Cine
‘No mires arriba’ es una sátira pero los riesgos existenciales no son una broma
A esta película o se le aprecia o se le odia, pero, más allá de su polarizador tono, da pie a considerables reflexiones que tocan al individuo y a la sociedad, a la economía y a la filosofía.
Sin desvelar nada por si aún no la ha visto, en la película No mires arriba unos científicos estadounidenses advierten de la aproximación de un cometa a la tierra con el potencial de extinguir a la humanidad. Se trata de una farsa repleta de chistes satíricos que no hay que interpretar en absoluto de manera realista en cuanto al funcionamiento del sistema científico y de detección de impactos catastróficos.
Con el trasfondo de las reacciones en sociedades como la estadounidense ante la pandemia y el cambio climático, el film toca sin duda el que es uno de los temas más interesantes abordados por la ciencia y la filosofía en los últimos años: los riesgos existenciales. ¿Pero qué es eso?
Amenaza a la humanidad
Un riesgo existencial se define como aquel que puede hacer desaparecer a la especie humana o al menos a una proporción lo suficientemente grande como para hacer inviable la reconstrucción de la civilización. En la película, el impacto del cometa de 9 kilómetros de diámetro se presenta indudablemente en dichos términos.
No está mal pues aprovechar para recordar cómo nuestras decisiones en este aspecto, igual que en otros, pueden ser interpretadas basándose en la teoría de la utilidad esperada o del valor esperado.
En pocas palabras, la teoría del valor esperado sugiere que deberíamos calibrar nuestras acciones a la probabilidad de sus resultados según el valor de las posibles consecuencias.
Por ejemplo, si lo que perseguimos es la ganancia económica, la teoría del valor esperado propone que comprar un boleto de lotería tiene un valor esperado muy bajo respecto a otras acciones (como la inversión o el ahorro de ese dinero), ya que la probabilidad de que recuperemos el importe económico del boleto es pequeña y la de que ganemos un premio importante absolutamente ínfima.
Si lo que nos preocupa es la salud, aunque pueda ser altamente desagradable, esta teoría también nos indica el alto valor que tiene una colonoscopia a partir de los 50 años. La inmensa mayoría de las veces no detectará nada serio. Sin embargo, las pocas veces que sí compensarán el hacerlo.
Dicha teoría también nos llama la atención sobre escenarios que, aunque relativamente improbables, pueden tener altísimos costes o beneficios. En el caso que nos atañe, dada la probabilidad de que la especie humana desaparezca y el valor inmensamente negativo que solemos dar a ese escenario, acciones con un extraordinario valor esperado deberían ser aquellas que como sociedad nos permitan evadir dichos riesgos.
El valor esperado y el cometa
Una intuición sorprendente señalada por algunos filósofos y psicólogos en tiempos recientes es cómo en un primer momento la mayoría de las personas no parecen tratar de manera cualitativamente distinta los riesgos catastróficos globales (entendidos como aquellos que pueden hacer desaparecer a una proporción muy sustancial de los seres humanos) respecto a los riesgos existenciales o de desaparición completa.
Sin duda ambos son de extrema gravedad, pero es fácil inferir que los segundos son peores, por cuanto implican la desaparición del horizonte de las generaciones futuras. En todo caso, ni siquiera ante riesgos relativamente tan altos por su probabilidad como los de una pandemia que viene advirtiéndose desde hace años parece que nuestras sociedades hayan obrado sobre la base de la teoría del valor esperado.
Es importante recordar, no obstante, que no somos incapaces de actuar ante riesgos bajos pero de impacto catastrófico o existencial. En 1994, azuzado por el reciente impacto del cometa Shoemaker-Levy 9 sobre Júpiter, que dejó unas marcas comparables en tamaño a la Tierra y fácilmente visibles durante meses, el congreso de los Estados Unidos ordenó a la NASA detectar los objetos espaciales que pudieran causar extinciones si hubiera un impacto, esfuerzo que ha sido altamente exitoso a la hora de catalogar y estudiar los asteroides de mayor diámetro.
Más recientemente, en noviembre del año que acaba de concluir, la misión DART de la NASA, bautizada como la “Primera Misión de Test de Defensa Planetaria”, fue lanzada con el objetivo de desviar un asteroide que, aunque no plantea una amenaza, puede servir de prueba.
