Libros
Pedro Badrán sobre su notable nueva novela ‘Crímenes de provincia’: “Era una obligación narrar esta situación”
El magangueño atrapa en esta nueva entrega con una prosa intensa que fluye ágilmente y se devora como un cuento. Hablamos con él sobre su relato de dictaduras regionales, relaciones que convienen y esclavizan, y asesinatos por esclarecer.
¿Quién mandó matar a Horacio Maldonado? Eso se propone averiguar su amigo cercano de infancia, compañero de universidad y colega de vocación Rodolfo Cuesta, un médico con ínfulas de escritor e investigador que extraña con añoranza dolorosa a su hermano de vida y no vivirá en paz sin saber qué sucedió. Para fortuna del lector y desgracia suya, Cuesta, el narrador de Crímenes de provincia, la más reciente novela del magangueño Pedro Badrán, se prueba mejor de lo que se cree. No da con todas las respuestas que quiere, pero sí desenmaraña otras que revuelcan su existencia.
El ‘docto’ Cuesta nació en Puerto E, cerca de los Montes de María, hijo de la Niña Lola, una mujer que atendió toda la vida una juguetería, y de un padre que, ella siempre le dijo, se ahogó en el río. Y si Rodolfo creció junto con Horacio Maldonado, su confidente eterno, pasando tiempo en su casa, casi enamorándose de su hermana menor, estudiando juntos por décadas, fue porque su padre, el poderoso senador Nicolás Maldonado, así lo permitió y lo facilitó. El político apoyó a su madre con la juguetería y a él le dio la posibilidad de formarse y, eventualmente, trabajar en el hospital donde manda su amigo, el doctor Cárcamo, en ese Puerto E donde terratenientes como Gerardo Barbosa pavonean su poder.
En la novela, sobre los hombros de Cuesta y de la familia del asesinado pesa la figura de Horacio Maldonado. Hijo de senador, médico asesinado. Horacio es un personaje de los que quitan máscaras antes que perpetuarlas y se hacen tan incómodos que oscuros poderes ordenan apagarlos a fuego. Pero, ¿quién dio la orden? Esta resulta una pregunta sin una respuesta y muchas a la vez.
Badrán, el autor de esta novela intrigante que se lee tan fácil como una “fábula terrible”, ofrece un relato dinámico y muy satisfactorio. Y en tocar temas complejos de manera fluida, bella y clara demuestra una notable virtud. No es la única voz vibrante del Caribe contemporáneo, pero es una que en este trabajo proclama que la región es más que magia y fiesta, que hay lazos rotos de vida, amistad y familia de los cuales hablar. Sobre la obra y su contexto, desde Cartagena, esto le dijo a SEMANA.
Lo más leído
SEMANA: ¿Se identifica con alguna corriente literaria en Colombia?
P.B.: Yo he incursionado en la novela urbana, en la novela “negra” o “criminal”, entre comillas, porque no son términos que acepte del todo. Aprovecho el formato policial para escribir sobre la violencia y sobre la guerra en Colombia y sobre lo que es este país. Y a pesar de que llevo muchos años viviendo en Bogotá, me siento inscrito en la tradición del Caribe, que es múltiple y variada, así algunos quieran restringirla…
SEMANA: Es decir, ¿reducirla al realismo mágico?
P.B.: La tradición del Caribe no es solamente el realismo mágico, sino que hay variedades. Yo trato de recoger esa tradición y buscar formatos distintos para narrar esas realidades.
La literatura es, como diría un escritor inglés, una casa de muchas ventanas, y uno verá por cuál salta. En este momento, yo abordé la guerra y violencia en una región del país, de una porción del Caribe interior.
SEMANA: ¿No se han abordado por una cercanía a figuras del poder?
P.B.: No lo creo, y hay que dejar algo muy en claro: no es una obligación tampoco por parte del escritor dedicarse a determinadas temáticas. La literatura tiene muchas posibilidades, y dentro de esas puede ser abordar unas realidades violentas y realidades sobre la guerra en Colombia. Pero eso no puede decir que no se pueda hacer otro tipo de literatura. Incluso, en mi novela El hombre de la cámara mágica yo trabajo otro tipo de situaciones, otro tipo de despojos, y hay muchos escritores muy buenos que tampoco abordan la violencia y abordan determinadas nostalgias, o unos temas quizá donde la guerra no esté tan presente. Sin que ello quiera decir que sean buenos, regulares o malos. La literatura es, como diría un escritor inglés, una casa de muchas ventanas, y uno verá por cuál salta. En este momento, yo abordé la guerra y violencia en una región del país, de una porción del Caribe interior.
SEMANA: ¿Qué separa a ‘Crímenes de provincia’ de sus novelas anteriores?
