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ENTREVISTA

El centro de Bogotá, el mejor cómplice de Juan Gabriel Vásquez

Desde Suiza, donde como profesor invitado en la Universidad de Berna dicta la cátedra Dürrenmatt, el escritor Juan Gabriel Vázquez nos contó sobre el centro de su infancia y el que ha inspirado sus novelas.

1 de junio de 2017

Por: Francisco J. Escobar S.

SEMANA: El centro de Bogotá tiene gran relevancia en su obra. ¿Cuáles son los primeros recuerdos que tiene de este?
Juan Gabriel Vásquez: Yo comencé a conocer el centro a través de mi papá, que es abogado y llegó a tener una oficina ahí. Con él fui descubriendo varios de los lugares que él consideraba importantes porque, supongo yo, habían tenido un papel relevante en la historia del país. Fue él quien me llevó a ver la placa del lugar donde habían matado a Rafael Uribe Uribe. Yo tendría unos 8 años y a esa edad ya me habían contado de los carpinteros Galarza y Carvajal, que mataron al general a golpes de hachuela. Mi padre fue el primero que me habló de Jorge Eliécer Gaitán y me mostró el lugar donde lo asesinaron.

SEMANA: Creció entonces con una imagen bastante trágica del centro de la capital...
J.G.V: Me enteré de muchas cosas; también teníamos largas caminatas por el Palacio de San Carlos, la Universidad del Rosario, donde estudiaron mis padres y luego lo haría yo, pero guardo recuerdos más amables, como estar en el Teatro Colón para ver a Marcel Marceau o a Les Luthiers. Mi infancia en el centro fue intensa.

SEMANA: Su interés por Gaitán y el Bogotazo son casi que una herencia familiar, ¿no?
J.G.V: Gaitán es un personaje que cruza la historia de toda mi familia. La imagen que tengo del 9 de abril se divide en dos. Por un lado la construí con los relatos que me contaron sobre mi tío abuelo, José María Villarreal, quien era el gobernador de Boyacá en ese momento y tuvo una relación directa con lo que pasó en los días posteriores al asesinato de Gaitán, porque él envió tropas a Bogotá para controlar la situación de orden público. Crecí con esas historias, las que solo pude contrastar cuando me puse a investigar para escribir sobre el tema, y ahí terminé de reconstruir la parte que me faltaba.

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SEMANA: Para mal o para bien, el 9 de abril cambió la historia del centro de Bogotá.
J.G.V: Al revisar las fotos menos conocidas sobre esa época, y al ver los videos, que también los hay, nunca he podido evitar la sensación de que perdimos una ciudad fantástica, donde cada dos puertas había un café con gente que estaba allí hablando, discutiendo, peleándose; era una Bogotá con una rica vida de tertulias y conversaciones políticas, literarias y alcohólicas, una Bogotá que, sin haberla conocido, echo de menos. Creo que me gustaría mucho más esa ciudad que la que tenemos ahora.

SEMANA: Bueno, pero usted sí que vivió ese centro de cafés y tertulia, porque cuando estudió Derecho en la Universidad del Rosario estaba más en ellos que en las aulas...
J.G.V: Tenía 17 años cuando entré a estudiar Derecho y fue la primera vez que, en ese centro, yo sentí que podía ser el dueño de mi ciudad. Yo había crecido media hora hacia el norte y nunca había tenido esa relación de propietario. Ahora la ciudad era mía. Pronto me di cuenta de que el Derecho no era mi verdadero interés, y sí lo era la literatura, lo único que quería hacer era escribir libros y aprender a leerlos. Escapaba de las clases y ya tenía un itinerario establecido, iba al lugar donde mataron a Gaitán, a donde asesinaron a Uribe Uribe, a la calle donde casi matan a Bolívar y al lugar donde José Asunción Silva se quitó la vida. La Casa de Poesía Silva se convirtió en uno de mis escondites favoritos.

SEMANA: ¿De qué se escondía?
J.G.V: De las clases de derecho administrativo y bienes, por ejemplo. En la Casa de Poesía pasé muchísimo tiempo sentado en los sofás del salón de la HJCK oyendo a través de los audífonos a León de Greiff, a Pablo Neruda, a García Márquez y Mutis. Ese espacio fue parte de mi educación sentimental.

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SEMANA: ¿Qué más hacía en sus escapadas por el centro?
J.G.V: Comencé a entender a mi ciudad y de alguna manera rara empecé a intuir cuáles eran mis obsesiones literarias. Ese centro se convirtió en el lugar donde yo rechazaba el derecho, que se había convertido en mi enemigo. El centro fue mi mejor cómplice, y sus cafés, los billares, las librerías, fueron mis mejores armas para defenderme de la facultad.

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SEMANA: ¿En qué lugares se refugiaba?
J.G.V: El billar que más frecuentaba era El Aventino, en la carrera quinta entre la Avenida Jiménez y la calle 14. La elección de los cafés dependía de qué quería hacer o de con quién quería estar. Si tenía un libro que quería leer tranquilo iba al Pasaje, que era el que más frecuentaba; si quería estar solo iba al Café Rosita. Había otro por el Chorro de Quevedo, Café Color Café. También visitaba el San Moritz, que es el único que forma parte de la Bogotá anterior al 9 de abril. Los cafés también eran lugares de encuentro, de estar con los amigos y tomarnos unas cervezas.

SEMANA: Si fuera el alcalde, o el emperador del centro, si tuviera el poder de cambiarlo, ¿qué haría?
J.G.V: Teniendo siempre en cuenta de que hablo de un mundo ideal y que no soy responsable de las consecuencias de lo que digo, a mí me gustaría devolverles la ciudad a los que caminan. A veces pareciera que el centro de Bogotá está construido en contra de los transeúntes, porque esta es una de las pocas zonas de la ciudad que giran en torno a los peatones. Pero lo que hacen los carros en La Candelaria es profundamente antipático. Yo quisiera un centro donde fuera posible poner sillas en los andenes y la gente se pudiera tomar un café o una cerveza, donde el que camina fuera el rey, porque el experimento de peatonalizar la Séptima lejos estuvo de ser perfecto y satisfactorio. Quisiera un centro donde el que camina sea el que manda. Pero, insisto, esto es en mi mundo ideal.