Toros
Novilleros: la lucha de quienes aún quieren ser toreros en Colombia
Sueñan con ganarse la vida arriesgándola frente a un toro en un país donde cada vez hay menos oportunidades para torear. Seis de ellos buscaron cambiar su suerte en Cali. Comienza la feria taurina de la capital del Valle.
Entre 1991 y 2008, cuando César Rincón era máxima figura del toreo mundial y en Colombia no lo bajaban de héroe nacional, en la plaza de toros de Cañaveralejo de Cali se daban siete novilladas al año, una de ellas en la primera tarde de la feria, donde los más aventajados aspirantes a toreros tenían la oportunidad de cambiar su presente y acercarse a cumplir el sueño de ser matador de toros. En esos años, eran decenas los jóvenes que escogieron ganarse el pan diario jugándose la vida ante las embestidas de un toro de casta, y hacerse rico como lo consiguió el mejor torero colombiano de la historia. Hoy, quienes quieren emular los pasos de Rincón se cuentan con los dedos de unas pocas manos, y a diferencia de entonces, quieren ser toreros, pero sin toros para torear.
Cañaveralejo, una de las cinco plazas de primera categoría de Colombia y la de mejores instalaciones en América, era junto a Las Ventas de Madrid y La Misericordia de Pamplona las únicas plazas de toros en el mundo que tenían abonadas todas sus localidades para las corridas de toros, que en Cali son tradición desde 1957, al menos en la programación de la feria de la ciudad, que este 2021 llega a su 63.ª edición.
Con las 18.000 localidades vendidas, la feria taurina de Cali se convirtió en aquellos tres lustros en la más importante de este lado del Atlántico –por encima de México, Bogotá, Quito y Lima–, y hasta el año 2001 se llegaron a anunciar 16 corridas entre el 25 de diciembre y el seis de enero, tres de ellas nocturnas para que quienes aguardaban por un abono pudieran ir alguna vez a los tendidos, que en la llamada ‘temporada de luces’ también se colmaban, a pesar de competir con los principales conciertos de salsa. Cali era epicentro mundial de la tauromaquia, la única plaza en la que se celebraba la última corrida del año (cada 31 de diciembre), y también la primera (todos los primeros de enero).
La cantera
No era extraño que el fervor taurino de aquellos años hubiese germinado entre jóvenes de todo el país que se creyeron con condiciones de triunfar en el toreo. En 1991, año en que Rincón salió a hombros cuatro veces por la puerta grande de Madrid, se inauguró la Escuela Taurina Santiago de Cali, la primera escuela de toreros en la historia del país.
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Cuarenta y ocho hombres y una mujer se inscribieron el primer año. Con el tiempo, al mayor semillero de la tauromaquia colombiana llegaron decenas de otras regiones del país, incluso del Ecuador. En Cali tuvieron que despedirse de una niñez y adolescencia normales, adiós a las fiestas, las salidas con amigos e incluso algunos se la jugaron y suspendieron sus estudios, pues el toro requiere atención y disciplina casi que las 24 horas. Dicen que el toro descubre y no perdona infidelidades.
Tal sacrificio no siempre se tradujo en éxito, pues la mayoría de aspirantes se quedaron en el camino. En toda su historia, 24 alumnos de la escuela llegaron a tomar la alternativa: Diego González (de Cali), Edwin Salazar (Cali), El Gino (Cúcuta), Alejandro Gaviria (Bogotá), Rubio de San Diego (Cartagena), Paco Perlaza (Cali), Ramiro Cadena (Cali), Guerrita Chico (Cali), Gustavo Zúñiga (Cúcuta), Cristian Restrepo (Caicedonia), Luis Bolívar (Ciudad de Panamá), Andrés de los Ríos (Manizales), Héctor José (Sincelejo), Ricardo Rivera (Cali), José Arcila (Manizales), El Poeta (Ciudad de Guatemala), César Manotas (Cartagena), José Fernando Alzate (Bogotá), Santiago Naranjo (Manizales), Santiago Gómez (Manizales), Franco Salcedo (Cali), Luis Miguel Castrillón (Medellín), Guillermo Valencia (Popayán) y Juan Sebastián Hernández (Sogamoso). Todos estuvieron en las grandes ferias colombianas. Solo dos llegaron a hacer temporadas en las plazas de primera categoría del exterior, Ricardo Rivera en México entre 2007 y 2011, y Luis Bolívar en la élite del toreo en España y Francia desde 2005, cuando El Juli lo doctoró en la plaza de Valencia.
