"PARA MI, ESCRIBIR ES BASTANTE MOLESTO"

6 de julio de 1987

AUGUSTO MONTERROSO
A los 65 años, Augusto Monterroso es lo que se llama un tipo feliz.
Feliz porque, fundamentalmente, no se cree el cuento de ser importante ni de ser genio, no obstante el reconocimiento que se hace siempre a su infinito poder narrativo. Para muchos este guatemalteco, que vive exiliado en México desde 1944, es el maestro de lo breve. Muchas de sus narraciones apenas superan dos párrafos y son célebres sus cuentos que caben en una sola línea.
Recientemente en Colombia apareció un volumen con la antología de sus cuentos, de la que García Mirquez dice que "este libro hay que leerlo manos arriba. Su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la faita de seriedad".

Recientemente, La Jornada de México hizo una entrevista con este cuentista que estuvo casado con la colombiana Milena Esguerra con la que tuvo una hija y que tiene el enorme don de la rectificación: "Le diqo a usted lo que ahorita pienso y siento, mas tarde o mañana no sé si le diria lo mismo". SEMANA publica este reportaje y, ademas, un analisis de su ultimo libro publicado en Colombia.
PREGUNTA: ¿Desde muy joven usted tuvo la inquietud de escribir, sabía que su vocación era ser escritor?
AUGUSTO MONTERROSO: No, yo sólo tenía la inquietud de leer, de la música y del arte en general. Pero no supe de mi vocación hasta muy tarde. Bueno, muy tarde quiero decir a los 17 ó 18 años.

P.: ¿Cuál fue su método para estudiar, cómo le hacía, qué leía?
A.M.: Yo no pude terminar la primaria. Y para leer no tenía ningún método. Leía lo que caía en mis manos, indiscriminadamente. No sé si así le hace la mayoría de la gente. En mi casa había muchos libros, mucho arte, mucha inquietud artística en general. Pero hasta los 17 años me di cuenta de que lo que más me gustaba era la literatura. A todo esto yo ya estaba trabajando. Tuve que trabajar desde muy joven para subsistir.

P.: ¿Es importante para un escritor tener instrucción? A.M.: No creo. Bueno, creo las dos cosas. Depende del momento, del día en que me lo pregunte. Si estoy muy optimista digo que no; si estoy pesimista, digo que sí, que uno debe tener una carrera formal y entre más se estudie mejor. Otras veces siento que el escritor lo único que tiene que hacer es leer mucho y, si es posible, vivir mucho. Juntar estas dos cosas. Una tercera posibilidad es tratar de escribir y de reflejar parte de la vida en la literatura lo mejor que se pueda.

P.: ¿De qué depende o en qué consiste ser un buen o un mal escritor?
A.M.: Un buen escritor seria aquel que lograra juntar precisamente estas tres cosas. Aunque no necesariamente. Hay escritores que solo han vivido de los libros, solo han sido lectores asiduos de libros. Entonces reflejan lo que vivieron en la literatura. No quisiera mencionar nombres. Por otra parte hay los que viven más y que han tenido poco contacto con los libros o la literatura. En fin, depende de escribir bien.

P.: ¿Qué es escribir bien?
A.M.: En el presente nunca se sabe quién es buen escritor o quién es malo. Es una ilusión que mucha gente tiene cuando juzga la literatura desde su tiempo. Es el tiempo futuro el que dirá si determinado escritor era bueno o malo. En el momento presente hay mucha dificultad, porque la circunstancia que se está viviendo hace que determinado género de literatura coincida con el gusto del público o con una determinada circunstancia política. El buen escritor sería aquel que conjunte el oficio con un buen conocimiento del ser humano y de las relaciones entre los seres. Entre más permanente o profundo sea este tipo de observación, mayor será su habilidad para transmitirlo. Esto es lo que podría ir conformando la idea de un buen escritor: fuera de las modas, fuera de las circunstancias sociales o políticas y del gusto que existe en ese momento.