P.B.: A esta novela la separa un tono más profundo, quizás menos humorístico y menos festivo que el de mis textos anteriores (sobre todo El hombre de la cámara mágica y Margarita entre los cerdos). Es mi novela menos humorística, por decirlo que alguna manera, una indagación sobre lo que nos ha sucedido como país y como individuos. Mira al Caribe interior y al Caribe profundo, y refleja que este no es festivo únicamente sino que también ha padecido, y de la peor manera, los fenómenos del paramilitarismo y de la violencia en Colombia. Y esto no se ha asumido por muchos escritores del Caribe. Incluso, en muchos se soslaya ese Caribe violento y de la guerra que hemos padecido. En esta novela, narrar esa situación era una obligación que yo tenía.
Es mi novela menos humorística, por decirlo que alguna manera. Mira al Caribe interior y al Caribe profundo, y refleja que este no es festivo únicamente sino que también ha padecido, y de la peor manera, los fenómenos del paramilitarismo y de la violencia en Colombia
SEMANA: ¿Desde cuándo concibió esta novela y cómo la construyó?
P.B.: El libro tiene origen en un par de crímenes: el primero, en los años setenta; el segundo, a finales de los años noventa, cuando la guerra arreció en esta región. Se vivía una situación de violencia física y psicológica. Yo iba con la novela durante años, pero no encontraba la manera de narrar la situación del médico asesinado. En 2019 comencé a hacer bosquejos, que abandoné. Pero durante la pandemia me dediqué a escribir y no paré hasta terminar. Después de varias versiones imaginé que la única manera de escribir la novela era a través de un narrador que estuviera cerca de la víctima y le demostrara un profundo amor, una profunda amistad, un profundo extrañamiento también.
SEMANA: En el país hoy se llama a defender las tierras como sea. Su novela toca el tema y le habla al presente...
P.B.: Por supuesto, porque todavía persisten muchos de los sistemas de poder, de las estructuras de poder que se han tejido en algunas regiones. Y sobre eso se reflexiona en la novela, cuando se habla de las dictaduras municipales o regionales. Es decir, zonas, provincias que son sometidas al poder hegemónico de un solo hombre o de un pequeño grupo de hombres que pueden cooptar la justicia y poseen un poder ilimitado que determina la vida de otros seres humanos. De alguna manera, los protagonistas de este libro, los narradores, padecen ese poder. Y es muy difícil oponerse a ello, precisamente porque se compromete la supervivencia. Allí no solamente hay un poder que viene ejercido desde arriba, podríamos decir, sino que también hay una aceptación involuntaria o voluntaria por parte de los súbditos, porque de esas relaciones depende la supervivencia, el trabajo, la vida de muchas personas.
Todavía persisten muchos de los sistemas de poder, de las estructuras de poder que se han tejido en algunas regiones. Y sobre eso se reflexiona en la novela, cuando se habla de las dictaduras municipales o regionales. Es decir, zonas, provincias sometidas al poder de un solo hombre o de un pequeño grupo con un poder ilimitado que determina la vida de otros
SEMANA: Rodolfo Cuesta refleja a Colombia. Sabe que hay algo mal, se resiste a aceptarlo, pero lo averigua...
P.B.: Eso lo hace un personaje contradictorio, real, verosímil. No es un héroe tradicional que pueda oponerse a un poder sino uno que siente gratitud hacia ese senador hegemónico. Como narrador, él encarna un poco lo que hemos sido todos en Colombia: un poco cómplices, con la actitud de desviar la mirada, de no asumir las consecuencias de una violencia, de no protestar y exigir que se detuviera. Representa algo de nosotros mismos.
El personaje del senador encarna un bien y un mal simultáneos. Porque no es el personaje diabólico de una cara; puede llegar a ser un hombre generoso, que está pendiente de sus súbditos y su clientela. Y así se gana una gratitud
Y también hay que mencionar al personaje del senador, que encarna un bien y un mal simultáneos. Porque no es el personaje diabólico de una cara; puede llegar a ser un hombre generoso, que está pendiente de sus súbditos y su clientela. Y así se gana una gratitud, un agradecimiento hacia él. Y esa dualidad me sirve muchísimo para la escritura de la novela, porque Cuesta va como en contradicción consigo mismo, descubriendo cosas. La novela no progresaría si fuera un personaje que emitiera juicios de valor. Y hacer de esta pesquisa algo que va en contra del propio investigador es también una estrategia narrativa.
SEMANA: El narrador y la víctima son doctores, una profesión única para contar...
