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“Me interesaba explorar la existencia de los personajes en un entorno que los empujaba al límite de sí mismos”: Fernanda Trías
A comienzos de abril, llegó a las librerías colombianas el último libro de la escritora uruguaya Fernanda Trías. “Mugre rosa” cuenta la historia de una mujer y un niño que están confinados en un apartamento de Montevideo porque el aire afuera puede ser mortal. SEMANA habló con la escritora.
¿Cómo describiría “Mugre Rosa”?
No me parece que sea tarea del autor describir su libro. Eso se lo dejo a los críticos, pero le respondo con las palabras de la crítica chilena Lorena Amaro, que hacen un buen resumen: “Esta es una novela sobre la distancia: la que nos separa de la catástrofe, de las personas que hemos amado y también de la muerte, cuando ella se experimenta como una carcoma silenciosa del mundo conocido. La narradora insiste en preguntar por la frontera entre los finales y los comienzos, contándonos su historia de sobreviviente en una ciudad portuaria infestada de algas tóxicas, peces mutantes y hedores industriales de una carne artificial que llaman “mugre rosa”. En este escenario apocalíptico y solitario, las imágenes del amor, la maternidad y la infancia reverberan con una extraña y fascinante potencia”.
En varias entrevistas ha comentado que con el tiempo y a través del ejercicio de leer y escribir la novela, fue entendiendo cada vez más lo que estaba haciendo en “Mugre rosa”. ¿Cuál era la idea inicial y de qué se fue dando cuenta a medida que la escribía?
Hay algo que dijo Milan Kundera que me parece muy interesante: “La novela no examina la realidad, sino la existencia. La existencia no es lo que aconteció, la existencia es el campo de posibilidades humanas, todo aquello que el hombre puede tornarse, todo aquello de que es capaz. Los novelistas trazan el mapa de existencia descubriendo esta o aquella posibilidad humana”. Partiendo de ahí, lo que a mí me interesaba era explorar la existencia de esta grupo de personajes, principalmente la protagonista y el niño con síndrome de Prader-Willi, en un entorno que los empuja al límite de sí mismos. Ese es el contexto de la novela, ese entorno de ecocatátrofe, una catástrofe ambiental que ha destruido el ecosistema y produce unas algas y vientos tóxicos. ¿Qué haría usted en un contexto así? ¿Se reconciliaría con su mamá? ¿Dejaría a su esposo? ¿Cómo haría las paces con su pasado? En Mugre rosa la protagonista oscila entre salvarse y rendirse, y la investigación de esa psiquis es lo que me interesaba.
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Por momentos, su novela pareciera haberse anticipado a la pandemia. Sus personajes viven en confinamiento porque una misteriosa plaga azota la ciudad en la que viven. Le han preguntado cómo hizo para predecir el futuro, y usted ha contestado que no se trata de predecir el futuro sino de mirar el presente, y que el escritor uruguayo Felisberto Hernández le enseñó a mirarlo de costado. ¿Cómo es esa mirada de costado?
No es que Felisberto Hernández mire de costado, lo que hace es correrse del lugar común y corriente desde donde la mayoría de las personas miran el mundo, y mirarlo desde ese otro lugar, como si mirara todo por primera vez, como si las cosas nunca hubiesen sido definidas antes. Y en ese sentido todo se reviste de misterio y de sorpresa, de maravilla. Pero además, Felisberto enseña a mirar en la medida en que es un maestro de la observación y el detalle, y a eso me refería yo. Creo que la precisión es una forma de lirismo, y que la exactitud a la hora de escribir es una manera de devoción, de amar el mundo. Este mundo que no va a durar para siempre.
Uno de los personajes del libro, Mauro, padece síndrome de Prader-Willi, una enfermedad poco conocida que parece inverosímil. ¿Cómo construyó el personaje y en qué se enfocó para hacerlo?
El síndrome de Mauro es real, no me lo inventé yo. Lo que hice fue investigar en profundidad, no solo en el sentido científico (entender el síndrome), sino en el sentido humano (entender a las familias que viven con el síndrome). Luego, por supuesto, se pueden hacer lecturas metafóricas, pensar en el hambre insaciable del niño como un reflejo de nuestra sociedad consumista, pero no es lo fundamental, en el sentido de que lo importante son los lazos de ternura, de solidaridad y de comprensión que se tejen entre este niño y la mujer que lo cuida, y creo que eso se impone. Eso es lo fundamental: que lo humano se impone al síndrome. Él ni es un mero niño enfermo, no es un recipiente que contiene la enfermedad, sino que es un ser humano completo. El problema es nuestro como sociedad que no podemos ver a las personas enfermas como personas que no son defectuosas, que tememos y hasta rechazamos los cuerpos enfermos. A lo largo de la novela, la protagonista va entendiendo todo esto y su relación con el niño cambia.
Con los versos que preceden cada capítulo, “Mugre rosa” pareciera mezclar prosa y poesía. ¿Podría decirse que es distinto escribir una y otra?
No lo sé. No creo que la novela haga esa mezcla, se trata más bien de es una interpretación posible de unos textos que se incluyen a modo de diálogos o murmullos. Creo que lo que ciertos lectores y críticos, como es el caso de Piedad Bonnett, intentaron decir con eso es que la novela tiene una cualidad poética, que no es lo mismo que decir que mezcla géneros.
Por otro lado, prosa y poesía no son opuestos. Existe la poesía en prosa, y existe la prosa poética. Mugre rosa no es ninguna de las dos, pero sí creo que la narrativa sin eso que podríamos llamar “lo poético” es muy pobre y me interesa poco. Pero lo poético entendido como una manera de explorar lo cotidiano y transformarlo mediante un desplazamiento de la mirada convencional. La poesía siempre permite ver algo en una luz completamente distinta, por eso nos sorprende y produce esa sensación epifánica, de golpe o de fogonazo. Permite sacarse por un momento los lentes sucios y opacos que llevamos puestos para mirar a nuestro alrededor de una manera distinta. En ese sentido sí se puede decir que yo hago una búsqueda poética en esta novela.
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