CINE
Solo el fin del mundo
Xavier Dolan, el prolífico director canadiense de 27 años, adapta la obra de teatro del francés Jean-Luc Lagarce acerca del regreso al hogar familiar de un dramaturgo tras 12 años de ausencia. ***
Título original: Juste la fin du monde
Año: 2016
Director: Xavier Dolan
Guion: Xavier Dolan a partir de la obra de Jean-Luc Lagarce
Actores: Gaspard Ulliel, Léa Seydoux y Vincent Cassel
Duración: 97 min
El universo que ha creado Xavier Dolan en sus siete películas tiene unos límites bien definidos: familias asfixiantes, jóvenes que reaccionan agresivamente ante el sofocamiento, madres que actúan como adolescentes.
Es una obra peculiar aunque con antecedentes que incluyen la fascinación por los colores y superficies de Almodóvar, los melodramas desgarrados de Fassbinder, el estilo entrecortado de los videos musicales y la fuerza liberadora de la música pop.
Su más reciente película es un ejercicio especialmente enervante por la opacidad de los personajes que hablan y hablan sin decir mayor cosa mientras la cámara los muestra en primeros planos cerrados, asfixiantes, hermosamente coloridos. Las voces se elevan, los personajes se gritan sin motivo, están al borde de una explosión emocional, pero la causa permanece en la oscuridad.
Detrás de todo sí hay una idea clara: la gente no siempre dice lo que le gustaría por una variedad de motivos (por timidez, por respeto, por no encontrar el momento o no saber qué le gustaría decir) y termina hablando de otras cosas, pero atrás quedan, como astillas enconadas, las heridas mal cicatrizadas de esos traumas inexpresados.
Un elenco de lujo –Léa Seydoux, Vincent Cassel y Marion Cottillard– emprende esta demostración de explosiones emocionales sin motivaciones claras. El punto de partida es el regreso, tras 12 años de ausencia, de Louis-Jean Knipper (Gaspard Ulliel), un dramaturgo exitoso, a su pueblo natal con la intención de comunicarle a su familia que está a punto de morir de una enfermedad no especificada (está basada en una obra del dramaturgo francés Jean-Luc Lagarce, quien murió de sida en 1995).
Es un regreso a casa cargado de incertidumbre, ¿quién sabe qué habrá hecho el tiempo con las personas y lugares que solía conocer? Pero la película se enfoca, más que en el espacio, en las relaciones de este núcleo familiar en el que la gente habla sin oírse y explota súbitamente, en el que todos se menosprecian, insultan y gritan, no para llegar a alguna claridad, sino para lo contrario: para no oír, no saber, no entender.
Ahí el tiempo no parece haber pasado. El dramaturgo es retratado como un espectador de esa dinámica que parece eterna e invariable, como puede ser eterno e invariable un diálogo entre personas que no se escuchan mutuamente.
El dramaturgo que ha vuelto es especialmente parco y deja que estas explosiones le pasen por encima y lo atraviesen. De pronto el contraste entre su silencio y las vociferaciones que lo rodean explica su partida y la dificultad de esa misión que se ha propuesto.
La fortaleza de la película son estos intercambios. Pero cuando intenta construir imágenes que transmitan el efecto que el regreso tiene sobre su protagonista, o sea, cuando intenta meterse en la melancolía del dramaturgo, la película cae en una serie de clichés visuales dignos de un videoclip de los noventa: imágenes etéreas, fragmentadas, bonitas, pero gratuitas. De pronto podríamos agregar a esa lista de límites del comienzo una tendencia a los clichés visuales que, a los 27 años, no termina de superar.
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CARTELERA
Paraíso
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Película de Andrei Konchalovsky sobre tres vidas entrelazadas en un campo de concentración de la II Guerra Mundial.
Silencio
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El maestro Martin Scorsese retrata las dudas espirituales de unos misioneros jesuitas en el Japón del siglo XVII.
Aquarius
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Kleber Mendonça Filho hace un retrato del universo familiar, musical y físico de una escritora (la excelente Sonia Braga).
Fuego en el mar
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Documental sobre la isla de Lampedusa que alterna entre la tranquilidad europea y la desesperación de los migrantes.