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Noticia de un hito en la televisión colombiana: ‘Noticia de un secuestro’ duele lo que duele porque está muy bien hecha
Lejos de lo políticamente correcto, sin temor a pisar callos, la adaptación de la obra de García Márquez producida por su hijo Rodrigo García, protagonizada por grandes actrices y actores colombianos y dirigida por Andrés Wood, se prueba de talla mundial y agita memorias desde su tremenda factura.
Hace tiempo dedicamos espacio a lo mejor de la televisión y el streaming, y hace mucho tiempo esperábamos dedicarlo a una producción colombiana indiscutiblemente relevante y de talla mundial. Esta entrega franca y dolorosa de Noticia de un secuestro (NDUS), con el chileno Andrés Wood en la dirección y en la producción, que se estrenó el 12 de agosto en Prime Video, es esa serie. Es también, valga decirlo, un thriller sobre lazos familiares y lazos de clase en el marco de la violencia de los años noventa que se inspira en la vida real, que se toma algunas naturales libertades dramáticas asociadas a su medio y que resulta imposible dejar de ver desde su tema y su ritmo. Así marca un hito de calidad, de factura y de enfoque en la historia de las producciones con sello colombiano que abordan su turbulenta historia.
NDUS es una entrega de seis episodios de casi un hora, una adaptación del libro periodístico homónimo de Gabriel García Márquez publicado en 1996, basado en hechos transcurridos desde 1990, que no decepciona; al contrario. En medio del profundo vacío de país que produce, porque despierta recuerdos y reflexiones fuertes para quienes vivieron esos años de terror y muerte y sienten sus emociones agitarse desde los ecos presentes de dichos hechos, se devora y, por momentos, se llora.
No es una clase de historia, es televisión y desde esa vara se le debe medir. Pero entre mejor es la serie, mejores son las conversaciones y/o polémicas que genera. En principio, toda adaptación toma sus decisiones conociendo el riesgo de enajenar a quienes leyeron el texto original, que en este caso es del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Y nadie puede culpar a estos lectores por ello —aunque mejor se van preparando para Cien años de soledad—. Esta obra, sin embargo, tiene relevancia por mérito propio. Y no es irrelevante realizarla y lanzarla cuando algunos de sus personajes aún hacen presencia en el escenario político nacional y cuando los hechos sucedidos siguen integrando el andamio de la presente situación social y política.
En lo que respecta a la pantalla chica, Colombia ha marcado tendencia en plataformas de streaming con producciones muy populares de canales privados como Betty La Fea, Pasión de Gavilanes, y entregas más recientes de streaming como Pálpito (donde curiosamente también hay secuestros y maleantes). Pero NDUS juega en otro estadio, en el que incluso se distancia notoriamente de fenómenos mundiales con historias enraizadas en Colombia como Narcos, de casas productoras como Gaumont, de gran calidad pero enfocadas en el mito vendedor, en solo ese lado de la historia.
Lo más leído
Aquí el relato mira especialmente a las víctimas del secuestro y del asesinato antes que en los victimarios. Rodrigo García, hijo del escritor, director reconocido en su ley y productor de la serie, prometió no sumarse desde este texto raíz y esta producción televisiva a la narcofiebre alimentada mundialmente por la mencionada Narcos y producciones nacionales (retransmitidas y hasta reproducidas en otros países) como El patrón del Mal, El Cartel de los Sapos (entre otras). García cumple su promesa en una medida parcial, porque en este tipo de historia resulta imposible dejar por fuera a los perpetradores del terror. La cuestión es, pues, cómo lo hace.
La serie no los relega, pero mira con especial atención a los bajos mandos, a los más “desechables” en esa cultura de la muerte fácil, es decir, a quienes cuidaban de los secuestrados. Por algo no se muestra a Pablo Escobar, solo se le escucha en voz. De la misma manera, NDUS no se aleja de presentar y matizar la acción de la fuerza pública, que en su guerra a todo costo contra estos capos de la mafia tomó imperdonables decisiones que se pagaron con vidas. “Ya no se sabe quién es el criminal en este país”, expresa en un punto el personaje de Alberto Villamizar (interpretado con potencia y desgarro por Juan Pablo Raba) a un mando policial, cuando las peores noticias llegan para una familia y las otras parecen condenadas a lo mismo.
