Música
Música Ficta: el grupo de notas barrocas en tiempos contemporáneos
Dos grabaciones de un prestigioso grupo colombiano –Música Ficta, más reconocido afuera que en el país– exaltan y tal vez hacen justicia al gran compositor José Marín. Por Emilio Sanmiguel.
Si la supervivencia del prestigioso grupo colombiano Música Ficta, desde su fundación dedicado a la investigación e interpretación del repertorio barroco tanto español como latinoamericano, dependiera del complicado, oneroso e ineficiente sistema musical del país, hace años habrían tenido que colgar la lira. O mejor, laúdes, tiorbas, jácaras, guitarras barrocas, claves y demás instrumentos de época, con los cuales han recorrido los más de 30 países donde sus actuaciones no solo han sido aplaudidas, sino galardonadas.
Porque no debe resultar muy aleccionador que en 25 años solo hayan actuado en dos ocasiones en la sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, un par de veces en el Teatro Colón, que es la punta de ese iceberg burocrático de miles de funcionarios que es el Ministerio de Cultura. Un poquito mejor les ha ido con el Teatro Mayor de la Biblioteca Julio Mario Santo Domingo, que, en cierta medida, depende de la Alcaldía, y con la Catedral Primada de Bogotá, sede del arzobispado.
Irónicamente, parecería que esa desidia del establecimiento hacia su trabajo ha sido el motor que ha animado a los fundadores, los hermanos Jairo y Carlos Serrano, para buscar un horizonte menos limitado mediante dos estrategias: la primera, claro, sus actuaciones; la segunda, sus grabaciones.
El asunto no es tan sencillo. Al fin y al cabo, se trata de profundizar en terrenos musicales, inmensos, pero casi inexplorados. Con el repertorio que trabaja Música Ficta es casi imposible llegar, como se haría por ejemplo con compositores populares –Mozart, Haydn, Beethoven–, a una tienda de partituras, mirar el catálogo, hacer una selección y pagar. Aquí el trabajo, especialmente con el repertorio latinoamericano, es de un talante que implica en sí un desafío: se trata de ir a las fuentes, a los archivos de las catedrales, a los originales que reposan en las bibliotecas y descifrarlos, porque frecuentemente las partituras no especifican ni los instrumentos ni las voces. Parte de la investigación debe establecer si una línea debe, o puede, encomendarse al laúd, la tiorba o la flauta dulce.
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Después viene la parte grata: actuar, como lo han hecho en recintos como la Sainte-Chapelle o la Conciergerie de París, el Victoria Concert Hall de Singapur, el Kennedy Center de Washington, catedrales e iglesias de México, Ecuador, Bolivia, Perú, Brasil y, de pronto y con suerte, en algún auditorio del país.
El otro instrumento para la difusión de su trabajo, para que trascienda en el tiempo, son sus grabaciones: “Yo sigo creyendo en la vigencia del disco, nada lo reemplaza como documento por su calidad y significado”, le declaró a SEMANA Carlos Serrano, uno de los integrantes de la agrupación que dirige su hermano Jairo, quien añadió: “Es un trabajo que no nos ofrece ninguna retribución económica, pero sí satisfacción artística”.
A la colección de sus grabaciones acaban de añadir dos, que, como siempre, son objeto de asombro. Porque se la han jugado con un compositor virtualmente desconocido para la mayoría de los melómanos: José Marín, un personaje fascinante, pese a lo poco que se sabe de él. A lo sumo, que nació cerca de 1618 y que con certeza murió en Madrid en 1699.
Como siempre ocurre con las investigaciones del grupo, no se trata de un compositor escogido al azar. De hecho, ya habían tenido en el pasado una fugaz aproximación a su música, tal y como consta en una de sus primeras grabaciones. Con la trayectoria de sus trabajos, no es muy difícil saber que de Marín les interesa su música por su rara aproximación a eso que en el barroco iberoamericano se denominan tonos humanos, es decir, lejos de lo religioso. Les interesa el estilo de un compositor capaz de fusionar con increíble habilidad lo culto con lo popular, evidente en la práctica de ritmos habituales en esos dos mundos. Como conocedores de los instrumentos, les atrae la manera como está escrita una música que delata las habilidades de Marín como intérprete. Tampoco ocultan cuánto les encanta encontrar un compositor que ennoblece la guitarra, un instrumento más relacionado con el bajo mundo que con los palacios y monasterios donde José Marín ejerció su profesión. No han querido dejar pasar inadvertido el hecho de que su obra también es testimonio de un cambio trascendental en la sensibilidad cultural española, a tono con la expresión literaria de Calderón de la Barca o Lope de Vega.
Ahora, lo que resulta más fascinante del trabajo es la intuición que subyace bajo la impecable interpretación de los dos compactos, grabados simultáneamente en la iglesia doctrinera de San Isidro Labrador, en Chíquiza, Boyacá: intuición que usan para adentrarse en su intimidad.
Tantas horas dialogando con el compositor del siglo XVII les sirvió para entender que “en su música siempre hay algo melancólico”, dice el director Jairo Serrano, y los pone a dudar de la historia oficial que lo acusa de robo y homicidios perpetrados en Madrid, acusaciones que le costaron años de cruel encarcelamiento y, ya libre, dirigirse a Roma para lavar su reputación ordenándose sacerdote. Porque no quieren dejar pasar por alto que, a pesar de tales acusaciones, al momento de su muerte la Gaceta de Madrid no dude en honrar su memoria y reconocerle su jerarquía como intérprete y como compositor, conocido dentro y fuera de España.
Al final, flota en el aire que, como siempre, Música Ficta ha realizado otra más de sus excelentes interpretaciones y un acto de justicia. Porque en asuntos de justicia son expertos.