POLÉMICA

La pasión según Pasolini

La vida y obra de uno de los intelectuales más polémicos del siglo XX es tema otra vez tras la reciente muerte de quien fue condenado por su asesinato.

29 de julio de 2017
Durante su juventud, Pasolini vivió en la República de Saló y allí conoció los alcances del ejército italiano. Y por la crudeza de las escenas que recuerdan estos días, prohibieron la película en varios países.

En el día de todos los Santos de 1975, el escritor italiano Pier Paolo Pasolini conoció a un joven prostituto que trabajaba en una esquina de la estación Termini de Roma. Ambos salieron de la ciudad en un Alfa Romeo plateado por la vía Nazionale, luego de acordar un pago de 20.000 liras. Pararon en el local de los poetas, el Biondo Tavere, para comer espagueti y tomar cerveza y a las 12 de la noche salieron rumbo a Ostia, en la costa del mar Tirreno. La aventura a partir de entonces no duró mucho más: en la mañana del 2 de noviembre Pasolini apareció brutalmente asesinado en un descampado y su acompañante, Pino Pelosi -apodado el Pino Rana-, resultó el único condenado del crimen.

En ese lugar, una paloma de cemento con una luna llena en su pico recuerda el trágico final de uno de los intelectuales más polémicos del siglo XX. La obra está cercada, tiene horarios de visita y un vigilante que la protege de los grafiteros. A veces, grupos de extrema derecha –y también de izquierda- le escriben palabras como “sucio comunista”, “poeta pedófilo”, “maestro maricón” y otros insultos.

Nunca le faltaron enemigos. Como periodista, ensayista, novelista, dramaturgo, pintor, guionista y realizador, cuestionó lo incuestionable en una Italia con memoria fascista. Arremetió contra las falsas libertades del consumo y de la religión; reivindicó la sexualidad moderna a través del desnudo puro y volcó su mirada hacia el deseo. Su trabajo, dice el crítico de cine Sandro Romero Rey, “es una articulación entre literatura, artes plásticas y cine, entendida como una forma de subversión”.

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Nació el 5 de marzo de 1922 en Bolonia y desde muy joven atacó los centros de poder. Escogió como primer blanco a su padre, el general Carlo Alberto Pasolini, famoso por salvar a Benito Mussolini de un ataque. A él le dedicó su primer libro de poemas, Poesie a Casarsa (1942), como símbolo de protesta por el trato violento que le daba a su madre, Sussana Colusi: por ello la obra está escrita en friulano, el dialecto nativo de su familia materna.

Le siguieron la Iglesia y el papa, a quienes acusó, entre otras cosas, por no hacer gran cosa para mejorar la situación económica y social de Roma en los años cincuenta. No creía en los votos ni en las capitulaciones; tampoco en la tentación, el pecado, la absolución o el sacerdocio. Sin embargo, la religión atravesó su vida y eso le permitió reconocer una herencia que no estaba dispuesto a negociar: “Parecía un ateo, sin fe, pero con una gran necesidad de lo religioso”, sostiene el crítico Pedro Adrián Zuluaga.

Así pues, en la película El evangelio según san Mateo, Pasolini crea una reproducción casi textual del Jesús que describen las sagradas escrituras. “Mucha gente creció viendo representaciones azucaradas de Cristo; sin embargo, aquí aparece también un personaje radical y transformador”, agrega Zuluaga. No es casualidad, entonces, que en 2014 la Iglesia reconociera este filme como uno de los mejores en materia religiosa y decidiera restaurarla.

Pero no siempre hubo bombos y platillos. Cuando Pasolini estrenó la cinta, en 1964, durante el Festival de Cine en Venecia, muchos pusieron el grito en el cielo por el tono ‘poco sagrado’ de la obra. Aquel Jesús humano y humilde le generó un escándalo mayor al director y esto fue motivo suficiente para censurar su contenido.

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El autor ya estaba acostumbrado: sus verdades incomodaban a más de uno y en varias ocasiones esto amenazó su vida (sin mencionar la posibilidad de que su muerte haya sido un asesinato político). En septiembre de 1962, un grupo de estudiantes universitarios de La Vanguardia Nacional, de extrema derecha, lo atacó en el vestíbulo del teatro Quattro Fontane, de Roma, luego del estreno de su película Mamma Roma (una crítica a la burguesía italiana). De igual modo, tuvo que ir a juicio en 1963 por ‘desacato a la religión del Estado’, luego de presentar la película Ro.Go.Pa. G., producida por Albredo Bini, en la que se burla de la pasión de Cristo.

Su relación con la religión y la política fue ambigua. Creía en la tradición católica, pero militó en el Partido Comunista Italiano, y ser homosexual le costó el pellejo en ambos ámbitos. Desde la política lo tacharon de ser un degenerado burgués tras una denuncia por corrupción de menores, y desde la religión lo tildaron de depravado sexual.

Por este hecho, en 1949, cambió de residencia y fue a parar en los suburbios de Roma. Allí conoció a las prostitutas y jóvenes que llenaron sus obras de color y de este periodo provienen las novelas Chicos del arroyo (1955) y Una vida violenta (1959), ícono de la literatura de la posguerra.

La liberación sexual fue uno de sus temas recurrentes, pero su manera de abordarlo cambia con el tiempo. A mediados de los años sesenta y setenta, impulsado por el neorrealismo, su lente capta cuerpos ajenos a la lógica del consumo. Así, los personajes de la Trilogía de la vida, que exhibió en el Festival de Cine de Cartagena de 1975, tienen sonrisas grotescas y cuerpos ‘vulgares’. Por el contrario, en Saló o los 120 días de Sodoma, su última producción, los cuerpos representan un placer frío, individual y solitario, que va de la mano con el poder neofascista.

Algunos encontraron incómodo este filme y no en vano es uno de los más controvertidos de su carrera. No obstante, esa posibilidad de generar polémicas estéticas resulta fascinante para Romero Rey, quien entiende que a este tipo de temas les toma más tiempo hacerse su camino.

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Al respecto, el jesuita Vicente Durán Casas, de la Universidad Javeriana, se atreve a afirmar que “muchos de sus contenidos se comprenden más en esta época, cuando no hay tantos moralismos y juicios apresurados”. Y es que a excepción de su forma de hacer teatro –que respondía a las dinámicas de un contexto y momento histórico determinado –, las críticas de Pasolini fueron proféticas en cuanto entendieron el carácter de la sociedad contemporánea que estaba por venir.

Al final de la historia, el Rana Pelosi fue el único condenado por el caso de Pasolini, pero no el único sospechoso. A juzgar por su listado de enemigos, la hipótesis sobre un posible motivo político no es descabellada. Esto explicaría el cambio en la declaración del condenado: en un principio afirmó que se trató de una riña y años más tarde sostuvo que tres sicarios cometieron el crimen. Algunos sugieren que Pasolini se puso la soga al cuello con un libro que escribía sobre los jeques del petróleo, otros llegaron a culpar al papa Pablo VI, pero la verdad ya está tres metros bajo tierra: Pelosi murió esta semana.

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