinta. Si quiere expandir en la época y a color, la serie Perry Mason de HBO logra una excelente historia de origen del personaje.
Mank es la cartas fuerte de Netflix a los premios Óscar, que ya viene rondando de a pocos. Roma, su anterior apuesta en blanco y negro, dirigida por Alfonso Cuarón, ganó a mejor director pero no a mejor película. ¿La segunda será la vencida?