ENTRETENIMIENTO

Así ha cambiado la vida de ‘Puchis’ treinta años después de Dejémonos de vainas

Ahora que RTVC está retransmitiendo los capítulos de la inolvidable serie, Víctor Hugo Morant confiesa los motivos que lo hicieron renunciar al programa. Perfil de un actor que aún está en la mente de los colombianos.

29 de junio de 2018
| Foto: Archivo particular

Por: Diana Camila Arguello*

Una vez Juan Ramón se ganó una vaca en una feria —sí, así como lo oyen—, una vaca lechera. Imagínense a un bogotano de clase media que un domingo le timbran en la casa, baja, abre la puerta y se encuentra con una vaca lechera en su jardín. Que después del asombro le digan que es suya, que se la ganó y van dejándola ahí. Después tiene que explicárselo a Renata, Margarita, Teresita, Ramoncito y Josefa.

Esas eran las situaciones que le pasaban a ‘Puchis’, no había necesidad de más, la situación en sí misma era graciosa y a la gente le encantaba ver cómo la familia Vargas resolvía el problema.

Así lo cuenta Víctor Hugo Morant, actor que en 1984 interpretó a Juan Ramón Vargas en la exitosa y recordada serie Dejémonos de vainas. Una comedia como las que ya no hacen, llena de situaciones y personajes que representaban la idiosincrasia de un país tan diverso como Colombia.  No por nada, a esta década se le recuerda como “los años dorados de la televisión colombiana”.

Le puede interesar: Regresa ¡Dejémonos de Vainas!

Y es que en la Colombia de los años ochenta, todo un país se paralizaba con un programa de televisión. No se hacía nada más, las familias se reunían, a veces hasta todos los vecinos de la misma cuadra, para ver el capítulo de estreno. Se sintonizaba, se disfrutaba y luego se comentaba en los buses, en las tiendas, en las oficinas, en los colegios, todos se apropiaban de la historia y hasta de los mismos personajes. Los vestidos coloridos se ponían de moda, se daba el nombre de los protagonistas a los niños por nacer, se popularizaban los cortes de cabello, corto como lo llevaba Renata o los múltiples recogidos y adornos que usaban Margarita y Teresita.

Y no hay duda alguna que, durante esta década, el país se paró, no había nadie que no riera con la familia Vargas, que no se vistiera como Renata y que no dijera, al menos una vez, “Aposentos Tuta, mi pueblo”. Este fue el éxito de la serie Dejémonos de Vainas, donde Víctor le dio vida al jefe de la familia más querida de la televisión, al inolvidable Juan Ramón Vargas Sampedro, mejor conocido como ‘Puchis’.

Pero antes de su gran papel -también actuó en la igual famosa serie Don Chinche-, Morant no podía estar más alejado de la televisión y de la actuación, de hecho, su gran salto a su profesión fue mediado por un mensaje del destino.  Siempre supo que su verdadera pasión era actuar: de niño jugaba con sus primas a imaginar distintos escenarios, su favorito siempre fue el de la tienda de barrio.

Jugaban atrás en el patio, cortaban bizcochos en pedazos pequeños que luego exhibían, así como en las de la capital, y alguno que otro producto que sus pequeñas mesadas de niños alcanzaban a comprar. Sus primas vendían, él compraba, siempre astuto porque al final ellas se quedaban con todos los billetes de papel y él con la barriga llena. En su colegio, el San Bartolomé, era quien declamaba poemas el día de la madre, quien sin falta se apuntaba en toda actividad extracurricular, porque amaba tanto actuar como capar clase, pero al momento de graduarse no escogió la actuación, “en esa época tus padres querían que fueras doctor, abogado o militar”, al final optó por  la carrera de filosofía, no era tampoco lo más esperado pero al menos no era actor.

Estudiando en La Nacional se encontró con los griegos, la tragedia, el teatro, que despertaron en él ese deseo de actuar y creó, junto con varios compañeros, un grupo de teatro que se dedicaba a pequeños proyectos locales, más por diversión que por otra cosa. 

Así transcurrió su época universitaria: entre letras, filósofos, mujeres, amigos y el teatro. Así fue hasta el gran accidente, aquel del que no entra mucho en detalles. Según Morant fue un momento en que su vida se congeló, como las heladas sabaneras entumecen los cultivos. Un día, al despertar decidió que no pasaría su vida entera haciendo lo que no le gustaba. Se propuso a que de ahí en adelante iba a actuar y lo iba a hacer en serio.

Y se lo tomó como un profesional sobre las tablas, perfeccionando su técnica, su identidad. El salto se dio, consiguió el papel de Francisco de Paula Santander en Bolívar, el hombre de las dificultades. Y luego llegó a Don Chinche, a interpretar al Doctor Pardito, un personaje mucho mayor, el cual preparó viendo a sus tíos hablar, adoptando sus gestos, sus manías y por el cual empezó a ganarse un espacio en los corazones de los televidentes.

