CINE
Pájaros de verano
La nueva película de Ciro Guerra, codirigida con Cristina Gallego, explora el mundo de los wayuu y su encuentro con el narcocapitalismo en los años setenta y ochenta. ***
País: Colombia
Director: Ciro Guerra y Cristina Gallego
Guion: María Camila Arias y Jacques Toulemonde
Actores: José Acosta, Natalia Reyes, Carmiña Martínez
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Duración: 125 minutos
Uno de los escenarios más resonantes de este filme es una casa compuesta por volúmenes geométricos regulares, muy cuadrada y blanca, con un jardín de piedras, que resalta en medio de las planicies áridas de La Guajira. Tiene el aire arrogante del esfuerzo humano que insiste, terco y ciego, con sus sueños de dominio.
Su simetría y el contraste con la arena que la rodea transmite la idea de lo distantes que están sus habitantes de su entorno físico, del mundo en el que crecieron; es una distancia que se siente como una pérdida irremediable y absoluta.
Aunque queda claro el costo para la cultura wayuu del choque con el espíritu narcocapitalista, el efecto que tiene en la interioridad de los personajes y la forma en que los transforma termina siendo una incógnita.
Hay varios elementos de El abrazo de la serpiente que se pueden ver en esta nueva película de Ciro Guerra (codirigida con Cristina Gallego, su productora y esposa): culturas indígenas que tambalean al encontrarse con Occidente, hombres aventureros e inquietos, el tono épico de la narración, el uso intensivo de lenguas indígenas y la especial sensibilidad hacia paisajes inhóspitos que, además de hermosos, condicionan profundamente la manera en que los humanos viven allí.
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Estructurado en capítulos, con un narrador ciego que canta lo sucedido, Pájaros de verano ofrece un resumen del ascenso y caída de un contrabandista en el contexto de la bonanza marimbera de los años setenta y ochenta (en una entrevista Gallego decía que su idea era hacer El padrino en La Guajira, aunque el arco de la pobreza a la opulencia recuerda no la etapa institucional de los mafiosos de las películas de Coppola, sino un momento más temprano, el de Scarface o los gánsteres de los años treinta, con su hambre, ansiedad y desesperación).
Todo esto se encarna en Rapayet Abuchaibe (José Acosta), el protagonista que entra a ser parte del mundo criminal cuando busca dinero para conseguir las cabras, vacas y collares que le piden como dote para casarse con Zaida (Natalia Reyes).
El asunto central es la pérdida de la identidad local, que al comienzo se define con tres frases concatenadas (“si hay familia, hay honor. Si hay honor, hay palabra. Si hay palabra, hay paz”) y que ofrecen una lógica que se desvanece ante la avalancha del dinero del narco (es decir, el capitalismo en su versión más salvaje y despiadada) y el contacto con los extraños.
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En ese sentido, se repite la idea romántica de los indígenas de El abrazo de la serpiente como pueblos íntegros y puros que sufren no por sus contradicciones internas, sino por los fatídicos encuentros con extraños que los tientan y hacen perder el camino.
Aunque hay una mujer fuerte, Úrsula Pushaina (Carmiña Martínez), la película privilegia la esfera masculina de tipos silenciosos con rostros interesantes que hacen sus negocios mientras ofrecen imágenes pintorescas de armas y pintas mafiosas (mucha camisa de seda colorida, mucha gafa oscura, mucha pistola que combina con lo anterior).
La esfera íntima resulta mucho menos desarrollada y aunque queda claro el costo para la cultura wayuu del choque con el espíritu narcocapitalista, el efecto que tiene en la interioridad de los personajes y la forma en que los transforma termina siendo una incógnita.
Secretos ocultos
*1/2
Historia de suspenso familiar con una historia enredada e inverosímil.
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*
Romance adolescente con paisajes lindos, gente bien parecida pero inexpresiva y enfermedades incurables.
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