Comunidades e historia

Memoria colectiva de reparación y liberación de los afrodescendientes de Quilcacé, Cauca

Una mirada al Cauca presente desde la historia de un territorio marcado por la esclavización que se remonta a la adjudicación del mismo a los Padres Camilo, a su expropiación y anexo a la Universidad del Cauca y a la salida apurada de los clérigos recordada mediante el mito de “El entierro de Marchán”.

Olga Marlene Campo Ruiz*
30 de abril de 2021
Memoria colectiva de reparación y liberación de los afrodescendientes de Quilcacé
Memoria colectiva de reparación y liberación de los afrodescendientes de Quilcacé | Foto: Olga Marlene Campo Ruiz

El análisis de la presente situación socioeconómica y política del Cauca exige una interpretación fundamentada en y desde  los sentimientos de sus actores. Los esquemas foráneos que operan en otros espacios no establecen las causas del origen de las diversas situaciones en conflicto.

Ciertamente, el Cauca y sus comunidades afrodescendientes y originarias andinas, no son ajenas a este fenómeno de “mirada foránea”, un buen ejemplo, son los relatos de los Cronistas, quienes fueron explícitos en descalificar todo aquello que no estuviese en el orden social y epistémico establecido en Europa; esta mirada de poder evaluativo del otro hizo del ser andino y africano la mercancía propicia para el capitalismo.

De otro lado, es necesario aceptar que las acciones normativas de cese a la prácticas de esclavización y de reconocimiento a las diversas comunidades en la legislación colombiana son un avance político y sociocultural.

La Minga por el Cauca, El proceso de fortalecimiento Comunidades Negras, Afrocolombianas, Raizales y Palenqueras, las organizaciones territoriales, gremiales y sindicales son evidencia de que aún falta conciliar los caminos para el reencuentro y no es fácil de visibilizar porque no se  ha reconstruido la historia desde abajo. Esto es necesario como una forma de reconocimiento para la  sanación social, la desvictimización de los menos favorecidos, como una forma de reconciliar el pasado con el presente y, sobre todo, una proyección de  futuro común donde todos (sin excepción) desde nuestra herencias de andinos y afrodescendientes, lejos de racializarnos por el color de piel, nos sentipensemos a la manera de Fals Borda, como colombianos, para junto a Zapata Olivella dilucidar que nos necesitamos en unidad de construcción por nuestro futuro liberador  de opresión.

El origen

El “re-encuentro” con el Cauca conlleva a la deconstrucción del pasado y del presente de enriquecimiento desde las prácticas de explotación minera de oro, sal y maderas, producción de caña, la comercialización de la hoja sagrada de coca,  además de  la posesión de grandes extensiones de tierra consideradas como haciendas. De estas hizo parte la Hacienda de Quilcacé, hoy corregimiento de Quilcacé, municipio de El Tambo (Cauca).

La historia de este territorio tiene que ver con la llegada y huida de los Padres Camilo o del Buen Morir, la adjudicación de la misma a la Universidad del Cauca, la permanencia del terraje como una forma de esclavización y la consecuente rebelión de los afrodescendientes, la permanencia del relato el Mito de Marchán como una voz simbólica de petición de reparación y liberación.

Memoria colectiva de reparación y liberación de los afrodescendientes de Quilcacé. Río Quilcacé.
Río Quilcacé. | Foto: Olga Marlene Campo Ruiz

Quilcacé, fue parte de la encomienda de Esmita, creada a finales del siglo XVI, después de la consolidación de la explotación minera de Chisquío que se inició en 1537. En esta región existían dos grandes intereses para los españoles el primero, estaba constituido por los ríos Timbío, Quilcacé, Bojoleo y Esmita, riquísimos en oro aluvión; el segundo, por una importante mina de sal, que abasteció a Popayán hasta finales del siglo XVII.

En cuanto al nombre, afirman algunos estudiosos que hacia el sur de la hoya del Patía habitaban las tribus quillacingas, un poco mezcladas ya con la raza quichua, por lo tanto, el gran Imperio de los Incas hizo parte del Macizo Colombiano y Quilcacé es una palabra quechua, idioma de los Quillacingas.