P.B.: Yo tengo el recuerdo de amigos, de tíos, que atravesaban el río Magdalena para llevar atención médica a poblaciones donde el Estado ni llegaba ni había puesto de salud, donde la guerrilla o los paramilitares campeaban y no había servicios médicos. Sucedió. No era lo mismo escribir sobre un profesor o un abogado: un médico despierta un respeto casi que religioso por su trabajo en esas regiones, es visto como un redentor. Esa fue la realidad, y en la novela funcionó muy bien. Tenía que funcionar porque era extraída de la realidad. Los médicos desarrollaban esa labor y, evidentemente, eran muy respetados por los bandos. En algunas, se presentó lo que se presenta en la novela. Que el médico quizá prestaba servicios médicos a la guerrilla y era mal visto por otro ejército.
Un médico despierta un respeto casi que religioso por su trabajo en esas regiones, es visto como un redentor
SEMANA: ¿Algún personaje que lo mueva más que los demás?
P.B.: Yo diría que Horacio Maldonado. Conocí a un médico que de alguna manera es el origen de este personaje, y que también fue asesinado. En ese aspecto, es como dice Rodolfo Cuesta: “este es mi muerto, el muerto que me han dejado la vida y esta guerra”. Y pues yo también lo quería asumir. La novela no puede surgir si uno no tiene una implicación con los personajes, si uno no se desdobla en los personajes. Entonces, en ese desdoblamiento, acercamiento y alejamiento es que uno va construyendo la psicología, las tramas y uno va construyendo los personajes.
La novela no puede surgir si uno no tiene una implicación con los personajes, si uno no se desdobla en ellos
SEMANA: Háblenos de las mujeres de su novela: hay varias generaciones, desde mujeres fuertes, matronas que acomodan la verdad para seguir con su vida, tempranas adultas que o rechazan su legado o se entregan a la circunstancia y jóvenes que crecen demasiado rápido...
P.B.: Sobre eso último, hay posibilidades de que no exista una adolescencia... El tránsito es casi que de la infancia a la pubertad y a la maternidad, sin que exista un intermedio en muchas de estas regiones, donde eso se presenta con mucha frecuencia. Hay muchachas de 14 años que ya tienen dos hijos de distintos padres, que han sufrido la violencia paramilitar o la guerrillera, o la del Ejército, o la de las mafias, en esta situación. Es algo muy frecuente en muchas regiones apartadas. Además porque también allí hay algo de supervivencia, hay algo de “legitimidad” por parte de las adolescentes.
En cuanto a las mujeres de la novela, los personajes, había algo que yo tenía claro: no las iba a dotar de un discurso ideológico porque eso las iba a deslegitimar. Son mujeres diversas, verosímiles, legítimas, y cada una de ellas encarna un aspecto de lo femenino. A la vez, son muy sabias a su manera. Astrid Bonivento es un personaje muy característico, como Magdalena Berrocal o Graciela Barrios, son mujeres que yo he conocido, que han existido. Obviamente, me esforcé por llevarlas a la literatura, pero tienen un trasfondo real muy importante.
SEMANA: ¿Qué libros colombianos recomienda estos días? Y ,¿cuáles son sus libros fundamentales?
P.B.: He leído textos de Felipe Agudelo Tenorio, el extraordinario reportaje de Diana López Zuleta Lo que no borró el desierto y a escritores jóvenes como Daniel Ángel. Me llama la atención saber cómo se aborda la violencia y la guerra y cómo se trabaja la novela negra en este país (Agudelo Tenorio lo hace muy bien).
Los fundamentales pueden variar con el tiempo. Yo leo todos los años el entrañable Pedro Páramo, y mucha poesía española, castellana, latinoamericana y colombiana, (hay muy buena poesía colombiana reciente). Esa lectura de poesía me da mucho ritmo en la escritura. La novelística no puede desligarse de la melodía o de lo poético.
SEMANA: Usted escribe pero también da clases, ¿qué enseña estos días y qué aprende de sus estudiantes?
P.B.: Yo he desarrollado una amplia carrera docente desde hace muchos años y siempre la he combinado con mi carrera literaria. Dirigí el énfasis de periodismo de la Universidad Javeriana en los años noventa, y tengo muy buenos alumnos que están en los medios y me recuerdan siempre. También estuve dirigiendo un departamento de expresión y medios en la Universidad Externado. Actualmente, soy profesor de la Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central. Siempre me ha gustado estar en contacto con los muchachos, con los jóvenes. Uno aprende mucho sobre nuevas sensibilidades, nuevos lenguajes, nuevas maneras de mirar el mundo.
Siempre me ha gustado estar en contacto con los muchachos, con los jóvenes. Uno aprende mucho sobre nuevas sensibilidades, nuevos lenguajes, nuevas maneras de mirar el mundo.