P.: Dentro de este marco, ¿qué finalidad tendría la literatura?
A.M.: Tiene una finalidad muy engañosa. Todo esto es engañoso, todo es una ilusión. La literatura puede tener muchas finalidades, conscientes o inconscientes. Puede ser que un escritor quiera expresarse artísticamente o que tenga finalidades políticas o ganar dinero o desahogarse o vengarse.
Es decir, las finalidades de cada escritor son múltiples. Pero la finalidad de la literatura en general no creo que sea más que la de comunicar una expresión estética o de emociones. Esta expresión se refiere tanto al que la hace como al grupo o la sociedad al que pertenece. El escritor, en este sentido, podría ser inconscientemente el vocero de la sociedad en que vive. Inconscientemente expresa las preocupaciones de esa sociedad, al mismo tiempo que expresa las suyas. El escritor también puede ser un vocero consciente, y entonces se puede convertir en un filósofo.

P.: ¿Por qué, con excepción de la novela "Lo demás es silencio", su obra se compone de escritos breves?
A.M.: No puedo hacer otra cosa.
Incluso esa novela está hecha de historias breves que podrían ser textos sueltos, pero que están de tal manera armados que pueden pasar como una novela. Claro que es una novela, pero sus componentes son momentos breves, no es una cosa lineal, continua, de una forma convencional. Nunca me he propuesto escribir cosas que no sean breves. Es lo que más me viene.
He adquirido una virtud o un defecto que se llama condensación. En cualquier caso yo no preconizo de ninguna manera los textos breves. Hay que escribir lo mejor que uno pueda. Ni breve ni largo, cada quien con el hilito de araña que le va saliendo.

P.: ¿Nunca ha escrito poesía?
A.M.: En un momento dado de mi vida, ya más bien con cierta madurez, me dio por escribir poesia pero solo publiqué dos o tres cosas. Me di cuenta de que sufría horriblemente mas que con la prosa. Si hubiera seguido escribiendo poesía, dejo de escribir.

P.: ¿Qué lo motiva a escribir?
A.M.: Me motiva a escribir no sé qué. No sé. Sé que lo hago porque esa fue mi vocación y de pronto está tan dentro de mi que ya no podría regresar. Nunca he encontrado un placer al escribir. Para mí es bastante molesto.
No me es fácil. Aunque escribo naturalmente, no tengo horarios, no tengo ni siquiera la preocupación de terminar un trabajo. Se nota, ¿no? Tan solo he publicado seis o siete libros.
Afortunadamente no he dejado mucha basura en el mundo.

P.: ¿Qué posibilidades le brindó la fábula?
A.M.: La fábula me brindó algunas posibilidades que no encontraba en otras formas. Cuando escribí mi libro de fábulas lo hice porque en ese momento la forma del cuento tradicional, del que ya habia hecho un libro, ya no me satisfacia. Sentía que era muy fácil escribir cuentos y repetir esta forma. Y de pronto la fábula me daba una salida para muchos temas que no habían encontrado su camino.

¿Cree que domina el género del cuento?
A.M.: No. Yo no sé hacer cuentos.
Yo no sabía hacerlo y sigo sin saberlo. Después de haber escrito muchos cuentos, me di cuenta de que no sé cómo se hacen. Para crear uno huevo, tenía que inventar su forma.
Cuando encontraba una forma de cuento, la desechaba, quizá por algo neurótico, pero creia que me estaba repitiendo a mi mismo. No queria encontrar mi hebrita. De manera que llegó el momento en que no sabia cómo escribir los cuentos. Dándole vueltas al asunto me tardé diez años en publicar un segundo libro. Por eso la fábula me abrió esas posibilidades que estaban muertas, esperando.

P.: ¿Por esta razón no volvió a escribir cuentos de una línea?
A.M.: Desde luego, me hubiera parecido que ya estaba haciendo tonterias. Me asusta mucho la monotonía.
Si por casualidad alguna vez encontré un cuento de una linea, pues diez años después hice otro que tenia otra linea. Pero no me voy a poner a repetir.