En la  Época de la Colonia,  año 1774 , el presbítero don Mariano Valdés y Bonilla figura como heredero de la hacienda de Quilcacé, posteriormente aparece como dueño don Juan Francisco Eguizábal, quien en ejercicio de su cargo de gobernador de Popayán, le vendió al presbítero Beltrán de Caycedo unos solares, dentro del área de la ciudad de Popayán  para construir un colegio de misioneros franciscanos; más como el sitio elegido no fuere del agrado del Visitador de la Orden, el presbítero Caicedo resolvió traer a los padres Camilo para atender a los enfermos pobres y ofreció su hacienda de Quilcacé avaluada en $46.000 para sufragar los gastos del sostenimiento y $20.000 para el  traslado de los clérigos desde  España.

Una vez que se instalaron en el convento del Achiral, a los Padres Camilo,  le fueron  entregadas la hacienda cuyo   terreno regular medía 35 km por 18 km; las minas de Chajaya y Botijas que distaban de Popayán aproximadamente 57 Km y por ella pasaba el río llamado Quilcacé. Además de ganado, constituido por 2.280 vacas, 138 yeguas con dos establos, 4 mulas y un asno, 93 caballos de transporte, 11 potros, 27 mulas, está valorado por 13.400 pesos. Todo el derecho a las minas, habitaciones, capilla, cultivo de bananos, etc. y la posesión de 109 africanos.

Quilcacé
Quilcacé | Foto: Olga Marlene Campo Ruiz

La  continuidad de la vida de esclavización con los Padres Camilo inició en 1766,  pues, según el acta de entrega a Manuel Joseph Castellanos, ya existían africanos en esta hacienda. El lugar de procedencia de los africanos en condición de esclavizados requiere el estudio de un investigador, por cuanto la condición de esclavizado privaba al ser afro de su derecho a ser libre, le negaba su condición de ser humano al tallarle y exhibirlo como una pieza de indias  en venta cuyo valor dependía de su edad, esbeltez, salud, dentición, género, entre otros aspectos.

La condición de esclavizado privaba al ser afro de su derecho a ser libre, le negaba su condición de ser humano al tallarle y exhibirlo como una pieza de indias en venta cuyo valor dependía de su edad, esbeltez, salud, dentición, género, entre otros aspectos

Al comprarlo el amo con el hierro candente le hacía poner en un lugar visible la carimba, que no es otra que la marca que lo distinguía como un animal u objeto de su propiedad. Luego de este proceso debía ser rebautizado. Para ello, el amo le daba un nombre y su apellido porque era distintivo de propiedad. Así que en Quilcacé predomina el apellido Camilo, Carabali, Vela.

La lengua o forma de habla en las comunidades desde la dialectología es orientadora del origen. Desde una aproximación dialectal generalizada, más no detallada, es factible plantear que eran oriundos de Guinea, pues para hacer el sancocho hacen la distinción entre plátano y guineo,  Nicolás del Castillo Mathiew argumenta que la voz guineo es de origen africano, “de Guinea”, que a su vez proviene del Bereber Akal-n Iquinawen. “tierra de negros”. De igual forma, cojonga es una voz africana que señala una arepa de maíz cocido, cernido y luego asado.

Otro aspecto a tener presente en la configuración de El Tambo, es lo expuesto por Gildardo Carabalí, oriundo de Quilcacé, quien afirma que sus padres “decían que unos habitantes habían llegado de huida o fugados desde Guapi”. Esta versión contempla la posibilidad que los esclavizados hicieron de la cercanía al Patía, un paso o camino al palenque de El Castigo. Según los historiadores (Zuluaga y Romero, 2007, pág. 119), “Entre 1635 y 1720 debió surgir el palenque de El Castigo”. Es indiscutible que el camino de origen ancestral entre el Pacifico y el Cauca, permea el derecho de origen y que el interés de desconocimiento de esta ruta no está lejos de las conveniencias políticas de organización territorial, al respecto (Banguero,Correa,2021, pág. 25), reconocen que […el derecho es un asunto social complejo, por estar imbricado con usos, prácticas, costumbres, cosmovisiones, conceptualizaciones, es decir, la cultura]”.

