MEMORIA

Las caras del conflicto en un museo

Colombia, un país lleno de historias que reflejan el daño que ha causado la guerra, se está preparando para construir su Museo Nacional de la Memoria en Bogotá.

11 de mayo de 2017

Por: Juanita Franky

Los Museos de la Memoria son espacios que surgen en escenarios de violencia, de violación a los Derechos Humanos (DDHH), de conflictos armados y de guerra, donde se hace necesario una reparación simbólica e integral a las víctimas para que no haya repetición. Colombia, un país lleno de historias que reflejan el daño que ha causado la guerra, se está preparando para construir su Museo Nacional de la Memoria en Bogotá.  

Para conocer sobre el proceso de construcción del museo, Semana.com entrevistó a Martha Nubia Bello, trabajadora social, docente de la Universidad Nacional de Colombia y actualmente directora del Museo Nacional de Memoria. Su rol dentro del Museo se asocia a su carrera como investigadora del Grupo de Memoria Histórica del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), por medio del cual dirigió investigaciones, lideró el informe ‘Basta ya’ y construyó relaciones con víctimas, factores fundamentales para el diseño y construcción del museo.

El Museo Nacional de la Memoria surge, como afirma Martha Nubia Bello, “como una medida de reparación simbólica, contemplada dentro de una Ley de Reparación Integral a las Víctimas”. Una vez expedida la Ley de Víctimas, en el año 2011, se le encargó al CNMH crear y diseñar el Museo Nacional de la Memoria, el cual debe cumplir con el deber de memoria que tiene el Estado, a través de “recoger las voces de las víctimas, sus memorias, para visibilizarlas, hacerlas públicas y sobre todo para que haya un reconocimiento público sobre eso”.

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La directora del museo asegura que el proceso de diseño y creación lleva casi tres años. Este ha sido un trabajo constante de recoger los aprendizajes internacionales con una trayectoria importante en el tema. Además afirma que han tenido la posibilidad de considerar consejos, desde temas arquitectónicos, en cuanto a la conservación del material y la luz del museo, hasta en los debates y dilemas que se asumen por ser espacios públicos y por tanto susceptibles de crítica.

Pero ¿en qué va el museo? El inicio de la construcción del edificio se estima para comienzos del próximo año y durará 18 meses. Es decir, el museo pretende abrir sus puertas en la segunda mitad de 2019. Contará con el Archivo Nacional de Derechos Humanos, va a tener un centro de documentación, bibliografía sobre temas de paz y conflicto, salas de exhibición permanentes y temporales y auditorios para una programación académica, artística y cultural. Sin embargo, hoy en día el museo existe aún sin una edificación, pues el grupo a cargo de Martha Nubia Bello produce, realiza exhibiciones y gestiona programación teatral y musical en espacios como bibliotecas y museos.

Ahora bien, ¿por qué en Bogotá? El museo se está pensando desde el concepto de ‘Museo Red’. De esta forma se quiere construir “un espacio que garantice que se visibilicen las iniciativas de memoria en las regiones”. Se busca, entonces, hacer presente en Bogotá lo que sucede en el territorio nacional, que se reconozca que existen lugares de memoria y museos en diferentes partes de Colombia. Se trata de exhibir “las iniciativas de paz en los distintos lugares del país, la resistencia, la manera como ellos han hecho memoria”, como una forma de lograr que ese horror adquiera un carácter pedagógico para la sociedad.

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Por otro lado, cabe preguntarse por lo que se va a exhibir en el museo. Frente a este tema, la directora sostuvo la importancia de reconocer la complejidad del conflicto en Colombia y esto implica expresar las múltiples historias que se configuran alrededor de la guerra. “No vamos a pensar en una versión de la historia, que además no la hay, que no es deseable”. Así expresa la imposibilidad de llegar a un consenso, a una historia oficial del conflicto en Colombia, pues eso sería desconocer la complejidad de esta realidad.

El museo apela al diálogo. Se busca construir un espacio donde prime el debate democrático, la escucha de las diferencias, donde se reconozca al otro como ser humano. Por eso para su construcción nadie, de ninguna manera puede expresar una postura que valide y legitime la violencia, este lugar no puede tolerar la discriminación ni la estigmatización. Y lo que se va a exponer tiene que tener sustento científico, académico y jurídico, lo que se diga en el museo no podrá ser fruto ni de la invención, ni de la subjetividad del curador o del guión. 

Bajo estas reglas básicas, se expondrán historias y dolores entrelazados, se expresarán distintas maneras de leer y entender lo que nos pasó. Por esto, se deben reconocer las diferentes voces, tanto la de las víctimas, como la de los perpetradores y la fuerza pública; entendiendo siempre que “esta no es una guerra que se pueda contar con una división tajante entre los bandos de los buenos y el bando de los malos”, y que eso sería reduccionista, inútil e inservible para este país.

Incluir las voces del perpetrador es importante por tres razones: uno, porque su testimonio contribuye al esclarecimiento de los hechos. Dos, porque lo que cuenta el perpetrador debe ser objeto de interpelación, permite a la sociedad verse en un espejo y decir eso jamás debió haber sucedido. Y tres, para reconocer que el límite entre víctima y victimario es complejo. Igualmente, se incluirán las voces de la fuerza pública, con el objetivo de  que se reconozcan las víctimas de la fuerza pública en el museo y de interpelar, a su vez, la responsabilidad que estos tienen. Todas estas historias deben ser reconocidas. 

Finalmente, frente a la situación actual del país, tras los acuerdos de La Habana, al museo se le ha asignado la tarea de difundir y divulgar los resultados de la Comisión de la verdad. Este, está en la capacidad de ayudar a cumplir los compromisos del Estado y promover medidas de reparación simbólica, que tienen que ver con la arquitectura conmemorativa de los territorios. 

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El ejercicio de memoria que está en construcción es, entonces, un ejercicio de memoria amplia, una memoria plural que permite reconocer las experiencias de otros. Se trata de “dejar un legado, una constancia, un ejercicio reflexivo del pasado para no solamente hacer un inventario de hechos y de horrores, sino para poder determinar qué hizo posible que ocurriera lo que ocurrió”. Con el objetivo de poder asumir la responsabilidad de lo sucedido y emprender la tarea de transformación necesaria para cumplir con la no repetición. 

Acciones como las que se emprendan en el Museo Nacional de la Memoria, contribuirán sin duda a construir una Colombia mejor. No garantizarán la ausencia del conflicto, el perdón o la reconciliación, pero contribuirán a que la sociedad colombiana comprenda la complejidad de nuestra historia y abrirán las puertas a un camino que nos permita desarrollar otras formas de resolver nuestras diferencias.

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