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Ocho variaciones sobre Seiji Ozawa, el gran director sinfónico japonés

Fue el primer director asiático en lograr el milagro de instalarse entre los grandes de la dirección sinfónica.

Emilio Sanmiguel
17 de febrero de 2024
Si hoy en día en los atriles de las primeras orquestas del mundo hay músicos asiáticos, se debe Ozawa.
Si hoy en día en los atriles de las primeras orquestas del mundo hay músicos asiáticos, se debe Ozawa. | Foto: afp

La muerte de Seiji Ozawa a los 88 años, el pasado 6 de febrero, le dio la vuelta al mundo y fue registrada en todos los medios y las grandes organizaciones musicales, empezando por las orquestas filarmónicas de Berlín, Viena, Nueva York y, desde luego, su orquesta, la Sinfónica de Boston, que se manifestaron ante la desaparición del músico japonés, uno de los más mediáticos de la segunda mitad del siglo XX.

Gran director, sin duda. Pero, como todas las estrellas de su oficio, no exento de polémicas.

Variación I. Sincretismo

El suyo fue un caso excepcional de sincretismo; empezando por sus orígenes. Nacido en Manchuria, China, durante la ocupación japonesa, cuando sus padres regresaron al Japón comenzó su formación con el propósito de convertirse en pianista; pero cuando se fracturó los dedos jugando rugby tomó partido por la dirección de orquesta. De padre budista y madre cristina, aseguraba no pertenecer a ninguna religión. Pese a su nacionalidad, su formación era fundamentalmente occidental.

Seiji Ozawa en los inicios de su carrera.
Seiji Ozawa en los inicios de su carrera. | Foto: archivo semana

Variación II. Los maestros

Entre varios maestros, tres fueron esenciales y reconocía cuánto debía a cada uno. De la mano del primero, Hideo Saito, aprendió la disciplina y la necesidad de analizar en profundidad las partituras, rutina que mantuvo a lo largo de toda su vida desde la madrugada hasta la mitad de la mañana, también su admiración por el repertorio alemán, especialmente Mozart, Haydn, Beethoven y Brahms.

El segundo fue el norteamericano Leonard Bernstein, de quien, en el sentido estricto de la palabra, no fue su discípulo, pero los años a su lado, como director asistente de la Filarmónica de Nueva York, fueron primordiales para entender la importancia de transmitir la pasión por la música; además lo inició en Mahler, que con los años se convirtió en una de sus especialidades.

El tercero fue Herbert von Karajan, su profesor de dirección en Berlín, protector y promotor para afianzar su prestigio en Europa, decían los miembros de la Filarmónica de Berlín que era un clon del legendario káiser de la música en Europa.

Con Leonard Bernstein.
Con Leonard Bernstein. | Foto: archivo semana

Variación III. Su generación

Los grandes directores de la posguerra fueron el húngaro Georg Solti, el norteamericano Bernstein y el alemán Von Karajan, que dominaron por décadas el panorama internacional. La generación siguiente, a la que perteneció Ozawa, no fue menos estelar, con nombres de la talla de Claudio Abbado, Riccardo Muti, André Previn, Daniel Barenboim, Zubin Mehta, Colin Davis, Bernard Haitink, Kurt Masur y Carlos Kleiber, a quien admiraba sin reservas y consideraba un genio.

Variación IV. ¿Quién manda?

Testigo de excepción cuando Bernstein, en 1962, aceptó dirigir el Concierto n.º 1 de Brahms en Carnegie Hall de Nueva York bajo las reglas del pianista canadiense Glenn Gould y no según su criterio, Ozawa creía que no siempre el director las tenía todas de su parte y en muchas oportunidades, dependiendo de las circunstancias y jerarquía del solista, se doblegaba, como lo hizo acompañando al pianista Krystian Zimerman. Sin embargo, igual evocaba la manera armoniosa como se desarrollaba su trabajo con su compatriota Mitsuko Uchida o con la gran Martha Argerich.