Cuando estos toreros se formaron, en el ruedo de Cañaveralejo se lidiaban 42 novillos en las tres novilladas sin picadores y en las tres con picadores, con tendidos casi al completo de público, y donde el triunfador se ganaba el cupo de torear en la novillada de la feria, frente a toda la prensa taurina del mundo, y donde una salida a hombros podría asegurar el porvenir. Tenían de maestros a glorias del toreo como Enrique Calvo ‘El Cali’, Vásquez II o los españoles Joaquín Bernadó y Gregorio Sánchez para perfeccionar la interpretación de las suertes del toreo.
Además, eran centenares los novillos y vacas con que se fogueaban en los cursos prácticos del resto de año, los viernes en la noche y los sábados en la tarde, también con puertas abiertas para el público. Entre 30 y 40 festejos se daban en Cañaveralejo, y los novilleros más aventajados podrían darse el lujo de terminar el año con una treintena de toros estoqueados. Preparación óptima para las ferias, donde están el dinero y los futuros contratos.
La pandemia
En 2021, tras dos años sin toros en Colombia por la pandemia de la covid-19, Cali solo anunció dos novilladas con picadores, y fuera de la semana de la feria, es decir 12 novillos. La primera, el pasado 11 de diciembre, fue bautizada como “novillada de oportunidad”. Seis novilleros, ante la única chance de un novillo, disputaban un cupo para la segunda novillada, la del 18 de diciembre. Los seis compartieron una difícil circunstancia: llegaron a Cañaveralejo vestidos de luces, pero desnudos como toreros. Ninguno había matado más de cinco toros desde que inició la pandemia. Por eso, el paseíllo que hicieron en una plaza casi vacía de público, era el desfile hacia una auténtica ruleta rusa.
Cristian Castañeda –Joselito Castañeda en los carteles– (Bogotá, 21 años) lo hizo vestido de nazareno y luto, y así salió de la plaza, como un nazareno. Había llegado con solo cuatro toros a cuestas, los de la gesta que protagonizó el 28 de agosto en Choachí, cuando se encerró en solitario con los siempre fieros y temibles Mondoñedo (la ganadería más antigua del país). Invirtió trece millones de pesos en el festejo, pasó angustias como empresario y miedo como torero, y aunque quedó con unos moretones, algo le quedó en el bolsillo y la foto de la salida a hombros, que le sirvió para dar un golpe de atención y abrir las puertas de Cañaveralejo. Era la única manera. Desde ese día, una sola vaca toreó antes de la cita de Cali.
‘Cuñado’, con 472 kilos de peso, fue el novillo de Paispamba que le tocó en suerte. Atravesó el ruedo y fue a recibirlo de rodillas a los toriles, todo un alarde de valor. Cuando el novillo asomó por la ‘puerta de los sustos’ casi se le paraliza el corazón. “Nunca antes había estado delante de un toro tan grande”, confesó después. Le dio dos largas cambiadas de rodillas, lances que en otras épocas habrían emocionado al público, pero esta vez, al levantar la mirada para encontrar la reacción de los tendidos, Cristian solo encontró cemento. Menos de 400 personas asistieron a la plaza.
Esa circunstancia condicionó la tarde que le había quitado el sueño por varios meses, la que creía que le cambiaría su futuro, pero que se convirtió en pesadilla. Cuando intentaba faena con la muleta, las malas intenciones de ‘Cuñado’, sumadas a su falta de oficio, lo dejaron al descubierto. El novillo no perdonó y lo levantó de forma violenta. El joven torero cayó estrepitosamente en la arena y allí el de Paispamba le dio una auténtica paliza. Lo llevaron a la enfermería, y maltrecho como si un tren le hubiera pasado por encima, quiso salir al ruedo pero el personal de las cuadrillas se lo impidió. “Por favor, déjenmelo matar”, suplicaba entre lágrimas y frustración. Lo volvieron a meter a la enfermería, se lo llevaron en ambulancia a hacerle estudios radiológicos, y a la medianoche, solo, en un pequeño apartamento que había alquilado para la ocasión, lloraba por haberse ido inédito y masticaba la decisión de retirarse para siempre de los ruedos.
