Literatura
“Popol Vuh” o la configuración de un presente permanente
Panamericana Editorial lanza una nueva edición de uno de los libros más importantes para comprender la cosmovisión de los pueblos prehispánicos. Es un recorrido asombroso a través de las raíces de la comunidad quiché y de la formación del territorio centroamericano. Aquí una reseña.
El Popol Vuh le cuenta al lector sobre el origen del universo, los intentos por crear al hombre y cómo estos resultaron exitosos. Habla de la formación de todo aquello que el ser humano requería para su existencia, de las historias de dioses y semidioses, de la naturaleza como elemento vivo que cumple unos roles determinados otorgados por las divinidades, de la formación de las primeras tribus, de la lucha por los territorios y de las ambiciones humanas.
Es una fascinante explicación del mundo desde la mirada ancestral, siempre tan permanente.
El Popol Vuh es una obra que data del siglo IV y cuya autoría es de carácter anónimo. Es una narración que se caracteriza por la ruptura de la línea temporal, un relato que se conecta y entreteje entre sí a medida que va avanzando, presentando una transgresión temporal que le permite al lector suspender por un momento la cronología de la historia y adentrarse en el pasado, en el génesis, en las historias de los dioses, la justicia, la moral y el bien que prima en estos seres mitológicos, con elementos que cautivan a nivel narrativo y que permiten una comprensión mítica de la comunidad prehispánica. Una vez finalizado el viaje al pasado nuevamente nos sitúa y nos conecta con la primera parte, constituyendo un eterno configurarnos desde una comprensión global de la narración.
Este primer chispazo que nos alumbra nos introduce en un escenario que no había sido dotado de existencia, todo aquí se encuentra en imperiosa calma y silencio, representado a través del cielo vacío y el mar inerte. En medio de la desolación y la absoluta inmovilidad, los dioses se reúnen y aparece la palabra como creadora, el discurso que desencadena la acción, la necesidad de la creación del hombre y de todo aquello que este requiera. Es así como surge inicialmente la tierra, los valles y las montañas a través del acto de habla que crea, forma y construye. Se originan los animales y se reparten en sus respectivos hábitats. Finalizada la creación se espera de ellos que alaben a sus dioses y frente a la imposibilidad de aquello, es cuando se expone una de las tesis principales de la obra: la importancia del lenguaje como elemento fundamental en la creación de la historia y la memoria colectiva, inmortalizando creencias y sucesos. En palabras del filósofo alemán Martin Heidegger, “solo hay mundo donde hay lenguaje”, y es de esta forma como a través de la cosmovisión de la tribu de los quiché comprendemos que sin lenguaje no hay existencia.
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Entre estas páginas se nos narran los intentos hechos para crear al hombre, partiendo del barro y de la madera de Tzité, sin embargo, dichos intentos resultan fallidos, puesto que no hay humanidad en ellos, son carentes de alma, sensibilidad y entendimiento, por ende, seres faltos de conciencia. También se dice que los últimos seres creados por los dioses -como castigo a su insolencia y a su maldad con su entorno- pasan de ser seres superiores a inferiores y quedan destinados a ser material de uso en las cocinas, una apertura asombrosa, a su vez, a la explicación de la gastronomía centroamericana y la mirada de la naturaleza como un ser viviente, honrada y respetada desde el origen de la existencia.
Las divisiones entrañables que tiene en su estructura esta importante obra literaria van desde los castigos divinos a la soberbia y a la superioridad Vacub – caquix, transitando por todo el imaginario de una Centroamérica mitológica y proyectándonos a las luchas entres dioses, sus existencias y muertes. Como si se hablara de los Cuentos de los hermanos Grimm, en un árbol de Jícaro, reposan los restos de Hun-Hunahpú y una doncella llamada Ixquic engendra a sus hijos. En castigo a esta deshonra el padre pide su corazón al catalogarla como impura, sus siervos, entonces, tienen piedad de ella y engañan al padre llevándole el supuesto corazón de la joven que en verdad es una simulación dada por el árbol de la sangre, toda una fantasía que eclipsa. Al final, nacen Hunahpú e Ixbalanqué, los justicieros en la tierra, quienes vengarán la muerte de su padre.
Asistimos, pues, a la creación del hombre a través del maíz, elemento fundamental de vida y fuente de alimento para la comunidad quiché, somos testigos de la formación de las primeras comunidades, sus particularidades en torno a creencias y formas de actuar, sus lecciones fundamentales respecto a la moral y el buen actuar. Es este mito una pragmática del cómo vivir.
El Popol Vuh es un génesis que reposa en el cielo. Aquello que vemos, entonces, cuando la mirada se nos pierde en lo más alto, aquello que nos acompaña día tras día mientras nuestras vidas son instantes fugaces, aquello desconocido, superior a nosotros mismos entre días y noches en que como humanos elevamos los ojos buscando respuestas o perdiéndonos en esa infinita magnitud son desde la perspectiva de este génesis Hunahpú e Ixbalanqué quienes nos acompañan trasfigurados en sol y luna. Y por todos lados, a sus alrededores, brillan con intensidad las estrellas que representan el legado de las 400 víctimas de Zipacná. El gran poeta maya Jorge Miguel Cocom Pech confirma en uno de sus versos esta inefable certeza: “nuestras almas enternecen en el fulgor de las estrellas”. Mágico concebir que el alma de quiénes no están corporalmente perduran en nuestros ojos cuando se conectan con la intensidad de ese cielo que nos hunde hacia arriba, y que quizá por eso siempre buscamos respuestas cuando miramos su infinidad, porque en el fondo sabemos que desde allí nos guía y nos acompaña el bien, configurado en las ausencias que en vida nos pesan. Este libro ancestral, entonces, no hace parte del pasado, constituye un presente permanente en nuestro firmamento bellamente tachonado de estrellas.
*Jessica Cárdenas Rodríguez es profesora de literatura
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