Entrevista
"Seguimos siendo seres humanos por mucho Mac que tengamos": Mario Duarte
Con ‘Pelucas y rokanrol’ Mario Duarte se lanza al ruedo del cine, una película que dirige, protagoniza y escribe, en la que brotan dos de sus dos pasiones: Bogotá y el ‘rock’.
Le dicen ‘proyectólogo’ porque siempre está emprendiendo algo. Su trayectoria lo certifica: músico, actor, director y escritor, un recorrido que tendrá su momento crucial con Pelucas y rokanrol, producción casi autobiográfica. SEMANA habló con él sobre su universo urbano y sobre la película, ya en cartelera.
SEMANA: ¿Por qué decidió hacer ‘Pelucas y rokanrol’?
MARIO DUARTE: Quería dar mi punto de vista sobre la escena del rock colombiano y cómo esta tiene que ver con nuestra realidad. Yo siempre he sido una especie de líder: de un grupo (La Derecha), entre los amigos, dirigí una obra de teatro... Cuando llega el momento de hacer las cosas, tiene que haber un doliente y, en este caso, nuevamente me tocó. Me dijeron: “¿Tiene tantas ganas? Pues hágala”.
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SEMANA: ¿Y cuál es el punto de vista?
M.D.: Quería ir más allá del estereotipo del roquero peludo que no hace nada más que oír rock o tocarlo, o estar en un parque haciendo no sé qué con los amigos... El rock es una forma de vida, el ritmo que arma la banda sonora de tus alegrías y tus desdichas. Y, lo más chévere, una forma de llevar el mundo a donde vayas.
SEMANA: ¿La película está inspirada en la época del ‘glam rock’?
M.D.: En esa época del glam decíamos, despectivamente, que sus fans eran peluqueros. Yo era uno de los que me reía de eso, pues tenía amigos con ese look (con mucho blower). Pero la melena siempre es una forma de decir: “Yo soy esto”. Con la película quería decir puede que seas todo esto: roquero, mechudo, metalero, pero también tienes algo en tu vida, en tu modus vivendi, de lo que no hay que avergonzarse, sino complementarlo. Eso es lo que hace Dino González, el protagonista.
SEMANA: ¿Y también un guiño de rebeldía?
M.D.: Con la banda intentamos confrontar y por eso nos llamamos La Derecha y, claro, también por contrariar a los tíos izquierdosos que tenemos todos... Cuando uno es joven, tiene que ser inconforme porque transigir es lo mismo que estar dormido. Pero pasan los años y aquel que confrontaba hoy es solo un personaje. El otro día le oí decir a Fernando Savater que un actor es la suma de todos los personajes que hizo. Aplica para la vida.
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SEMANA: ¿A quién más confrontaba?
M.D.: A mi padre religioso porque en mi casa había una ética protestante, que me parece muy áspera, muy estricta: o haces lo que dice la Biblia o te vas al infierno… A veces decía que me caían mejor los católicos… Hermano, en los noventa nos tocó duro: ser joven era casi motivo para que lo detuvieran a uno, no teníamos nada que hacer en la calle, estábamos como desplazados, sin trabajo, hasta nos tocaron las bombas del narcotráfico. Una vez en una citycápsula (del canal Citytv) me impresionó muchísimo cómo un chiquito sacó la billetera y dijo frente a la cámara: “Yo estoy vaciado como todo el mundo por todo Bogotá”.
SEMANA: Usted es como un cronista de la ciudad…
M.D.: Soy de provincia y el primer día que vine a Bogotá sentí que podía ser yo mismo. Aquí hay un montón de cosas que me parecen importantes, como perderse en ella. Muchos de los que llegan a esta ciudad buscan, entre otras, desaparecer de la vida de pueblo donde todo el mundo te conoce y sabe de todas tus pendejadas. Y aquí es donde hice mis cosas y esa es la idea de la película: que tú eres lo que haces y que eres lo que amas hacer.
SEMANA: ¿Podría llamarse biográfica?
M.D.: Yo creo que todo lo que hago es biográfico. Actuar pareciera que es estar desdoblándose, pero yo siempre lo asocio con la vida que llevo y con las cosas que hago.
SEMANA: Músico, actor, director. ¿Cómo hace uno para convencerse que es tantas cosas a la vez?
M.D.: La música viene de mi casa (mí mamá es cantante). Quise ser escritor, me gustaba leer, pero descubrí que no tenía la paciencia. Entonces, empecé a tocar y a cantar. Y lo de actor apareció cuando Pepe Sánchez me vio en uno de los bares donde tocaba y me dijo: “Yo creo que usted puede hacerlo”. El tipo me aportó que la actuación es algo natural, cotidiano, realista. Ya después dije: “Ahora sí me vuelvo actor porque me pagan, y puedo comprar una nevera y un colchón”.
no estoy aspirando a hacer cine arte, sino a contarle a la gente una pequeña anécdota de esta ciudad.
"No estoy aspirando a hacer cine arte, sino a contarle a la gente una pequeña anécdota de esta ciudad".
SEMANA: ¿Acaso La Derecha no le dio plata?
M.D.: No. La Derecha nunca me ha dado plata, pero sí el impulso para hacer otras cosas que, afortunadamente, me la dieron. La banda es el motor que me mueve mi creatividad. Yo por eso siempre vuelvo ahí y quién sabe hasta cuándo.
SEMANA: Volviendo a Pepe. ¿Usted cree en los actores naturales y no en la academia?
M.D.: La academia es muy buena para el que la puede hacer, pero en sí misma, en mis áreas, no define más que la calle o que la vida. Claro, si puedes formarte sumará, pero es mejor desconfiar. Puede aparecer alguien que nunca ha tenido formación, pero tiene un talento inverosímil y lo mejor es aceptarlo.