En el fondo, poco importa si esta serie no es tendencia o si no integra listados de horas consumidas. Sería gratificante que lo hiciera, pero estas obras no apuntan a eso. Pero sí vale mucho que es televisión que eleva la vara. Sin muchos rodeos ni edulcorantes (algunos hay), la serie toca esa época en la que Colombia fue inequívocamente el país más violento del mundo (asesinatos, bombas, caos), y muestra varias facetas de cómo se vivía esa situación. La franqueza aquí es virtud. Entre muchos detalles, en una secuencia se ve el cuerpo de una mujer asesinada en la calle, como simbolizando un paisaje naturalizado que no ha dejado de serlo del todo décadas después. A ese tipo de reflexiones obligaba la decisión de abordar el sensible material periodístico de uno de los escritores más trascendentes de la historia.
Es interesante cómo, a veces, por coincidencia o no, un proyecto encuentra su momento. Y NDUS se estrena en épocas en las que el país empieza a confrontar sus verdades. En ese marco es clave sentar que la televisión puede ser entretenida, pero no necesita serlo para ser cautivante. Y lo hace desde agitar dolores y conciencias de lo que muchas veces se redujo a una mala memoria pero sigue presente, como el trauma colectivo que es, exorcizados solo parcialmente ante las predominantes exaltaciones culturales de quienes doblegaron a poblaciones enteras al terror por años.
Talentos que enaltecen
Como el libro, la serie presenta un relato fragmentado e interconectado, pero, a diferencia del mismo, la serie pone el foco en unos secuestros mientras a otro solo lo menciona (el de Francisco Santos). Esta versión NDUS se centra, por un lado, en el secuestro de Maruja Pachón y de Beatriz Villamizar, quienes fueron a dar al mismo lugar de reclusión que Marina Montoya habitaba en miseria hacía meses; por otro lado, sigue la privación de libertad de Diana Turbay y de su equipo periodístico. En el centro del relato están Maruja Pachón, Diana Turbay y sus familias.
Interpretada por Cristina Umaña, Pachón es un personaje con mucho peso que lleva la historia desde las sombras del cautiverio y la vida sobre la cual pensaba en esos horribles días de secuestro. Esta se evoca con añoranza, con el foco en el gozo de vida que le representan el baile y el trago y la dualidad de un lazo conflictivo con sus hijos, que tiende a alejar ante la prominencia de su trabajo en su vida. Y central resulta en su historia la relación con su marido Alberto Villamizar. Además, no se oculta de ella un clasismo que, con los golpes traumáticos que sufre, a veces se le salta y a veces sabe aterrizar en la realidad que vive.
Sus interacciones más impactantes se dan con Monje (Bryan Zorrilla), uno de sus cuidadores, con Damaris, la mujer encargada de la casa donde estaban recluidas, y claro, con Beatriz Villamizar y con Marina Montoya. En esos momentos de mayor tensión entre estas mujeres y personajes, las interpretaciones de estas artistas parecen elevarse a algo nada menos que admirable.
Majida Issa encarna a Turbay, la hija del expresidente, y lo hace con la intensidad necesaria Por un lado, la periodista que no deja de sentir vergüenza ante aquellos colegas que llevó con ella a la selva buscando una primicia y el recuerdo vivo de su madre y su hija, con la que comparte un vínculo especial com el agua. Por razones históricas, su desenlace fue el que marcó los otros desenlaces. Sus interacciones con el joven que la cuida, Diez (Emmanuel Restrepo), pintan esa esperanza fútil de una salida para estos jóvenes. Y así no haya un parecido físico entre Issa y la mujer que interpreta, la sanandresana entrega un trabajo intenso y valiente que involucra emocionalmente al televidente.