Volcanes y cisnes negros
El volcán en La Palma, con sus costosos daños materiales y humanos, ha abierto durante meses los telediarios. Sin embargo, tal vez no se ha aprovechado lo suficiente el tiempo para hablar de cómo eventos supervolcánicos igualmente difíciles de predecir (y afortunadamente poco frecuentes) podrían alterar radicalmente el clima del planeta, incluso hacer desaparecer a la mayoría de las especies, incluida la nuestra.
¿Le suena exótico? Solo en 1815 la explosión del volcán Tambora en Indonesia, un evento que en realidad no alcanzó la categoría de supervolcán, supuso una bajada generalizada de las temperaturas, hambrunas y que el año 1816 se conociera como “el año sin verano”. Más recientemente se ha atribuido a eventos volcánicos también de menor intensidad el efecto del enfriamiento generalizado del globo en el siglo VI, cambio climático que hoy se piensa terminó por apagar la llama del Imperio romano.
¿Cuándo acaecerá el próximo evento supervolcánico? Nadie lo sabe exactamente. El filósofo David Hume nos exhortó a adaptar nuestros miedos a la mejor evidencia. Muchas personas temen viajar en avión, aunque el trayecto en coche hasta el centro comercial de las afueras sea mucho más peligroso. Como sociedad tal vez hemos temido mucho al terrorismo (diseñado para explotar nuestras fobias) y muy poco a las pandemias. También podríamos reconocer la falta de evidencia allá donde su valor es crucial.
La incertidumbre que rodea a muchos de estos acontecimientos puede impedir que en el día a día se les dé suficiente peso. Pero algunas consideraciones sencillas bastarían para que los tomáramos más en serio.
En primer lugar, muchos constituyen lo que se denomina en filosofía eventos de tipo “cisne negro”, es decir, sucesos poco probables de alto impacto que, sin embargo, sabemos seguro que a veces ocurren.
En segundo lugar, aunque los riesgos existenciales pueden ser relativamente pequeños a corto plazo, por su naturaleza multiplicativa crecen a medio y largo plazo. Recientemente el filósofo Toby Ord estimaba en una entre seis la probabilidad que nuestra especie podría tener de no sobrevivir al siguiente siglo, comparando así nuestra toma de riesgos con la ruleta rusa. Dicha estimación, parcialmente subjetiva, está sujeta a críticas, aunque no hace tanto una encuesta informal entre científicos especialistas de este ámbito arrojaba valores similares.
En tercer lugar, algunos de estos riesgos, una vez que los conocemos mejor, no son “cisnes negros” sino “rinocerontes grises”. Se emplea esta metáfora para designar aquellas amenazas que podemos estimar con razonable seguridad que se aproximan hacia nosotros. Hoy en día, por lo que sabemos, el calentamiento global es un rinoceronte gris, como lo es la próxima pandemia. Cisnes negros podrían ser los escenarios más auténticamente apocalípticos que rodean a algunas de estas amenazas.
Por último y no menos importante, podemos estar seguros, por simple aplicación de la lógica, de que la probabilidad de eventos catastróficos globales es mayor y la de eventos “meramente” catastróficos mucho mayor. Es decir, reconocer los riesgos existenciales nos debería llevar a ser sensibles al espectro mayor de los riesgos catastróficos.
Como se ha recordado durante esta pandemia, el trabajo de prevención es muy poco agradecido, puesto que a falta de que se produzca el evento que se trata de evitar, la tendencia por defecto puede ser no valorar lo que no se ve. En el caso de la prevención y el paliar los efectos de tipo cisne negro, esta invisibilidad y falta de reconocimiento es aún mayor.
Como la sátira del film pone de relieve al inicio de la película, la práctica totalidad de sus espectadores ignora la existencia de una Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria que realmente existe: fue creada en 2016 por la NASA. ¿Invertimos demasiado poco en la prevención de riesgos catastróficos globales? Un primer paso es pensar de manera más adecuada nuestras actitudes ante estos riesgos.
*Hugo Viciana. Profesor investigador en la Universidad de Sevilla, especialista en filosofía y ciencias cognitivas, Universidad de Sevilla.
*Aníbal Monasterio Astobiza. Investigador Posdoctoral, especializado en ciencias cognitivas y éticas aplicadas, Universidad de Granada.
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