PICASSO

Picasso, los últimos años: 1963-1973, una exposición antológica en el museo Guggenheim de Nueva York

28 de mayo de 1984

Parecería una insistencia demasiado desmedida la nueva exposición de Picasso (1881-1973) en Nueva York, sobre todo después de que el Museo de Arte Moderno presentó la ambiciosa e irrepetible retrospectiva para despedir el "Guernica" a España. Pero el Museo Guggenheim que lucha por presentar muestras originales y cuestionadoras que van desde sus habituales estudios históricos del constructivismo y demás señales racionalistas, hasta las vanguardias desatendidas: Joseph Beuys, o la "nueva pintura" de Italia y Alemania, o esas licencias de exotismo al mostrar antologías de artistas nacionalizados en el Tercer Mundo como el mejicano Rufino Tamayo o el venezolano Jesús Rafael Soto, se lanza ahora con la exhibición "Picasso los últimos años: 1963 -1973", y en verdad logra corregir el juicio precipitado de muchos que decidieron desapreciar su trabajo y condenarlo a la senilidad. Cansancio, vejez, obnubilación, agotamiento, fueron términos usados para referirse a su arte en una etapa verdaderamente invernal de su edad. Pero, ¿por qué no indagar verdaderamente la producción -paso a paso-, hacer un listado, estudiarla y finalmente intentar agruparla para ver sus reales resultados? Eso es un poco el trabajo, esfuerzo y costos del museo-espiral de Frank Lloyd Wright desocupado hoy para albergar el trabajo final de Picasso: una marca, un prestigio, una firma que si bien pertenece al mundo del arte parece atravesar cualquier escrutinio entre los especialistas políticos, económicos y de otras disciplinas incluyendo la antropología misma.
No es fácil hacer una exhibición de 200 obras de ningun artista en la historia del arte, y resulta imposible pretenderlo cuando se trata de la producción de una década. Es inverosímil pensarlo en cualquier autor que después de los 80 años haya hecho esa hazaña. Simone de Beauvoir sostiene en su libro "La vejez", que ésta se manifiesta cuando se entra en una etapa parasitaria, de no producción, sin determinar necesariamente la edad, aunque casi siempre tiende a coincidir. Pero ante esas características de la especie humana, Picasso supo oponer productividad verdaderamente masiva: más que increíble!.
En el Guggenheim hay 200 obras que incluyen pinturas, dibujos y grabados. Un trabajo que retoma su propio pasado y lo recrea, para ofrecer una obra que aún puede circular como un modelo a seguir. Naturalmente Picasso acostumbró a su público a verse sorprendido cada 10 años por parte de su naturaleza indómita y capacidad inventiva, era el aportador por excelencia y casi que se los esperaba: Rosa, Azul, Neo-clasicismo, Cubismo (s), Expresionismo, fueron clasificaciones que además resistieron ramificaciones en el arte político, arte sobre el arte o el mismo surrealismo. Una vez conseguidas las "etapas formativas" (hacia el final de los años 30), el artista pareció disfrutar de sus propias fórmulas y hacer variaciones infinitas. Pero su público que había excedido hace rato el círculo de las artes para volverse algo similar a lo masivo, no quizo resignarse a la pasividad del maestro. Picasso nunca alcanzó a defraudarlo. Siempre sus trabajos y nuevas exposiciones constituyeron un acontecimiento y en más de una ocasión verdaderas sorpresas y escándalos. Seguramente el más notable de ellos fue la famosa exhibición de los "Grabados Eróticos" (París, Chicago, Toronto, Zurich y Berlín), 347, realizados en 7 meses (del 16 de marzo hasta el 5 de abril, en 1968), por un hombre de 88 años. Y claro, ganó el campeonato de la historia. De la historia del arte que, también remite a pensar en un suceso económico: la edición de 50 copias firmadas por el autor, se calculó en ese entonces en 10 millones de dólares.
Pero el erotismo nada tiene que ver con la vejez. Tampoco la superproducción ni la presencia incontrolada de los recuerdos claros. Picasso vuelve sobre sus temas eternos, los retratos y autorretratos, las alegorias y las situaciones casuales, "el artista y la modelo", y las variaciones de sus ídolos-pintores, Rembrandt, Poussin Manet, Delacroix, Velázquez y Rousseau.
Si los grabados parecen asegurar su célebre frase. "El arte nunca es casto" las pinturas rápidas, con accidentes controlados y considerable empastes, ya no son juzgadas como ligeras ni seniles, y parecen reclamara los ojos de hoy, una actualidad nuevamente sorprendente. La paternidad del neo-expresionismo transvanguardista también se puede en contrar en ellas, cerrandose así el círculo de los aportes. Supongo que sin proponérselo del todo, lo cuadros traídos desde Tokio, distintos lugares de Europa y otras ciudades norteamericanas, e instalados hábilmente en el tobogán, así lo aseveran, cambiando la idea pesimista y reconfirmando las legendarias frases: "No busco, encuentro", y aquella otra "No hay arte de transición. Hay artistas más o menos buenos".