Como Cristian, 62 novilleros figuran afiliados en los registros de la Unión de Toreros de Colombia –Undetoc–, el sindicato de toreros, pero ninguno vive de su profesión. Registro sobrevalorado porque, en la práctica, sólo siete estuvieron activos este año, es decir torearon alguna vez en público, en festivales que ellos mismos organizaron. Si antes ser torero era para salir de pobre, ahora hay que ser rico para empobrecerse siendo torero. Capotes, muletas, espadas, trajes de luces, cuadrillas, salud y seguridad social son gastos que ellos mismos tienen que asumir. Y ahora toros, porque si no compran animales, nadie les va a dar la oportunidad de torear y adquirir oficio. Un novillo entre 380 y 420 kilos les puede salir en $2.500.000. Vendiendo las carnes, recuperarán 1,5 millones de pesos.
“El problema es que yo no puedo vivir sin torear”, confiesa Cristian. Cursa cuarto semestre de derecho en la Universidad Sergio Arboleda, trabaja en la firma de abogados de Felipe Negret, quien hasta hace cinco años fuera el empresario de la plaza de toros de Santamaría de Bogotá. En la noche entrena solo, en el garaje de su casa, sin un maestro que corrija sus defectos. Un adagio taurino señala que “torero que trabaja no es torero”, pero Castañeda no tiene otra alternativa para poder comprar toros y los trastos de torear. La única profesión en que hay que invertir dinero para ejercerla.
Tras su frustrado debut en Cañaveralejo, Cristian estuvo varios días incapacitado, caminando apoyado en un bastón. La voltereta que le propinó ‘Cuñado’ le fisuró la pelvis, como indicó el parte médico. La rehabilitación puede extenderse varias semanas, pero en apenas dos, el próximo 9 de enero, tiene previsto cambiar la muleta de metal por la de tela, pues su nombre, Joselito Castañeda, está anunciado en Albán (Cundinamarca), en mano a mano con su amigo Joselito Gallo, novillero de Boavita (Boyacá), que debutará con picadores. Un comienzo desde cero en busca de la revancha en Cali. Si llega, tendrá 22 años. Un año más viejo para triunfar en el toreo.
El peso del paso del tiempo
Y es que las grandes figuras del toreo, salvo puntuales excepciones, han dado el paso de novilleros a matadores de toros sin tener edad para sacar el carnet de conducir. Desde los días de Joselito El Gallo, Dominguín, Paquirri, hasta los más recientes de Enrique Ponce, Jesulín de Ubrique, El Juli, o Roca Rey. Todos han sido niños prodigio. Para un aspirante a figura del toreo, cada año supone una opción menos para conquistar los sueños de gloria.
A Juan Carlos Salazar (Cúcuta, 34 años), Juan Viriato en los carteles, parece que el tren del toreo lo ha dejado, aunque se resiste. Hace cinco años, tras haber toreado en Las Ventas de Madrid, debía doctorarse en tauromaquia, de manos de Sebastián Castella y Roca Rey en la plaza de Manizales. Ese 5 de enero de 2017, que tenía señalado como el día más importante de su vida, se la cambió por completo. El toro de la ceremonia, de la ganadería Ernesto Gutiérrez, lo cogió en los primeros lances con el capote, en la caída se fracturó dos vértebras, no se pudo levantar y quedó sin alternativa. Al año siguiente, ninguna empresa se apiadó de su infortunio y nadie le ofreció una nueva corrida. El sueño de ser matador, que estuvo a segundos de realizarlo, se le escurrió, también en segundos, como agua entre los dedos.
Viriato era el más “experimentado” de la primera novillada de Cali. Como vive en España, es habitual en los tentaderos de la ganadería española de César Rincón y allí se prepara. Tal vez era su última oportunidad, el último tren, pero el novillo de Paispamba que le correspondió no trajo el boleto del triunfo.