En los años iniciales de su carrera podía aceptar doblegarse; sin embargo, con el paso de los años, cuando su carrera estaba consolidada, las cosas fueron de otro talante.

Su grabación de Carmen, de Bizet, no fue bien acogida, al contrario de La dama de picas, de Tchaikovsky, que fue muy elogiada.
Su grabación de Carmen, de Bizet, no fue bien acogida, al contrario de La dama de picas, de Tchaikovsky, que fue muy elogiada. | Foto: archivo semana

Variación V. Los años de Boston

Convertido en un director de prestigio, tras haberse probado como titular de las sinfónicas de Toronto y San Francisco, y haber impuesto en el protocolario mundo de la música clásica su personal estilo, de dirección y de vestir, fue nombrado titular de la Sinfónica de Boston en 1973, cargo que ostentó por 29 años. De su mano, la bostoniana se instaló entre las mejores de los Estados Unidos.

Sin embargo, no fueron años fáciles. Sus detractores pensaban que dejó pasar la oportunidad de situarla entre las tres mejores; asunto que atribuían a sus presentaciones en el exterior y a que nunca se hubiera instalado completamente allí: su casa, la de su familia, estaba en Japón. A su favor, haber convertido la orquesta en un instrumento de increíble versatilidad, con un repertorio asombrosamente amplio y enorme solvencia en la música francesa y contemporánea.

Variación VI. Un mánager

Hacer carrera sin el respaldo de un mánager es casi imposible. Von Karajan se encargó para que de eso se ocupara Ronald Wilford, director de la Columbia Artists Management Inc., que en su momento dirigía casi 800 artistas; más fácil decir quienes no estaban bajo la protección del poderoso Wilford, que con celosa discreción organizaba la vida musical desde Nueva York hasta Tokio y fabricaba verdaderas fortunas para sus protegidos, de cuyos honorarios obtenía el 20 por ciento.

La Columbia le permitió superar a Ozawa los años de premuras económicas, cuando era un director de cierto prestigio, pero habitaba en Nueva York un apartamento tan inhóspito que prefería con su esposa pasar la noche en salas de cine rotativo que en su propia vivienda.

Variación VII. De cal y arena con la ópera

Ozawa incursionó tardíamente en la ópera. Aunque de Von Karajan había aprendido que un director no era realmente respetable si su carrera no tenía un pie en lo sinfónico y otro en la ópera, mundos diametralmente opuestos, pero complementarios. En sus años de estudiante en Tokio participó en una representación de la breve ópera El niño y los sortilegios, de Maurice Ravel, y nada más. Von Karajan se encargó de su debut operístico en el Festival de Salzburgo con Così fan tutte, de Mozart, que fue bien recibida.

Muchos admiraron su meticulosidad musical y todos convinieron en exaltar el fascinante colorido que obtenía de las orquestas. | Foto: archivo semana

Con la ópera las tuvo de cal y arena. La abucheada que le propinó La Scala de Milán en Tosca, de Puccini, fue humillante, como estruendosa la ovación en París en el estreno de San Francisco de Asís, de Olivier Messiaen.

Logró respetabilidad con óperas inusuales, como Evgeny Onegin y La dama de picas, de Tchaikovsky, y Tannhäuser, de Wagner. Sin embargo, no logró consolidarse, pese a varios intentos en la ópera italiana.

Pese a ello, su último gran trabajo fue como director de la Staatsoper de Viena.

Variación VIII. Y coda

Al final de su vida, cuando se recuperaba del tratamiento para el cáncer que padeció, se permitió compartir su pensamiento en las 329 páginas de Música, solo música, en conversaciones con su compatriota Haruki Murakami; una publicación que rápidamente se convirtió en best seller.

Muchos admiraron su meticulosidad musical y todos convinieron en exaltar el fascinante colorido que obtenía de las orquestas. Otros censuraban una especie de frialdad en sus interpretaciones.

Lo que sí resulta incontrovertible es que abrió las puertas para un fructífero intercambio musical entre Oriente y Occidente. Solo por eso merece un lugar en la historia.

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