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SEMANA: ¿Por qué algunos creen que no existe el ‘rock’ nacional o el cine nacional?
M.D.: Yo creo que es por ausencia de referencias, que nos faltan incluso a los que hacemos estas vainas. Cine hay en todo el mundo, pero es buenísimo el que tiene un lugar de origen, que se refiere a algo o a alguien, no a lo estandarizado. Vi Pájaros de verano y me impresionó porque es extrañamente colombiana, pudo haberla hecho un tipo en la India, pero no: hay un momento en el que tiene una firma. Yo creo que todo el rock colombiano y todo el cine colombiano son de autor. Y más que un problema, una virtud. Lo importante es que la gente empiece a entenderlo.
SEMANA: Así como el punk alimentó su música, ¿su cine de dónde viene?
M.D.: El primer Almodóvar me gustaba muchísimo y también todo lo que llegó en los noventa, como Pulp Fiction y Trainspotting (la hice en teatro). Me impresionaron. Yo creo que hay que continuar con las cosas que te tocan y tratar de tocar a otros. Lo veo como un juego de relevos.
SEMANA: La banda de la película se llama Los Chapinero Mutante. ¿Es por aquel viejo bar que tuvo ese nombre?
M.D.: Sí, por eso, porque la película es un ejercicio de memoria y homenaje. No un tributo a algo muerto, sino a lo que está vivo y sigue sucediendo. El rock en Colombia nunca ha sido la cultura dominante, en el mundo tampoco. Somos como una subcultura.
SEMANA: Parecería que el gusto del roquero a veces es radical, pero usted admite a Juan Gabriel o Whitney Houston…
M.D.: Por decirlo pierdo admiradores a medida que pasa el tiempo, pero voy ganando amigos a los que les gusta lo mismo. Y esto ocurre, a veces, por falta de lecturas. Y está bueno contradecirnos también... Cuando tenía 20 años, había cosas que me parecían una ‘caspa’, como Juan Gabriel. Después me di cuenta de quién era él, del tamaño de artista que era. Mi teoría es que cuando uno es chiquito, es muy bobito, pero hay que ser medio bobo para aprender. Sí, en serio, uno es muy huevón cuando chiquito porque vive peleando y después, cuando está grande, descubre que la hubiera pasado mejor si no hubiera peleado tanto.
SEMANA: Es muy bueno con los nombres. ¿De dónde sale La Rata Poética, el primer grupo que armó?
M.D.: Como dije antes, quería ser escritor. A los 15 años todos queremos escribir un poemita. Y lo otro era tener el pelo muy largo y uno de mis hermanos parecía una ratucha. Y yo quería ironizar a mi hermano y a mi familia. Los nombres son importantes. A veces voy a ver películas de colegas que tienen títulos que no seducen. El nombre de mi película lo insinúa todo: no estoy aspirando a hacer cine arte, sino a contarle a la gente una pequeña anécdota de esta ciudad.
SEMANA: ¿Por qué una comedia?
M.D.: Por buscarle humor al rock. A mí me gustan los españoles que tienen un rock cómico, como Siniestro Total, Toreros Muertos o No Me Pises que Llevo Chanclas... Me gusta esa capacidad de reírse. Vea, en Colombia, para un roquero el día del concierto es como si todo se fuera a acabar; se tira del último piso si es posible. Aquí hay intensidad. Porque en otros países van a un concierto de U2 y se sientan a oírlo con un tecito en la mano y luego se van. No, aquí en Colombia, sales con chucha, con la chaqueta de otra persona, sin llaves, sin celular.
SEMANA: ¿Cuál fue el criterio para elegir la banda sonora de la película?
M.D.: Que mostrara la gran sopa que son Bogotá y Chapinero. El país entendió que aquí hay un espacio para expresarse. Y suenan, entre otros, Bajo Tierra, Los Crew Peligrosos y, claro, Sidestepper. ¿Por qué? Porque Richard Blair (productor inglés de Sidestepper y promotor de la música colombiana), es un man muy importante, es el Melquíades en Cien años de soledad. Llegó a decirnos que dejáramos de ‘mariquear’, que teníamos algo valiosísimo aquí.
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SEMANA: La música cambia a pasos agigantados, en la manera de producirse y distribuirse, ¿lo golpea?
M.D.: Hay que asumirlo. Pero me impresiona que Queen, por ejemplo, hoy suena más. El otro día un señor me dijo que vendía todos los días un disco de Pink Floyd. La tecnología puso muchas cosas al alcance, pero lo importante sigue siendo la canción, la historia, el amor, la muerte… Seguimos siendo seres humanos por mucho Mac que tengamos.
SEMANA: ¿Y Nicolás Mora, su papel en ‘Betty la fea’, hace parte del lado A o del B de su vida? ¿O es un ‘bonus track’?
M.D.: Hace 15 años sí estaba atosigado del personaje y no sabía cómo esconderme. Pero tú haces las cosas y la sociedad después te dice si son valiosas o no. Luego, hice muchas novelas y una vez una chica con cámara me preguntó por un personaje: yo no recordaba cómo se llamaba el bendito. Las cosas que valen la pena no se olvidan fácil.
SEMANA: ¿Es cierto que el ‘look’ de Nicolás Mora se inspira en Woody Allen?
M.D.: Fui su fan hasta Vicky Cristina Barcelona. Ya después hizo un montón de películas turísticas. Me encantaba su sentido del humor y que siempre ha sido un señor con gafas. Woody Allen no existe más allá de Woody Allen y eso me parece una genialidad.