Santiago Fresneda (Bogotá, 33 años) es el nombre de pila de Gitanillo de América II, hijo del torero más famoso en todos los pueblos de Colombia, Gitanillo de América, quien ostenta el récord de mayor número de corridas en el país, 1.300. El novillero bogotano ya sabía lo que era torear en Cali, y en plazas de la categoría de Bogotá y Manizales. Fue el representante de Colombia en el Centro de Alto Rendimiento Taurino (CART), para el que se escogieron aspirantes de todo el mundo, y que se desarrolló este año en México, con la dirección del matador Juan José Padilla. Pero a su nueva cita en Cañaveralejo llegó con solo dos novillos, uno en Puente Piedra en agosto y otro en Villapinzón en octubre. Nula preparación para conseguir el triunfo. Como era apenas razonable, la puerta grande no se abrió.
Aunque en Medellín no se dan corridas de toros desde 2018, en tierras antioqueñas pastan varias ganaderías (no afiliadas a Astolco) con una intensa actividad de tentaderos de vacas y novillos. Allí es donde se mantiene vigente Luis Miguel Ramírez (Medellín, 25 años), hijo de banderillero y hermano de novillero. Su preparación, superior –en teoría– a la de varios de sus compañeros de cartel, tampoco fue suficiente.
Valor desnudo
Sin antecedentes taurinos en la familia, Maikel Ramírez (Manizales, 23 años) se aficionó a los toros por ser vecino de Brayan Mauricio Salas, un novillero que entrenaba en un callejón al lado de su casa. Se hicieron amigos y empezó a coger los trastos. La primera corrida que vio fue la triunfal despedida de César Rincón en Manizales, en la feria de 2008. “Me impactó cómo la gente se había emocionado tanto y le gritaban ‘Torero, torero, torero’ al maestro”, recordó. “En ese momento dije que mi vida la iba a dedicar a ser torero”.
En Cali, Maikel hizo el paseíllo con un traje canario y plata, más propio de banderillero que de matador, y con solo dos novillos lidiados en el año. Con ese antecedente, no tenía otro camino que dejarlo todo al azar o aferrarse a sus condiciones innatas. Optó por lo segundo. Más por inocencia que por experticia, se quedó quieto y se pasó los pitones del novillo a milímetros de su cuerpo unas cuantas de veces. Eso se llama valor, lo mínimo que debe tener un torero, pero desnudo de oficio, que solo se adquiere toreando, como el escritor escribiendo, el pintor pintando, el actor actuando… La próxima oportunidad que tiene a la vista, en el papel, sería en octubre del 2022, en la novillada que da Manizales fuera de la feria. Mientras tanto, entrenar por la mañana y trabajar por la tarde, porque sin dinero nadie vive. Menos un torero.
Ánderson Sánchez (Lenguazaque, 22 años), oriundo de uno de los municipios con mayor tradición taurina de Cundinamarca, heredó la afición de su abuelo, que siempre lo llevaba a toros por la provincia de Ubaté. Hasta el pasado mes de septiembre, trabajaba en una mina de carbón en su pueblo, como conductor de camioneta, pero renunció apenas lo contrataron para la novillada de Cali. Debía dedicar tiempo completo a su preparación. Llegó a Cañaveralejo acompañado por más de 50 de sus paisanos, incluido el alcalde y algunos concejales, pero con solo cinco novillos, tres a puerta cerrada (que tuvo que comprar) y dos en público, en la novillada de Villapinzón en octubre.
Le tocó en suerte a ‘Bonito’, que tuvo tanta “calidad” (como dicen los profesionales) en sus embestidas, que seguía la muleta con franqueza sin poner en aprietos a su hipotético matador. Porque Sánchez, tras aprovechar diez minutos para pegar todos los pases que seguramente no había pegado en el año, lo indultó. Dos orejas simbólicas, salió en hombros y se ganó el cupo para la segunda novillada.
Allí las cosas fueron a otro tenor ante una seria novillada de Salento. Aunque solo cortó una oreja y salió con la cara en alto, lo hizo a pie y no en hombros como sí lo hicieron sus dos alternantes, el español Manuel Perera y el mexicano Alejandro Adame, que este año sumaron 39 y 7 novilladas, respectivamente, o lo que es igual, 78 y 14 novillos de experiencia. Lo mínimo para hacer el paseíllo en una feria de la categoría de Cali. Ánderson tendrá que rebuscarse embestidas estos días, o cómo más va a llegar preparado para la cita del 3 de enero, primera tarde de la feria de Manizales.