A Dejémonos de vainas llegó por casualidad. Una noche fue invitado al programa de Pacheco, quien era copropietario de la empresa de producción Coestrellas, ahí presentó una pequeña escena en la que imitaba a Daniel Samper Pizano. Gustó tanto su interpretación que lo llamaron a representar el papel de Juan Ramón Vargas en la serie, personaje basado en el mismo periodista. Aunque al principio se pidió que renunciara a su papel en Don Chinche, Víctor Hugo jamás cedió pues sabía que ese era su seguro, una serie que ya estaba consolidada y un personaje que sabía que agradaba. Ese trabajo le permitiría aventurarse en un nuevo proyecto, porque en la actuación, como en muchas otras artes, lo que siempre ha movido más no es el dinero sino la pasión.

Las grabaciones transcurrían según lo esperado, el elenco empezaba a conocerse y llevarse muy bien, Paula Peña, Marisol Correa, Mónica Cordón, Benjamín Herrara, todos se veían felices con el éxito de la serie. Aunque nunca se ha considerado un comediante, Dejémonos de vainas le sirvió como experiencia para consolidarse en este género, contaba con grandes guionistas como lo fue el mismo Samper Pizano y Bernardo Romero Pereiro.

Se grababa una vez a la semana, porque en esa época no existía esa pesada ley del “time is money” y se daba más espacio al talento que a la técnica, los actores podían experimentar con los libretos, con sus propios personajes y conseguir así, velozmente, un éxito poco esperado. Como si fuera un milagro, el programa se metió entre los favoritos y la pauta publicitaria lo convirtió en rentable.

Los problemas llegaron después, en 1986 y con la serie en su cúspide, Morant fue reemplazado. Cuando le preguntan por este momento siempre dice tener dos versiones, “la corta, es que me dejé de vainas”  y la larga, la del desahogo, que se debió a diferencias con el director Romero Pereiro.

Debido a un preinfarto, Víctor Hugo no pudo ir al día de grabación y este luego fue descontado de su salario, más que el dinero restado, lo que a él le ofendió fue el hecho, y a partir de ahí la historia se ve mezclada entre mal entendidos, interrogantes, entrevistas y concluye con la renuncia del propio actor, que tras ser acusado de bajar el rendimiento de su actuación decide despedirse de la producción ya que no le parecía ético continuar.

Quién llegó después a suplirlo fue Carlos Fuentes y, aunque al principio causó mucho malestar entre los televidentes, la serie continuaría unos 12 años más. 

—El éxito de ese entonces se debía a que era una comedia de situaciones y no de palabras, como ahora. No buscábamos ser chistosos, las situaciones en las que nos veíamos envueltos  eran el toque de humor—.

Eso explica mientras pide, por cuarta vez, que no lo deje hablar mucho, que él se dispersa y termina hablando de otras cosas.

—Ahora, si tú ves, hay más stand up comedy, una persona contando chistes, que otro tipo de comedias. Y no es que tenga algo en contra de ellos, solo que sí hay que reconocer que han perjudicado mucho a la industria humorística. En especial de aquellas que usan la comedia de antaño, la que veíamos en Don Chinche, en Dejémonos de vainas—.

Han pasado ya varias décadas desde aquella ‘época dorada’ de la televisión colombiana, llegó un nuevo siglo y la era digital. Víctor Hugo sigue reconocible, su forma tan bogotana de hablar, sus repetitivos movimientos de manos al conversar y su sentido del humor que siempre sacan una sonrisa. Con unos 30 años más encima, ahora sí completamente calvo y con peor memoria. Su último papel en televisión fue el de un celador en La mamá del 10, pero como bien él mismo dice “no me gusta estar quieto” y siempre tiene algún proyecto, siempre está actuando.

Ha trabajado para cine, televisión y teatro, su favorito. “El teatro te hace sentir adrenalina, no hay segundas oportunidades, te permite improvisar, jugar a hacer algo distinto”.  En cambio, al cine lo describe más lento, con más tiempo, más repeticiones y más preparación.

Sobre la retrasmisión en RTVC de Dejémonos de vainas es un poco escéptico. Dice que se nota mucho la evolución de la televisión, el formato, los colores, el audio no se comparan con las producciones de hoy en día. Aunque reconoce que se siente bien de volver a estar en la mente de lo colombianos, en una era donde por momentos pareciese que importa más la belleza que el talento, la plata que la calidad artística. Por eso, dice, es bueno recordar aquellas historias que marcaron el pasado. “El reconocimiento era distinto en ese entonces”, dice mientras recuerda aquella vez que Daniel Samper Pizano reconoció vivir en una santa trinidad: Daniel, Víctor Hugo y Juan Ramón, tres personas distintas unidas por uno mismo, “la gente me confundía, creían realmente que yo era Daniel”. A pesa de no compartir profesiones, de ser bogotanos pero de distinta clase social, de que a Morant le guste el futbol pero no sea de Santa Fé como Daniel, siempre los unirá el inolvidable ‘Puchis’.

(Aquí puede ver los capítulos completos de la serie)

*Estudiante de la Universidad Javeriana, curso de crónica y reportaje.