Quilcacé Tejedora  de esteras 1995
Quilcacé Tejedora de esteras 1995 | Foto: Olga Marlene Campo Ruiz

Mediante la Ley de marzo 18 de 1826, el Libertador presidente (Simón Bolívar)  suprimió a las comunidades religiosas, sus conventos y sus bienes, con el fin de entregarlos como apoyo económico a las universidades; el Decreto Ejecutivo del 6 de Octubre de 1827, ordena entre otros apoyos económicos para la fundación de la Universidad del Cauca, el convento y bienes de los padres Camilo o de la Buenamuerte. Conforme a una anotación a mano del primer rector de la universidad doctor Manuel José Mosquera, la hacienda de Quilcacé constaba de tierras extensas, un brote de agua salada, que en el día poco producía a causa de la unión de agua dulce con salada como consecuencia del terremoto de 1827. Además de las minas de Cucarachas y de la cuadrilla de esclavos que trabajan en la hacienda y mina, herramienta de labor y de fragua; de un cacagual y otras sementeras; de tres hatos de ganado, un yegüerizo, mulas, caballos y un trapiche de madera. La Universidad se mantuvo en su posesión y administración; en el Archivo Central de la Universidad del Cauca 1798 se constata que ante la salida de los Camilos la hacienda de Quilcacé, tuvo como primer mayordomo al señor Ciriaco de San Camilo.  El 11 de marzo de 1891 la hacienda se vendió en pública licitación y fue adjudicada a don Juan Cuéllar por la cantidad de treinta y cuatro mil pesos.

A finales del siglo XIX, la región quedó en manos de colonos y terratenientes de Popayán. La familia Caicedo se apropió de más del 60 por ciento de la antigua encomienda, situación que se mantuvo hasta 1974. El cambio de formas de esclavización fue una estrategia propia de los propietarios de grandes extensiones de tierra, quienes peticionaron al Gobierno que, ante la pérdida de su mano de obra, les pagaran por los esclavizados liberados. Y así se hizo y, como si fuera poco, algunos no fueron liberados sino vendidos a hacendados de Perú y Ecuador.

Memoria colectiva de reparación y liberación de los afrodescendientes de Quilcacé.  Foto de Calle principal, Quilcacé.
Calle principal, Quilcacé. | Foto: Olga Marlene Campo Ruiz

A los esclavizados liberados del yugo de los amos, no les dieron absolutamente nada, es decir los sacaron de sus haciendas sin dinero y sin tener dónde vivir. Ante esta situación, fue una solución el arrendamiento de un pedazo de tierra por trabajo al antiguo amo. Este arrendamiento no permitía la crianza de ningún animal, menos la siembra de una planta, entonces los árboles fueron unas buenas casas de habitación en tanto los troncos eran un buen refugio para las tulpas.

El trabajo investigativo adelantado por el Centro de Estudios Interculturales de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali construyó un borrador con unas líneas generales para el Proceso de Fortalecimiento. Este borrador fue discutido, retroalimentado y avalado por un equipo del PCN (Proceso de comunidades Negras). En este trabajo se entrevistó a Rosa Camilo, hija del líder comunitario que luchó por la adjudicación de tierras a los afrodescendientes, quien afirmó que la población negra que quedó libre tras el abandono de la congregación del Buen Morir conformó pueblos pero sin tierra. Entonces trabajaban en la misma hacienda de la cual antes eran esclavos. El propietario Juan María Caicedo utilizó la estrategia del terraje, que era una forma de conseguir mano de obra barata a cambio de una porción de tierra que era pagada en especie o trabajo y se valía de los mayordomos y capataces para que todo marchara según sus órdenes. Como la población fue creciendo, tuvo la necesidad de tierra, de expandir su territorio, pero el dueño no permitía, a pesar de tener una enorme extensión de tierra. Como era de esperarse, la gente se cansó de ese trato y se reveló: una de las personas que lideró este proceso fue Sacarías Camilo. En esa época inicia la primera reforma agraria y Juan María Caicedo se vio obligado a vender parte de sus tierras al INCORA en 1979, y la segunda parte la vendió en 1990.

