MÚSICA

Colombia en modo jazz

Septiembre en Colombia es el mes del ‘jazz’, que hoy reúne una generación de músicos virtuosos y un público cada vez más ávido de disfrutarlos.

9 de septiembre de 2017

Inocultable. La escena del jazz en Colombia evoluciona desde la década de los noventa: surgieron nuevas formas de interpretar, estudiar y escuchar este género. Y el punto de partida, el primer gran cambio, involucró a la academia que impulsó a las escuelas y facultades para incluir esta música en sus currículos y así formalizar su aprendizaje. Antes las facultades se orientaban a la música clásica, y quien quería interpretar jazz era autodidacta o había tenido la oportunidad de estudiarlo fuera del país. Se subestimaba a quienes abordaban este género.

El saxofonista Antonio Arnedo y el pianista Óscar Acevedo, entre otros, gestaron estos cambios, y hoy enseñan a las nuevas generaciones desde las universidades. A mediados de los noventa muchos músicos querían hacer jazz fusión y sonidos diferentes para alejarse de los ritmos clásicos. Pero en 1996 ocurrió algo importante: Arnedo grabó su disco Travesía, que se convirtió en una guía porque su lenguaje musical vincula las raíces colombianas con improvisación. De ahí que sea una referencia para una nueva generación que encontró en su trabajo múltiples ritmos folclóricos nacionales.

En ese panorama, los festivales que se celebran en el país cada septiembre surgieron para integrar las propuestas musicales que nacían en ese momento. En 1988 comenzó el festival del Teatro Libre, que además de promover y desarrollar el jazz en el país, inspiró el surgimiento de eventos similares en otras ciudades como Barranquijazz (Barranquilla, del 13 al 17), Ajazzgo (Cali, del 12 al 17), Medejazz (Medellín, del 13 al 16), Pastojazz (Pasto, del 12 al 15) y Jazz al Parque (Bogotá, del 16 al 17). En la actualidad, estos festivales integran el Circuito Jazz Colombia.

Y ciertos números muestran la evolución. Durante la primera edición de Jazz al Parque solo podían asistir al parque de la Independencia 500 personas, pero en 2016 el aforo alcanzó los 27.000 asistentes en el parque de la cancha de polo del Country Club. Según Jaime Andrés Monsalve, jefe musical de la Radio Nacional de Colombia, el festival es uno de los más importantes del país porque “generó un público, una vitrina gratuita y llena de propuestas del talento colombiano, así como artistas internacionales de primer nivel”.

Este año se suma a la agenda cultural el evento Silencio Jazz Club, el 4 y 5 de octubre, una propuesta que en su primera edición mezcla el performance, la música y la experiencia gastronómica para evocar un viaje a los años veinte. En esta ocasión, el cantante estadounidense Gregory Porter será el protagonista en Bogotá y Medellín, en un espacio recreado por la reconocida directora de arte Laura Villegas. 

En paralelo a los festivales y eventos aparecieron los primeros sellos discográficos que querían firmar con agrupaciones de jazz o solistas. En los noventa, recuerda Humberto Moreno –director de la disquera MTM, que trabajó muchos años en Codiscos–, un hit de jazz vendía máximo 2.000 unidades. Según Moreno, en la industria de la época existían alrededor de 30 agrupaciones que interpretaban el género. Ahora, dice, “se escucha más que nunca por el mercado digital y eso influye en el consumo. Así sea una música de minorías, el comportamiento muestra que va en aumento la oferta de agrupaciones y el consumo en vivo se ha multiplicado por 500 o 1.000 veces”.

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Cuando llegó el nuevo siglo, además de sellos discográficos y lugares tradicionales como Quiebra Canto y Galería Café Libro, aparecieron otros como Santa Fe, La Trementina, B&L Pub y Locus Espacio Creativo.

Además de estos, surgió Matik Matik, uno de los espacios culturales más importantes de la movida musical. Desde que lo crearon los hermanos franceses Calais, en 2008, sirve de plataforma para promover y difundir las nuevas formas de expresión sonora. De los 1.700 conciertos presentados, el jazz acapara el 25 por ciento de su oferta ante un público compuesto principalmente por estudiantes, melómanos y extranjeros.

Benjamín Calais dice que “los grupos que se presentan tienen un abanico de tendencias, desde los que se acercan a la escuela clásica, otros al ‘swing’ y unos más que fusionan la música tradicional con el lenguaje e instrumentos del ‘jazz’”. Pero Matik Matik no solo sirve de escenario, pues con su sello nacieron proyectos como Resiliente, el último álbum de Mula (grupo que se mueve entre el free-jazz, el punk, el hard-core y la champeta) mezclado en los estudios de este lugar.

En esta nueva onda, las bandas emergentes también se vinculan con el jazz en escenarios universitarios, eventos públicos y privados. Y cada vez más con bares y restaurantes donde se oye música en vivo como, por ejemplo, Smoking Molly en Bogotá. En Medellín esa escena musical se cultiva en lugares como La Pascasia, una casa ubicada en el centro de esa ciudad que ofrece arte, literatura y música.

Así, poco a poco se ha venido formando una cultura donde los músicos hacen propuestas con elementos locales, cercanos a las melodías colombianas. Una cultura curada por espacios que impulsan a los nuevos talentos para mejorar sus ideas y para programar nueva música.

En este entramado, la radio no se queda atrás. Aunque aún mantiene un espacio limitado para este género, desde los noventa se ampliaron las programaciones especialmente en emisoras universitarias como Javeriana Estéreo, en espacios de la Radiodifusora Nacional y en la HJCK.

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Y no menos importantes son los nuevos canales, como las plataformas de streaming, que ampliaron el espectro de artistas. No todo se detiene ahí. Este año siguió aumentando el número de producciones discográficas, como calcula Luis Daniel Vega, periodista musical y productor: “Han salido al mercado 10 discos de autores colombianos muy importantes, como la pianista Melissa Pinto, Óscar Acevedo, el guitarrista Kike Mendoza y la agrupación Mula”.

El jazz siempre ha sido una alternativa y representa la posibilidad de libertad que otros géneros no tienen. Así, con ritmos que se salen de lo convencional y elementos de improvisación, diferentes ciudades del país tienen este mes el privilegio de presenciar una gran muestra musical. Una temporada cada vez menos inadvertida, que invita a más de uno a sincopar.

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