P.: ¿ Y en la fábula no encontró el mismo problema, de repetir la forma?
A.M.: Ahi también me encontré con el mismo problema. Por eso ya no hago más fábulas. Cuando hice cinco fábulas me di cuenta de que empezaba a repetirme y el procedimiento no era fácil. Entonces durante tres o cuatro años cada fábula que hacia trataba de que estuviera formada de una manera diferente. Creo que mi libro tiene 30 ó 40 fábulas. No sé cómo hice para no repetir formas. En una palabra: me gusta experimentar

Allí donde nada es sagrado Mr. Percy Taylor es un norteamerica no muerto de hambre en la selva de Amazonas. Un dia--y esto ocurre en 1944--, mientras busca comida en la espesura, se topa con un indigena quien, avergonzado por no hablar inglés, como disculpa, le regala una cabeza humana reducida. Mr. Taylor en un gesto de simpatia, envia la cabeza a un tio que vive en Nueva York. El tio acusa recibo del paquete y pido que le envie más. Asi se establece una corriente de suministro de cabezas reducidas que se convierte en el mejor negocio hasta cuando comienzan a escasear. Mr. Taylor convence al gobierno local de la gravedad de la situación y, para subsanarla, se aumentan los castigos y se impone la pena capital por los delitos más insignificantes. Sigue el comercio de cabezas hasta cuando se acaban del todo. Una tarde, el tio abre un paquete en Nueva York y se topa con la cabeza reducida de Mr. Taylor, excusándose porque el negocio se ha estropeado.

Esta historia fue escrita por Augusto Monterroso, un guatemalteco que ha dedicado buena parte de su vida y su obra a burlarse de todos, comenzando por él mismo y su oficio. Se burla de lo cotidiano, lo ridiculo, lo común, lo que convierte en héroes a personajes mediocres. Se burla de la muerte, los sentimientos propios y ajenos, se burla de la religión, se burla de los políticos, se burla de quienes leen sus libros. Y lo mejor de todo es que lo logra con un lenguaje directo, sencillo, que nunca apela a los chistes fáciles sino a una atmósfera que es la cotidiana pero va incubando la semilla del absurdo (Monterroso se reiría de esta frase).

La esposa del presidente, preocupada por el hambre que sufren los niños en su país, decide organizar una serie de recitales de poesia y contribuir con cien pesos a la noble causa; un ingenioso empresario organiza una emisora de radio con el fin de que todos los que quieran, y necesiten, cuenten sus penas; un organista guatemalteco que está a punto de entrar a la historia, encuentra los movimientos que le hacen falta a la Sinfonia Inconclusa de Schubert; un fraile que es sacrificado sobre la piedra ritual de los mayas cuando intenta deslumbrarlos, hablándoles de los próximos eclipses siendo precisamente los indigenas quienes inventaron el calendario solar; la muerte violenta de un perro llamado Diógenes, contada por un hombre que sufre de problemas mentales, una mujer que todo lo soporta y un niño--cuya cabeza es anormal--, cada uno dando su visión de las cosas, deformándolas, acomodándolas a su mirada incompleta; un hombre llamado Leopoldo Ralón, que quiere escribir un cuento sobre la lucha de un perro y un jabali, se toma todo su tiempo, investiga exhaustivamente indaga, hace borradores, corrige, rompe originales, pasa el tiempo, sigue investigando, llega a convertirse en una autoridad sobre los perros y cuando lleva varios años escribiendo y obsesionándose con la historia decide que es mejor irse al campo, a investigar sobre el terreno: esta puede considerarse la invectiva más feroz y más demoledora sobre este oficio de escribir; la pareja que mantiene juegos perversos con el fin de incitar a los hombres y burlarse de ellos, para luego retozar alegremente; el personaje solitario que lee a Dostoievski para llorar por simple masoquismo...
Son algunos de los temas, los personajes, las circunstancias que forman parte del universo cuentistico de Monterroso, donde nada es sagrado, donde todo cae bajo la burla y el humor negro, donde todo es vuelto ripios. (Monterroso se reiría de estas lineas).

Con los cuentos, los relatos y los ensayos escritos por Augusto Monterroso, Alianza Editorial acaba de publicar en Colombia un libro, especie de antologia de lo hecho por este guatemalteco, maestro de la brevedad y de quien se está preparando la edición de su diario.