Tres avisos
El pasado once de diciembre, con la alternativa de Manolo Castañeda en Puente Piedra (Cundinamarca), Colombia llegó a la cifra de 175 matadores de toros en su historia, pero es incierto si ese número vaya a incrementarse. El país que más toreros ha dado en Suramérica, ahora parece tierra árida para germinarlos. Y esa profesión, que antes era fórmula para salir de la pobreza, ahora parece un hobby de ricos, por el dinero que se debe invertir para soñar con llegar a la alternativa.
De hecho, la feria taurina de Cali 2021 comenzará este sábado 25 de diciembre con un festejo exótico e inusual en una fecha en la que tradicionalmente los novilleros se jugaban su prestigio. Un espectáculo de recortadores y dos novillos de Santa Bárbara para Felipe Miguel Negret (Bogotá) y Simón Hoyos (Manizales), dos jóvenes enloquecidos por el toreo, pero que si no les resulta la aventura seguramente triunfarán en otras disciplinas. Negret, de 22 años, ya superó el quinto semestre de derecho en la Javeriana, y tiene todo para ser un destacado abogado como su padre. Ha toreado mucho en el campo, principalmente en la ganadería de Juan Bernardo Caicedo. El pasado 7 de agosto sustituyó al matador mexicano Carlos Rondero en el festival de Puente Piedra (Cundinamarca), y cortó dos orejas a un novillo de esa ganadería.
Tras conocer las incidencias del debut de Cristian Castañeda en Cali, Gonzalo Sanz de Santamaría, el ganadero de Mondoñedo, donde van a tentar -no a repasar- los novilleros de Bogotá, le habló por teléfono y le dijo cuatro palabras: “no pierda la ilusión”. Hoy, ante las escasas oportunidades, es fácil que Cristian y los pocos que quedan la pierdan, y renuncien a seguir los pasos que alguna vez trazó César Rincón, el espejo de todos.
En Colombia, entre 1991 y 2008 (año en que se retiró César Rincón) se daban más de 300 corridas y hasta 100 novilladas al año por todas las regiones. En las 62 plazas fijas y en las portátiles que andaban de gira continua y se levantaban y desarmaban cada fin de semana en un lugar distinto. Boyacá, Santander, Cundinamarca y Tolima, en ese orden, fueron los departamentos donde más se daban espectáculos taurinos. También en las ferias y fiestas de municipios del Huila, Caquetá, Casanare, Cauca, Valle del Cauca, Norte de Santander. Los toros fueron el único espectáculo que llegaba hasta los más desconocidos rincones de Colombia, pues hasta en Confines, un pueblo de Santander, o en Busbanzá (Boyacá), el pueblo más pequeño del país con 900 habitantes, hubo corridas de toros. El fútbol y el cine eran –o siguen siendo– privilegio de las grandes ciudades.
En 2021, solo se dieron dos corridas de toros en Puente Piedra (Cundinamarca), dos en Villapinzón (Cundinamarca), una en Manizales (Caldas), una en Une (Cundinamarca) y una en Choachí (Cundinamarca). Seis novilladas, las dos de Cali (Valle del Cauca), dos en Manizales, una en Villapinzón y una en Choachí. Y diez festivales, cuatro en Puente Piedra, dos en La Dolores (Cali), dos en Arenas Venecia (Mosquera, Cundinamarca), uno en Rionegro (Antioquia), uno en Bojacá (Cundinamarca), y uno en Zipacón (Cundinamarca). Veinticuatro festejos en total. Y no solo la pandemia redujo la estadística. Venía descendiendo estrepitosamente desde la sentencia C-666 de 2010 de la Corte Constitucional, que aunque dio legalidad a los toros y los blindó de demandas, prohibió subvenciones y recursos públicos para financiarlo.
Está sentenciado: el día que no haya novilleros el espectáculo taurino dejará de existir. En Colombia, el tercer país en el mundo con más toreros en la historia, cada vez está más próximo el sonido de los tres avisos. Los toreros saben qué significa.