Junto con Umaña e Issa, en esta producción brillan varios talentos generacionales. Julieth Restrepo ofrece una Beatriz Villamizar sensata, que es fácil de adorar y que también vive pocos pero muy duros momentos de quiebre. Por su parte, actrices de mucho recorrido como Carmenza Gómez (Marina Montoya) y Constanza Duque (Nidia Quintero) aportan una experiencia que se traduce en interpretaciones desgarradoras y conmovedoras.
Juan Pablo Raba, en el rol de Alberto Villamizar, cruza la historia por el impacto de su causa y por el interés de la serie en esa relación afectiva entre él y Pachón, que al momento del secuestro se anuncia al borde de la separación. Su entrega es notable, los matices de un hombre que salta de negar toda negociación con los criminales a verse humanamente impulsado a hacer todo lo necesario para no ver a su mujer sacrificada redondean un personaje notable y complejo como pocos.
Entre otras interpretaciones destacadas entregas se hace necesario subrayar la de Damaris (Laura Alonso Escobar), la mujer a cargo de la casa donde Pachón, Villamizar y Montoya viven su pesadilla. Su arco ofrece un necesario contraste con la realidad del otro lado más favorecido del país, simbolizado por Pachón. Es una mujer que no sabe quién es su padre ni sabe dónde va caer muerta. Por otra parte, Rodrigo Celis entrega en Don Pacho un maleante sesudo que navega entre protector ante la barbarie y la barbarie misma, un victimario con la naturalidad de quien lidia con la gente como lo hace con peones prescindibles.
Una atmósfera
Los noventas son inmersivos en NDUS gracias al cuidadoso esfuerzo de ambientación. Y todo detalle suma, desde la Macintosh Plus, el balón de fútbol Mikasa pasando por la Costeñita, por los autos de la época (algunos quizá muy relucientes, pero con esas inconfundibles placas tan negras como la época), los teléfonos inalámbricos, los billetes, las referencias al equipo de fútbol que impulsaba Escobar y las ediciones de Revista Semana en las mesas del poder. Y si bien una que otra imagen panorámica de Bogotá raya, pues muestra edificios que no existían en la época, es un detalle menor ante un ejercicio de época bien logrado.
En lo que a comportamientos se refiere, la producción no evita que el cigarrillo era altamente protagonista y que costumbres como las de conducir embriagados eran mucho más normalizadas de lo que lo son hoy. El lenguaje, en general, resulta genuino más allá de ciertos reportes periodísticos que suenan impostados y algunas frases de actores jóvenes (que logran compensar con expresiones faciales). Aquí suenan certeros el hijueputazo y los modismos de Bogotá y de Medellín que prevalecen. Eso no sucede a menudo.
Desde lo audiovisual hay apuestas que entremezclan la memoria de lo que era la vida antes del cautiverio asociados con música y baile en un caso y con el agua como punto de encuentro en el otro (con una imagen quizá muy reminiscente de La Forma del agua de Guillermo del Toro). En un punto de la historia, un montaje entremezcla una interpretación del villancico Tutaina con imágenes que describen un cautiverio más y más apremiante, y hubiera sido perfectamente logrado de no sonar tan extraña y plana la grabación del coro. La intención cuenta de todas formas y se reconoce. El manejo de material archivo es dosificado para buen efecto.
En general, en términos musicales es interesante la mezcla que propone NDUS entre música incidental, bullerengues y el chucu chucu que suena en este país sin importar la época. En algún punto un acordeón distrae desde el instrumento mismo de uno de los guardias; en otro, se reproduce desde el equipo de sonido noventero de Alberto Villamizar, quien procede a bailar con su hijo en un momento emotivo, bello.
Los ecos, hoy
Las mutaciones de esas violencias que registra la miniserie se multiplicaron a lo ancho y largo del país y en su cultura e idiosincrasia. Aquí se registra cómo los secuestros de los más poderosos lograron mover las agujas que cambiaron el rumbo de la historia. Esto, en cierta medida, también se hizo ley. Los ecos de estos hechos ahora narrados en medios de alcance popular siguen en la base de desigualdades y violencias actuales. Esa es una discusión que se debe seguir dando y, en ese orden de ideas, queda esperar que se siga produciendo series que la impulsen.