CINE

Hambre de poder

Biografía del hombre que convirtió a McDonald’s en la red más grande de restaurantes del mundo, empujado por una filosofía que veía la clave del éxito en la persistencia y la ambición.**1/2

Manuel Kalmanovitz G.
27 de mayo de 2017

Título original: The Founder

País: Estados Unidos

Año: 2016

Director: John Lee Hancock

Guion: Robert Siegel

Actores: Michael Keaton, Nick Offerman, Laura Dern

Duración: 115 min

El personaje central de esta película es Ray Kroc –interpretado gustosa y energéticamente por Michael Keaton–, un tipo que pasó a la historia por convertir a McDonald’s en un emporio de restaurantes en Estados Unidos.

Pero en este retrato lo más interesante no son sus logros comerciales –que aparecen más bien esquemática y a veces pobremente explicados–, sino una personalidad dominada por una terquedad absoluta, la encarnación de un ego descomunal y atropellador obsesionado por sus victorias.

Para quienes no poseemos el don (o la maldición) de una terquedad así, verla en acción tiene algo de comedia negra: es un esfuerzo gigante que el mundo parece contemplar con indiferencia, hasta que la indiferencia cesa y el éxito llega y la comedia deja de ser comedia para ser historia de triunfadores (que no son tan interesantes).

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Ese es el recorrido que ofrece esta película. Al comienzo, Kroc es retratado como un vendedor ansioso e inseguro, al borde del fracaso, que necesita reafirmar sus posibilidades de éxito repitiéndose un discurso que exalta a los tercos como los verdaderos ganadores del mundo: ni el talento ni la genialidad ni la educación consiguen lo que la persistencia y la determinación, dice un acetato de autoayuda que escucha en su cuarto de hotel.

La grandilocuencia del discurso, sus generalidades altisonantes y la gravedad nasal de la entonación contrastan con el tipo angustiado que, sentado en una cama, mueve los labios repitiendo las frases aleccionadoras. No está lejos de la clase de fracasados que los hermanos Coen diseccionan en sus comedias exquisitas, aunque acá el humor que despierta esa fijación desesperada por el triunfo solo aparece ocasionalmente.

Los comienzos de este tipo atormentado son la mejor parte de esta película, que, por momentos, al repasar la historia de la cadena de restaurantes, cae en las trampas del publirreportaje más común, repitiendo logros sin examinarlos de cerca y celebrando valores abstractos sin aclarar qué implican. “Creo que es la mejor hamburguesa que jamás he comido”, dice Kroc, al encontrar el restaurante de los hermanos McDonald en San Bernardino, California.

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Ahí, por ejemplo, no se aclara qué quiere decir con “mejor”. ¿La más sabrosa? ¿La más rápida? ¿La que captura la esencia etérea y elusiva de una hamburguesa platónica? El restaurante es peculiar: siguiendo la lógica analítica que Henry Ford aplicó a los automóviles, los hermanos McDonald construyeron una cocina –y una hamburguesa– de una eficiencia extrema.

Kroc, convencido de que se trata de una invención revolucionaria que, por su misma eficiencia, puede replicarse en cualquier lugar, les pide que lo dejen armar franquicias y vendérselas a gente tan persistente como él. Ese es el comienzo de su camino al éxito.

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Hambre de poder hace un recuento juicioso de su ascenso y su relación complicada con los McDonald originales, de cómo las ansias del éxito terminan por crear un monstruo que atropella y traiciona sin reparos, pero sin detenerse a problematizar la visión empobrecida y binaria que resulta de pensar la vida en términos de ganadores y perdedores. 

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