LIBROS

La delgada línea entre la persona corriente y el criminal

Ferdinand von Schirach, el celebrado autor de ‘Crímenes’ y ‘Culpa’, aupado por su éxito literario, decidió incursionar en la ficción con una novela. Una propuesta formalmente más ambiciosa, con juegos entre realidad, verdad y ficción

Luis Fernando Afanador
1 de julio de 2017

Tabú

Ferdinand von Schirach
Salamandra, 2016
189 páginas

Ferdinand von Schirach es un abogado penalista alemán que incursionó en la literatura con Crímenes y Culpa, dos libros extraordinarios en los cuales sintetizaba con maestría sus mejores casos. Un gran debut, gracias a su estilo sobrio y eficaz, que incluía una interesante teoría: “Nos pasamos la vida danzando sobre una fina capa de hielo; debajo hace frío, y nos espera una muerte rápida. El hielo no soporta el peso de algunas personas, que se hunden. Ese es el momento que me interesa. Si tenemos suerte, no ocurre nada y seguimos danzando. Si tenemos suerte”. Existe apenas una delgada línea entre la persona corriente y el criminal y cruzarla es una cuestión de azar. Pero hay más. En el proceso judicial, Von Schirach encontró una estructura narrativa: el fiscal cuenta una narración sobre la cual el abogado defensor debe encontrar fisuras, inconsistencias, para oponerle otra narración, acaso más verdadera y más conmovedora, por los detalles personales: la del criminal.

Le sugerimos: ¿Qué se está preguntando María Isabel?

Aupado por su éxito literario –o quizás la presión de su editorial, no sé–, el penalista decidió incursionar en la ficción con una novela, El caso Collini, con temas que le eran cercanos, la culpa y el nazismo: su abuelo, un aristócrata, fue colaborador cercano de Adolf Hitler. Una buena novela, sin duda, aunque menos deslumbrante que las narraciones cortas de sus casos penales. Ahora, con Tabú, ha regresado al difícil arte de escribir novelas.

De entrada, una propuesta formalmente más ambiciosa, con juegos entre realidad, verdad y ficción. Dividido en dos grandes capítulos (‘Rojo y verde’ y ‘Azul y blanco’), cuenta dos historias complementarias. En la primera, se ocupa de la vida de Sebastian von Eschburg, el hijo de una aristocrática familia austriaca venida a menos. Su padre es afectuoso, inútil, aficionado a la caza, alcohólico, y su madre lo ignora porque su única pasión son los caballos. Sebastian deberá sobrevivir al karma familiar y a la escena del macabro suicidio de su padre (antes había tenido que presenciar cómo desollaba a un ciervo). Lo envían a un internado donde empezará a tener alteraciones en su percepción de la realidad, relacionadas con los colores. Al salir de allí, corta relaciones con su madre y empieza a trabajar con un fotógrafo: “Pero Eschburg no quería ser artista. Pretendía crear otro mundo con la fotografía, difuso, pretérito, cálido”. Un día, por azar, hace una foto al natural de una actriz famosa, quien la cuelga en su página web y lo convierte en celebridad. Después, se dedica a hacer instalaciones, con el tema obsesivo del sexo y la muerte. Ni siquiera su mujer, la equilibrada Sofía, parece capaz de contener sus delirios: “La verdad es fea, huele a sangre y excrementos. Es el cuerpo abierto, la cabeza de mi padre, que voló de un disparo”.

Puede leer: “Para mí solo había dos clases de personas: las que odiaba y las que odiaba más”

En la segunda parte, que parece otra novela, Sebastian von Eschburg aparece implicado en la violación y el asesinato de una joven desaparecida. El foco y el tono han cambiado. Ya no es la biografía de un artista atormentado por su pasado, sino un relato policial en el que se busca resolver el misterio de un crimen. Los protagonistas –y los antagonistas– ahora son Monika Landau, una fiscal, y Konrad Biegler, un abogado penalista, defensor de Eschburg, quien se hace entrañable al lector por sus reflexiones y sus aforismos judiciales: “Hay algo que no soporto: que los clientes confiesen algo que no han hecho”. Como la supuesta confesión de Eschburg ha sido obtenida mediante tortura, habrá brillantes páginas sobre el asunto. No obstante el interés, que nunca decae por-
que Ferdinand von Schirach es un magnífico escritor, llega un momento en que con tantas digresiones nos preguntamos: ¿para dónde va esta narración? El novelista parece haber perdido el control. Sin embargo, al final los hilos sueltos se recogen y llegamos a feliz puerto, con cierta turbulencia innecesaria, hay que decirlo. Pero vale la pena. El dibujo final sorprende e inquieta: una contribución nada deleznable al tema arte y crimen. La verdad es siempre una construcción, y, a veces, el relato de una mente perturbada.