La hacienda de Quilcacé, donada por don Joseph Beltrán de Caycedo, terminó en otras manos. Los Padres Camilo, al enterarse de la llegada de la comisión de entrega de sus bienes a la naciente Universidad del Cauca, en 1827, huyeron hacia Quito dejando dos grandes entierros uno en la iglesia de San Camilo y otro entierro que consta de tres cajones con oro y una corona “labrada” en Marchán – Quilcacé.

Al enterarse de la llegada de la comisión de entrega de sus bienes a la naciente Universidad del Cauca, en 1827, los Padres Camilo, huyeron hacia Quito dejando dos grandes entierros: uno en la iglesia de San Camilo y otro entierro que consta de tres cajones con oro y una corona “labrada” en Marchán – Quilcacé. Los africanos relataron a sus descendientes cómo fue la angustiada salida de los Camilos, quienes cargaron mulas con el oro que pudieron y el restante lo dejaron enterrado. Cuando iban por Argelia (Cauca) le preguntaron al paje que les ayudó a hacer el entierro, que si él recordaba dónde habían dejado el entierro, al responder que a ojo cerrado, le tumbaron y le sacaron los ojos.

Los africanos relataron a sus descendientes cómo fue la angustiada salida de los Camilos, quienes cargaron mulas con el oro que pudieron y el restante lo dejaron enterrado. Cuando iban por Argelia (Cauca) le preguntaron al paje que les ayudó a hacer el entierro, que si él recordaba dónde habían dejado el entierro, al responder que a ojo cerrado, le tumbaron y le sacaron los ojos.

Memoria colectiva de reparación y liberación de los afrodescendientes de Quilcacé. Foto de Amador Camilo, 1997.
Amador Camilo, 1997. | Foto: Olga Marlene Campo Ruiz

En la memoria colectiva y según Amador Camilo, el entierro de Marchán tiene tres cajones: el del centro tiene una corona “labrada” que se debe llevar a la virgen de Quito y el resto repartirlo entre los descendientes de los esclavos; es un entierro envenenado y conjurado por tanto lo podrá sacar aquel que no sienta ambición.

El mito de “El entierro de Marchán” vino de la tradición oral por las lingüistas Espejo y Campo, 1996; como relato de 169 años de pervivencia en la memoria colectiva, se empodera como voz del afrodescendiente que demanda el cese a la ambición, por cuanto el origen de su migración forzada como ser africano se debió a la avaricia por las riquezas de la Zona Andina que  lo colocó en condiciones de esclavizado e hizo de él un ser  explotado, humillado. El entierro de Marchán, es  también la voz del afrodescendiente reclamando reparación y reconocimiento en la configuración sociocultural del país ya que con su talento y saberes se han desarrollado técnicas en varias áreas de la economía, la filosofía y espiritualidad, la ciencia, la educación, entre otros .

Lo expuesto fundamenta la necesidad de la contextualización interna histórica de las relaciones, conflictividades, tensiones o acuerdos, con el fin de abordar lo social y lo simbólico desde su inherencia en el espacio social. Solo así es factible comprender que los diferentes movimientos que se gestan en el Cauca no son ajenos a la agresividad del pasado; son deudas históricas no reparadas que tienen sus heridas sangrantes y, como si fuera poco, el presente afronta otra forma de  esclavización que no es ajena al vínculo de ambición: la “explotación indiscriminada  de los  recursos naturales”. Para ello, el amo violenta el territorio y ejerce el poder mediante el uso de la carimba y el látigo que deja las marcas imborrables del desastre natural.

*Candidata a Doctora en Humanidades: Historia , Sociedades y Culturas  afrolatino americanas